Leo, en las –para mí– cada vez más agitadas aguas de Internet, dos frases que me han hecho reflexionar: una, «La mentira, gracias a la digitalización, se ha hecho legal»; y otra, «La digitalización multiplica la información y el exceso de información conduce, no ya a la opacidad, sino al caos».
Si al contenido de la primera puedo ponerle algunos reparos, sobre todo en lo que se refiere a su temporalidad y al estatus que pretende haber adquirido –en este país «trapacear con cierto carácter legítimo» no es nuevo, ni, desgraciadamente, nos sorprende en demasía, aunque altere nuestra paz–; a la segunda, no puedo sino manifestar una cierta disconformidad más genérica.
Sabéis que he venido manteniendo lo perjudicial que son para la salud ciudadana las ‘falsas noticias’, al igual que lo es la censura periodística, pero no podemos olvidar que no se trata de ‘meter a todo el mundo en el mismo saco’, y mucho menos cuando no se valora la profesionalidad y la ética de los que nos traen en letra impresa el día a día; virtudes –se ejerza la profesión que ejerza– sin las que, no lo dudéis, la anarquía asoma a la vuelta de la esquina.
Es cierto que cualquier exageración, abuso o desorden puede conducir al desconcierto, esencialmente si se emplean «artificios engañosos e ilícitos con que se perjudica y defrauda a alguien en alguna compra, venta o cambio» (‘Trapaza’. RAE); pero unir, siempre y en todos los casos, la ‘demasía babeliana’ (verborrea) a la comunicación no me parece ecuánime.
¡Que no nos pase –les pase– como a Pablo de Tarso!: «Y al caer todos nosotros por tierra, oí una voz que me decía en lengua hebrea: ¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues? ¡Dura cosa te es dar coces contra el aguijón!» (bibliatodo.com).
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de
Ramón Burgos
Periodista