Amparados, con motivo de la Festividad de San Francisco de Sales –y por iniciativa de Paqui Pallarés, delegada de MCS del Arzobispado de Granada–, algunos periodistas y comunicadores, al calor del chocolate con churros, nos reunimos con monseñor José María Gil Tamayo, para hablar, en libertad, sobre lo divino y lo humano… Entre otras muchas cuestiones tuvo especial preponderancia la necesidad ineludible de aplicar con toda rotundidad la “infoética” o ética de la información: “el campo que investiga los asuntos éticos que surgen del desarrollo y aplicación de las tecnologías informáticas” (fernandocelaya.files.wordpress.com).
Pues bien, he de reconocer que en un momento mis pensamientos cambiaron de marco para volar hacia un nuevo “palabro” cuyo contenido, a mi modo de ver, es imprescindible proteger a toda costa: la “poliética” (vid. “Ética y política: una relación, a veces trágica, siempre problemática. La mentira se ha convertido en un instrumento político de primer orden, al igual que las medias verdades, la ocultación de hechos, exagerar los errores del adversario y obviar por completo o minimizar hasta la insignificancia los del propio”, Kepa Bilbao Ariztimuño).
Ante el poder de la retórica y la maquinaria de propaganda que ahora se están utilizando como método dialéctico por determinados sectores de poder –ambas, desde mi punto de vista, cercanas a la quimera–, siento que el entendimiento ciudadano se deriva de manera muy clara hacia un intento de demostrar la imposición de, al menos, una dicotomía que entiendo como falsa: o bien lógica, o bien política.
La dialéctica, entendida como “orden en el razonamiento”, ha de estar siempre incardinada en la cautela, la sensatez, la prudencia y el sentido común; apartándose, en todo caso, de la astucia marrullera, el alambicamiento, el rebuscamiento o la grandilocuencia pomposa; técnicas estas últimas que ya usara Paul Joseph Goebbels –ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich alemán– como armas certeras de embaucamiento y respaldo a la discriminación social más perversa.