Me cuenta mi proveedora habitual de avituallamiento que hay “muchas personas mayores que piensan que cambiar de opción política podría traer un nuevo enfrentamiento civil” –a modo y manera de lo ocurrido en el desdichado año 36–, y que, por eso, “prefieren ser héroes de la resistencia, cueste lo que cueste”.
La verdad es que no supe si responder o no a esta aseveración, indudablemente basada en el conocimiento ciudadano del día a día, y preferí despedirme con un “lo pensaré”, mientras emprendía el camino de regreso a casa.
Más tarde, reflexionado sobre la sentencia escuchada, no dudé en compararla con las falsas noticias (bulos intencionados) que desde la derecha, el centro y la izquierda nos golpean día a día… Pero, aún así, no pude apartar de mi corazón un cierto resquemor propio de quien mantiene la tesis de los ciclos históricos y la necesidad de conocer la historia para no caer en los errores cometidos con anterioridad.
Quisiera explicarme bien, pues ya sabéis que soy contrario a la toma de decisiones “en caliente”, así como a cualquier valoración que no haya sido meditada suficientemente.
Entiendo (aunque no lo comparta) que, en algunos casos, por mor de los tiempos que estamos pasando –y no hablo de lo que nos puede sobrevenir a más largo plazo–, estemos cayendo en una suerte de fatalismo, cercano a la duda de todo lo que soporta nuestra razón de ser.
Fundamentalmente la incertidumbre sobre nuestras creencias, pilares básicos para el subsistir, sea cual sea nuestra fe o la falta de ella, y que sólo tienen para mí una razón primigenia: “Pueden quitarnos la vida, pero jamás nos quitarán… ¡La libertad!” (William Wallace (Mel Gibson) en “Braveheart”).
Así, al hilo de lo dicho, vuelvo a plantearme la necesidad inmediata de recomponer nuestra civilización –convivencia–, en todos sus ámbitos, y de un modo especial en lo que se refiere a nuestra candidez sobre lo que nos cuentan, personal o colectivamente, sin contraste alguno.
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de
Ramón Burgos
Periodista