Una de esas islas que tiene atractivo, aunque su naturaleza, salvo los acantilados, no sea de gran variedad como suele suceder en muchas islas volcánicas; pero, curiosamente, es una de las pocas a las que acabas regresando ¿o es el masoquismo de sus escaleras, subidas o bajadas, a pie o en burro, que te devuelven a tu infancia feliz y de ahí ese poder evocador?
Sea como fuere, en cierta medida vuelvo a tiempos pretéritos cuando las reatas de mulos tomaban las Erillas y, luego, tras descender al nivel del río y, superar el Molino de Emilio Fernández, comenzar a subir la cuesta hasta llegar a la Pila de la Carrera, donde los animales se aliviaban, con grandes tragos de agua, en una época en que el líquido elemento no faltó y que contrasta con tiempos más cercanos en que ya no fluye ese fresco y transparente elixir de la vida… pero toca volver al escarpado acantilado de la isla griega que fue colonizada por los minoicos 3.000 años antes de Cristo y la explosión del volcán en 1450 le confirió ese espectacular y desolador paisaje volcánico que, sucesivos pueblos fueron domesticando.
El volcán barrió, tras el correspondiente tsunami, a aquella exquisita cultura; hasta que nuevas oleadas de navegantes fueron urbanizando el territorio, entre ellos encontramos los mercaderes venecianos que se hicieron con ella y la rebautizaron con el actual nombre en honor de Santa Irene.
La explosión volcánica prácticamente desintegró el núcleo central y, al margen de Santorini, una vez estás arriba [hay un moderno telecabina que hizo que muchos de los tradicionales burros o mulos, empleados por los lugareños para ganarse el pan, simplemente casi hayan desaparecido desde que la visitamos la primera vez. Se ganaban la vida subiendo y bajando turistas, especialmente cuando las lanchas iban descargando su mercancía en el liliputiense puerto] puedes contemplar el volcán o mejor decir los restos, entre ellos se verá Kameni y Thirasia, aunque en realidad hay más roquedales que se pueden divisar desde otra posición de la isla, algunos quedan tapados desde donde te deja el funicular.
Los pescadores lugareños, reconvertidos en transportistas, también te pueden llevar a esos otros lugares para patearlos, apenas hay senderos para caminar; personalmente considero mucho más atractivo callejear por Santorini o por alguno de sus coquetos núcleos habitados -Oía es espectacular- tomando un vehículo o negociando con algún lugareño -sale a mitad de precio de lo que te cobran para esas excursiones en los cruceros- porque, por aquellas estrechas carreteras y sorpresivos acantilados, mejor que lo haga alguien que conozca el terreno.
Hay una carretera que casi la circunvala, por algunos tramos, me hacía pensar en mi Alhama. Hablando de similitudes también devastada por un terremoto en 1956, la subsiguiente reconstrucción se realizó excavando en la roca viviendas troglodíticas o en terrazas en las que, los que padecen de vértigo, lo tienen difícil si, además, patean Fira y luego bajan las escaleras, cual cabrillas, hasta Skala Firon [el puertito es un lugar ideal para saborear el pescado de la zona y una buena, espumosa y refrescante cerveza griega, aunque cada vez se está haciendo más mercado la botellita verde holandesa]: un descenso de casi 600 escalones merece la pena tomarlo con calma y no apurar el regreso porque las prisas no son buenas consejeras.
Si uno no tiene presupuesto suficiente, lógicamente tendrá que buscar la plaza en la que transitan los vehículos que podrán llevarle por toda la isla, aprovechando al máximo para su deambular, curiosear o realizar catas de vinos locales, aunque debo señalar que como el del terreno de mi Macondo natal no lo encontré nunca fuera de mi patria chica así que cada vez entiendo más a los miles de personas que acaban apareciendo en cada convocatoria de la jameña feria del vino.
Cuenta con varios museos, o sea que si uno decide estar varios días por ella podrá visitarlos y hacerse una idea de su historia; de una u otra forma en ellos están condesados casi cinco milenios de vida. Como curiosidad en la Iglesia del Domos [San Juan] suelen tener bastantes letreros en español e incluso quiero recordar hacen una misa, algo no muy frecuente por estos pagos.
Lo más normal, una vez pateada Firá es irse hasta Oía que está a una decena de kilómetros y resulta tan pintoresco o más como la subida de los escalones desde Skala. Este pueblo también resultó afectado por el terremoto de 1956 y apenas viven 500 personas, lo más concurrido está en la zona de su puertito pesquero: Ammoudi, desde donde suelen partir los barquitos turísticos que te llevan hasta Thirasia, un placer que reconforta, aunque si piensa bajar a tierra debe ir provisto de un buen calzado, muchos tramos son puros guijarros volcánicos que cortan como cuchillas. Otro puerto para visitar Palaia Kaméni o Nea Kaméni es Athiniós que están hacia el sur y siguiendo esa misma carretera llegaríamos a Akrotiri, una aldea de origen minoico, algunos de sus frescos se conservan en sus colores originales gracias a la lava que los preservó, uno de los mejores ejemplos de ese arte es «El joven pescador» -similares los encontraremos en Cnosos- pero para admirar el original tendremos que visitar el Museo Arqueológico de Atenas.
El barco es el transporte por excelencia, pero la isla dispone de un coqueto aeropuerto en la zona de Monólithos, no es que reciba grandes aviones, pero si se planea una estancia puede ser una opción más rápida, aunque menos interesante, para conocerla. Buen calzado y ganas de caminar es lo único que se necesita para llevarse la mejor imagen de esta árida isla bellamente reconstruida por sus habitantes y que, de una u otra manera, la hacen única.
Que le aproveche, Kalí tijí [Buen viaje].
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio