Claude Monet, Impression: soleil levant, 1872-1873 (París, Museo Marmottan Monet). Cuadro al que debe su nombre el movimiento.

José Antonio Delgado Sánchez: «Impresionismo: pintar como no es debido»

El 15 de abril de 1874 se inauguró en el estudio del fotógrafo Nadar, ubicado en el “Boulevard des Capucines de París, una exposición en la que participaban treinta artistas. Nadar ha sido uno de los más grandes fotógrafos del siglo XIX. Era la primera exposición colectiva, independiente de toda intromisión estatal y de la tutela de un jurado. Fue el nacimiento del impresionismo, un acontecimiento revolucionario de gran trascendencia para todas las corrientes artísticas del llamado estilo moderno.

Ciento cincuenta años llevamos impresionados (nunca mejor dicho), entre otros, con Édouard Manet (La Olympia), Pierre-Auguste Renoir (Las bañistas de Filadelfia), Camille Pissarro (Route de Louveciennes), Paul Cézanne (Los jugadores de cartas), Edgar Degas (La clase de danza), Claude Monet (Iglesia de Vétheuil), Paul Signac (El castillo de los papas), Georges Seurat (Tarde de domingo en la Isla Grande Jatte), Henri Matisse (La alegría de vivir), Henri Rousseau (León hambriento atacando a un antílope), Henri de Toulouse-Lautrec (El jockey de Longchamps), Vincent van Gogh (Noche estrellada) o Paul Gauguin (Visión después del sermón: Jacob luchando con el Ángel). Son los impresionistas que llevaron sus exposiciones entre los años 1874 y 1886: a todos les unía la aversión a la Academia. Aunque genuinamente francés, este movimiento se extendió por otros países de Estados Unidos y Europa, entre otros, España.

El nombre “impresionismo” llegó de un comentario bastante despectivo del crítico de arte Louis Leroy a partir del cuadro de Monet “Impression, soleil levant”, una brumosa interpretación del puerto de Le Havre en la región de Normandía donde pasó parte de su juventud. En él, entre otros elementos, destaca un sol naciente rojo anaranjado que asciende al cielo y se refleja en el agua. Fue realizado en 1872 bajo la técnica de óleo sobre lienzo y unas dimensiones de 48cm x 63cm. Aquel término pasó a ser reivindicado positivamente por los artistas.

Su forma de pintar no tenía nada que ver con lo que se hacía antes merced al uso revolucionario de la pincelada y el color para plasmar la luz. Además, estos artistas, impulsados por Manet, salieron del taller para pintar “en plein air”, buscando en sus obras el efecto de “pintura no acabada”. De hecho, sus pinceladas, con trazos visibles, daban la sensación de estar hechas por un principiante; de ahí lo de “pintar como no es debido”. En su mayor parte retrataban escenas cotidianas de la vida urbana parisina.

Con sus creaciones, de una enorme belleza, casi todo el mundo se siente cómodo y a gusto; no obstante, no siempre fue así. El crítico de arte Louis Leroy, como hemos visto, habló peyorativamente de esa primera exposición de los impresionistas. Igualmente, este movimiento chocó con el Salón Oficial de París vinculado a la Escuela Francesa de Bellas Artes, que tachaba estas obras de infantiles e intrascendentes. La Academia sólo quería artistas que representaran cuadros con las temáticas de siempre: de la antigüedad clásica, mitológicas, históricas y religiosas. En este sentido, Will Gompertz afirma que “Los impresionistas, que se reunían habitualmente en el café Guerbois de París, recibieron burlas y fueron proscritos como advenedizos por el mundo artístico. Los condenaron por producir un arte que no era más que caricatura y por no pintar cuadros “comme il faut”. Ellos reaccionaron enfadados pero no se dieron por vencidos. Eran un grupo inteligente, combativo y que confiaba en lo que estaba haciendo; se encogieron de hombros y siguieron adelante”: ¿Qué estás mirando? (2013, pág. 41).

Como he señalado, nuestro país no fue ajeno a este movimiento. Ingo F. Walther, en la obra “Impresionismo, 1860-1920” (2020), dice que “La pintura española ha aportado una fuerte contribución al impresionismo francés” (pág. 571). Igualmente, en “Historia del Arte” (AA.VV., 2006) se recoge que el impresionismo también se extendió por España donde destacaron, entre otros, pintores como Dario de Regollos, el representante más genuino del impresionismo (Dolores Otaño); Joaquín Sorolla (Niños en la playa); Aureliano de Beruete (Madrid desde el Manzanares); Ignacio Zuloaga (Celestina); Santiago Rusiñol (Puerto de Sóller); Ramón Casas (Plein air) o Isidro Nonell (Gitana de perfil), que perteneció al grupo “Els Quatre Gats”, junto a Pablo Picasso y Santiago Rusiñol.

En la actualidad, las pinturas impresionistas se encuentran entre las más apreciadas del mundo del arte. Con motivo del nacimiento de este movimiento, en el Museo de Orsay de París se está celebrando una exposición titulada “París 1874: Inventar el impresionismo”: (26 de marzo al 14 de julio de 2024). Dicha exposición incluye veinte pinturas de la muestra original en el estudio de Nadar para rememorar la muestra que marcó el surgimiento de un estilo que revolucionó la pintura. Para la comisaria Sylvie Patrie “La revolución industrial y la creciente importancia de la burguesía generó temas nuevos, como el ferrocarril, los espectáculos o el turismo, ya que los impresionistas querían mostrar la vida moderna y su visión de una ciudad en plena transformación”. Y para Anne Robbins, la otra comisaria, “La forma de pintar no tiene nada que ver con lo que se hacía antes por el uso revolucionario de la pincelada y el color para plasmar la luz y recrear la impresión que deja en la retina”.

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José A. Delgado

 Maestro,

doctor en pedagogía

y profesor titular de universidad

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