El Mediterráneo griego tienen tantas islas que uno, a veces, no sabe hacia donde mirar. En la última escapada la meta era el grupo del Dodecaneso, concretamente la isla de Rodas en donde está la capital; una isla de la que infinidad de veces me habían hablado y la verdad es que no defraudó: es de esos lugares que cuando los descubres quedas realmente sorprendido y con ganas de seguir explorando aunque la plandemia haya roto nuestro esquema y esfumado, prácticamente, un lustro de viajes.
Rodas funge como capital y es un lugar ideal para conocer la región gracias a sus excelentes servicios de ferry que, en determinados momentos, se acaban convirtiendo en la única opción para ir de una isla a otra [muchísimas más serán inaccesibles o el viajero tendrá que gestionar con algún lugareño el traslado, ideal para descubrir por parte de los que tienen sus propios yates] en busca de lugares prácticamente únicos en estas míticas y mágicas tierras que, a pesar de su aridez, no dejan de sorprender al viajero, sobre todo para el que no se conforma con lo fácil; su viaje de descubrimiento no le defraudará si busca vestigios de un pasado remoto o encajar personajes de la historia Griega Clásica.
Como capital fue uno de los puntos más importantes en la historia desde el V al III A. C. Formó parte de aquellos imperios que dominaron la región del Mediterráneo Oriental: Roma y Bizancio, después llegarían los caballeros de la Orden de San Juan que la ocuparían en 1306 y no la abandonarían hasta 1522 cuando los nuevos amos fueron los turcos del imperio otomano; habían dejado una ciudadela amurallada que hoy sorprende al viajero, después de todo, no deja de ser indiferente el hecho de 25 siglos de continuado poblamiento y una magnífica conservación que contrasta con otras latitudes y para no ir demasiado lejos sólo tenemos que comparar con los restos de la Mina de Alhama de Granada que ahora, por fin, parecen van a adecentar, pero que no deja de ser una minucia si comparamos con yacimientos arqueológicos de otras zonas del mundo.
La famosa ciudadela ya es un ensueño, que se adapta al viajero y relativamente fácil de recorrer, todo dependerá de cómo y cuándo lleguemos al histórico y almenado recinto donde hay para todos, desde el simple curioso al especialista en los tiempos de las cruzadas, cualquiera acabará descubriendo infinidad de edificios centenarios todavía en uso. El recinto tiene once puertas de acceso y dependerá que la que escojamos para realizar la pormenorizada visita que, a primeras horas de la mañana, es una verdadera delicia para los sentidos.
Escogí la puerta de la Virgen para iniciar el callejeo por la zona que queda a la izquierda, quizás atraído por la sinagoga y el barrio judío, en una zona relativamente arbolada y primorosamente cuidada. Después tocaba ir sorprendiéndote por espacios no muy trillados por los turistas con edificios singulares y estrechas callejuelas que nos transportaban a la época medieval o las calles Bajas de Alhama [ahora lo denominan Barrio Árabe y en algunos casos totalmente abandonado y en ruinas] y en algunos casos había que retroceder al no tener salida. Un descenso por la calle de Pitágoras nos dejará en la mismísima Plaza Ippokratous, bien sombreada e invita a una buena cerveza, un café o un helado antes de seguir la ruta, sin olvidarnos la consiguiente visita al WC. Estamos en una zona sumamente comercial y, la hostelería, a determinadas horas, cuesta trabajo encontrar un lugar para descansar, todo está sumamente concurrido y la marcha con la caída de la noche la tenemos asegurada.
En esta zona encontramos un plafón informativo que nos muestra al Gran Maestre Pierre d’Aubusson que estuvo al frente del recinto entre 1476-1503, podemos contemplarlo durante su mandato haciendo un recorrido un día de mercado; recordemos que la obra pública, en aquella etapa histórica, nunca dejó de estar en movimiento, él completó numerosos edificios, entre ellos el Hospital de los Caballeros [actual Museo Arqueológico], el panel recoge el trabajo de un viajero de aquellos años.
El barrio judío [siglo I hasta 1944, año en que los nazis se los llevaron a Auschwitz y prácticamente todos fueron exterminados] podemos encontrar el monolito, relativamente modesto, que en judeo-español [ladino] honra la memoria de esas gentes, para muchos pasará desapercibido, está bajo una profunda sombra arbórea que hace esquina entre Pindarou y Aristoteleus, tras sobrepasar un antiguo pozo ricamente cuidado y muchas flores, en caso contrario basta con preguntar por la Plateia Euraíon Martyron [ya saben San Google si lo llevan conectado], la fuente tiene un gracioso caballito de mar y, al norte, una impresionante edificación medieval conocida como la Casa del Almirantazgo.
Tras el breve descanso, seguimos camino y orientamos los pasos hacia la mezquita que no tiene pérdida y sus alminares la delatan y las tres que están por esta parte de la ciudad están relativamente próximas aunque no por ello visitables, seguramente muchos coincidirán conmigo en que es la de Suleimán el Magnífico [levantada por este caudillo en 1522, tras la conquista de Rodas] que se le conoce también como la Mezquita Rosa, es la más imponente, fue reconstruida en 1808, hoy no deja de ser un mudo testigo del pasado, esperando, sin duda, mejores tiempos y su rehabilitación integral. En 1989 le quitaron el alminar para evitar su caída, lamentablemente grúas y andamios tapan parcialmente el fantástico edificio y, si llegamos hasta ella, entonces ya casi estamos a las puertas del Palacio de los Grandes Maestres que [hoy] alberga dos exposiciones permanentes que nos acercan a la época antigua y medieval.
Aquí estuvo la administración durante la ocupación italiana y las placas que se conservan nos recuerdan la etapa del período fascista de Mussolini [en España ya la habrían descabalgado o, como pasa en algunos otros pagos, se habría tapado por los muchachos que se ahogan con la palabra democracia; sin ir más lejos la Universidad Laboral de Tarragona ya no luce la placa de la época de la dictadura, pero sí una de Jordi Pujol, hipócritamente, estos energúmenos, creen haberle dado la vuelta a la historia] y saliendo de esa soberbia edificación, con más de 500 años de historia y grandes miras de los constructores, tomamos el lado izquierdo y tenemos una hermosa calle por la que hay pocos signos de modernidad, pero tenemos un buen número de edificios que fungen como instituciones culturales o centros de conservación, entre ellos algunos que aluden a España [en aquella época era una de las lenguas –países- que participaban en las Cruzadas]. Justo al final de esa bajada, en el lado derecho, nos encontramos con el Museo Arqueológico que ocupa lo que antaño fue el Hospital de los Caballeros, en estilo gótico flamígero, terminado en 1481, su sobriedad no deja de tener su encanto y belleza. En algunos de sus patios se conservan balas de los cañones de la época, en muchos casos, ni los levantadores de peso del País Vasco podrían moverlas.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio