Dicen, los promotores turísticos, que es una de las islas griegas más cosmopolitas y elegantes, pero todo en este mundo es relativo, al menos para el viajero que tiene la dicha de poner en la balanza otras tierras y, entonces, poder ponderar esa afirmación que, evidentemente, puede ser cierta para el colectivo LGTBI+ que tiene en ella uno de sus centros de ocio [algo parecido con lo que sucede en nuestra Ibiza o en la barcelonesa Sitges].
Es una isla pulcra, encalada o pintada de blanco, donde lo característico son sus laberínticos rincones y estrechas callejuelas que me devuelven, cada vez que estoy en ella, a las calles Bajas de la Alhama de mi infancia que, medio siglo después de mi salida, tiene tramos que parecen han sido barridos por un huracán: el tipismo de aquella zona desapareció y, cuando te lo vuelves a recorrer, no encuentras ni un alma.
Algo similar me ocurría en Miconos tras el largo paseo desde donde atracan los cruceros, salvo el camino bordeando el mar y por donde está la carretera, una vez que llegas a la animada zona portuaria y te adentras en su interior, la tranquilidad es la tónica que te acompaña y, el éxtasis de la contemplación, es la cumbre para apretar el botón para las fotos sin temor a que nadie se interponga.
Hora o Chora, la coqueta y liliputiense capital insular no desentona, apenas dos alturas para sus casas y todas dentro de un estilo genuinamente clásico de las islas Cícladas. El blanco apenas se ve alterado por las puertas, ventanas y algunos adornos florales que dan la sensación de estar paseando por un paisaje de postal.
En la zona portuaria me avisaron que no quedaban planos y que era fácil de recorrerla porque, en último extremo, sólo había que regresar al paseo marítimo para orientarse sin dificultad, realmente fácil por el murmullo que allí se da cuando llegan esos miles de viajeros que parecen enjambres con ganas de hidratarse y, otro motivo recurrente: los molinos de viento que están enfrente de una cala que da a la zona portuaria, tomándolos como referencia sabrá siempre en donde está. ¡Bingo: fabuloso, el paseo, el paisaje y el paisanaje! Sólo un saludo en griego y las abuelitas nativas, de estricto negro, encantadas, trataban de facilitarte el paseo. La lección de griego básico resultó genial.
Uno de los molinos, aislado en la coqueta Hora, es el Museo de la Agricultura que abre unas pocas horas al comenzar la tarde, para una persona de origen campesino, poco tiene de novedoso porque, prácticamente, uno encuentra las mismas herramientas de su infancia en el campo. Por lo demás no merece la pena recomendar nada porque, entre el rescate de la UE y la plandemia, aquello quedó desierto y muchos negocios cerraron. Se reinventaron o cayeron para siempre así que nada mejor que dejarse llevar porque Miconos no es una megalópolis que se haga inviable caminando de manera tranquila, recomendamos adentrarse por su laberíntico trazado, dejarse llevar mientras nuestro aparato locomotor lo permita aunque, seguramente, nos pedirá un descanso que podrá ser en cualquiera de las típicas tabernas que casi no han cambiado desde los tiempos del Cinema Pérez y las películas griegas, tiempos en que Irene Papas atrapaba la atención a pesar de ser cintas en B/N. ¡Qué época!
Otro paseíllo podría ser hasta el coqueto barrio de Kastro para contemplar, al menos externamente, su más famosa iglesia, en realidad son cuatro construcciones unidas aunque, desde el exterior, poco se pueda disfrutar. Si alguien está por la zona y la ve abierta lo mejor que puede hacer es entrar a verla porque Paraportiani no es precisamente un templo de fácil contemplación si no estás en alguna de las fiestas, la mayoría de las iglesias están cerradas.
Lo mismo hay que decir de los museos, horarios imposibles o aprovechar durante nuestro deambular para entrar si alguno está abierto, la ventaja es que al ser pequeños las visitas son fáciles y rápidas, dependiendo del viajero y su bagaje cultural, hasta materiales repetitivos, además, la gran mayoría de los visitantes vienen a solazarse en sus playas. Sólo Ano Merá es referenciable, se trata de un pueblecito interior que tampoco es la población tranquila de antaño. Digamos que merece la pena dar un paseo y visitar los monasterios de su zona; la mayoría de los turistas, sin embargo, se orientarán hacia el sur para disfrutar de las parrandas y las juergas nocturnas: hay espacio para todos los gustos e incluso algunas pequeñas calas que permiten disfrutarlas en la más absoluta de las soledades.
Desde el puerto de Miconos es posible acceder a la deshabitada Delos, destino para arqueólogos e historiadores, cuna de los gemelos Apolo y Artemis que parió Leto; la esposa de Zeus no quedó muy satisfecha con la cornamenta de su marido y le largó la correspondiente maldición. Los domingos, en la temporada turística, el sitio es accesible sin coste, salvo el pago del pequeño barquito que suponía algo más que un par de cervezas en cualquier taberna española. Recordar, eso sí, que todos los que van a Delos deben abandonarla a las tres de la tarde: entonces, salvo los vigilantes, la isla vuelve a quedar en silencio con sus restos y sus leyendas.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio