José Ignacio Molina: «De alumno a profe: Mi paso por IES Alhama, mi Alhama»

«Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son», escribió Calderón de la Barca, y uno creció pintando en el horizonte ideas imposibles, caminando hacia los sueños como cuando arranqué a andar desde mi cortijo, porque para el cálculo de mi mirada tampoco estaba tan lejos Sierra Nevá, y algunos, mare mía, hasta se hicieron realidad.

Yo soñaba de niño profunda y fuertemente, como todo infante, con que una mañana, cuando me dispusiera a patita con la mochila cargada de libros y aburrimiento, llegara a la escuela y el colegio se hubiera derrumbado. Y mira tú que pasó, ¡vaya si pasó! A mí colegio, el Conde de Tendilla, un temblor de la tierra lo hizo hincar las rodillas y para nuestra alegría tremenda, aquella mañana confirmamos la idea de que si lo piensas mucho mucho, más todavía, los sueños te se cumplen.

A la puerta del colegio Cervantes, a la hora del recreo, fuimos a celebrarlo y mientras ellos volvían a clase, Fran Chiscate, el Kenny y yo nos íbamos a dar un garbeo con las cletas: «¡Os escupo en la cara!», con ese verso de Federico García Lorca de Poeta en Nueva York pensé abrir una clase de bachillerato, podrían comprobar los alumnos que la tiza de la poesía es mucho más que divanes, gacelas y rosas del amor, pues la palabras de los poetas a veces llevan un cuchillo entre los dientes. El día que entré con el segundo bachiller, revisando el examen de Juanito el de la Placeta, un chaval de sobresaliente, vi que había mencionado a Leopoldo María Panero, y cómo no tenían ni idea de quién era, les dije que era un loco, apartado o amado por la crítica: «Ven hermano, estamos los dos en el suelo / hocico contra hocico, hurgando en la basura», o «Debajo de mí / yace un hombre /y el semen / sobre el cementerio / y un pelícano disecado / creado nunca ni antes», escribió en “Poemas del Manicomio de Mondragón”, un inadaptado que hubiera molado explicar para llegar a la poesía desde su cara maldita, pensad que algunas de sus referencias iban desde Mary Poppins, el Mago de Oz, Peter Pan o Tarzán, hasta T. S. Eliot o el Che Guevara. Solo les pude contar, que habiendo vivido media vida de manicomio en manicomio, contaba que por un paquete tabaco los locos se la comían. Capté la atención, porque si te manejas en poesía, conoces autores y poemas, y transmites la energía que te inunda, creo que puedes llegar a los chavales. A 1o de ESO A, por ejemplo, mandé que hicieran un relato de autoficción, fomentando que despeguen, vuelen y rompan con la realidad, y Bruno “Justillo”, uno de los canteranos que más potencial tiene, para que veáis si hay futuro, lo tituló “El nuevo Ilia Tupuria”, y narra el ascenso vertiginoso de Francisco Cachares en las artes mixtas: «Yo me quedé flipando, Cachares iba a luchar contra Mac Gregor, yo no sabía qué hacer, intenté darle un par de consejos de boxeo sobre un vídeo que había visto en YouTube. Cuando salió al octógono le esquivó todos los golpes a Mac Gregor, cada directo, cada croché, cada upper, todos los golpes los esquivaba, porque Francisco era pequeño y los golpes casi ni se aproximaban a su cuerpo». ¿E o no e un espectáculo? Próximamente, por cierto, porque sé que te has quedado con las ganas, podrás leer su historia y otras tantas en Alhama Comunicación.

Autofoto de José Ignacio Molina con su grupo de alumnos

Volvamos atrás. Mi infancia fue una portería entre dos aceras y la capa de losetas del Conde de Tendilla, el agua cristalina de los caños, una era donde los balones fermentaban con gravilla. Luego dimos el salto al insti, fuimos la primera generación en entrar en primero de la ESO, y también a los primeros a los que no hacían las famosas borregadas. Ni canfort en la cara, ni huevos repellados en el pelo, ni ahogaillos en las fuentes del pueblo. Los tiempos estaban cambiando. Entonces, los profesores aparcaban dentro del recinto, menos Pablo, el de plástica que por temor a represalias (¿por qué sería? Como anécdota recuerdo cuando me cogió del cuello por hacerle un caño en el partido alumnos–profesores de las Olimpiadas. Eran otros tiempos y dicho sea, vacilar le vacilé para sacarlo de sus casillas) guardaba el Vorbaguen en la cochera de Pepe el Antequerano, alcaide donde los haya, y se entraba a las nueve, para la buena salud de todos. Yo, en bachillerato, como la cama estaba mu buena y como mis padres trabajaban y no había ni Séneca ni aplicaciones moernas, aparecía para la una o dos de la tarde, fresco de mente, al dictado de cada día que era la clase de historia. Alguna vez, de los días que llegaba a primera, diez minutillos tarde puede, la clase me dió un aplauso. Eso sí, estudiar, estudiaba, era más o menos un alumno de notable, más bien bajillo, pero notable, y si no era así dejemos que el tiempo y su presunción nos infle los números una mijitilla. Recuerdo que en primero de ESO algunos días salíamos a las dos, esos días eran los mejores, una auténtica reducción de la tortura, y es que para qué nos vamos a engañar, seis horas son muchas horas, como piensa también el Juez Calatayud: « ¿o es que la escuela es agradable, la escuela toa la vida es un tostón, y a los niños normales no le gusta ir a la escuela?». La pedagogía también era distinta, a algún brillante cerebro se le ocurrió, por ejemplo, poner a todos los alumnos revoltosos en la misma clase, el famoso C, elenco con el que algunos profesores pasaban las de Caín.

Arquitectónicamente ha habido avances, el antiguo gimnasio de educación física, el viejo Coliseo de Juan Jáspez, ahora es un sala para conferencias y eventos más amplia que la sala de plenos del Ayuntamiento. Se ha agrandado una de las alas del famoso pasillo central, naciendo dos nuevos, Suso y Yuso, por arriba y por abajo, y hay un nuevo pabellón generoso que se rifan los profes de deporte. El bar sigue igual y, como entonces, Antonio Santana con más ritmo y arte que la mar salá, sigue siendo el camarero, dando un servicio excepcional a la cafetería y al que no le falta la puntilla. A unos chavales el otro día les dijo: «¿vosotros qué, ¿tenéis novia o seguís saliendo con la Inma?». Hablando con él me contaba que cuando estudiaba, siempre que uno se pusiera al final y con las ventanas abiertas, podían echarse un cigarrillo para amenizar la mañana. La consejería también la han cambiado y ampliado, y lo que más me llamó la atención es el sistema de verjas que hay instalado por todo el recinto, que unido a la música del cambio de clase – que por cierto, para desgracia de los alumnos, ya no existen los cinco minutos de canelita en rama y alivio, que eran cinco y algunillo más, momento que usábamos para desfogar un poco e intercambiar cartas con las muchachas – argumenta la idea del instituto como cárcel, comparación que hemos desarrollado en la asignatura de Sociología del Máster de Profesorado. Parece ser que la división por zonas viene motivada desde el covid, la última pelea que puso a Alhama lamentablemente en el foco de la actualidad, y también por varios protocolos de acoso abiertos. En mis años, ahora que me acuerdo, el juego de la clase oscura y la calentura de unos y otras, se fue de las manos y acabó con unos cuantos yendo a conocer al juez Calatayud, ¡vaya pajarraca!

Entrada del IES Alhama

En aquel entonces, como ahora, había alumnos más listos que el hambre, los que hoy llaman de altas capacidades eran denominados antes, por ejemplo, los más pollúos. Mi amigo David Moldero “el Boti”, por ejemplo, más fino que el coral, cuando salíamos de excursión al campo nos iba diciendo los nombres de la flora en latín, vamos, un alumno aventajado que acabó partiendo la universidad, hoy ingeniero y doctor agrónomo trabaja para una de las empresas de almendras y aceitunas más grandes de España. Médicos, profesores, ingenieros, emprendedores… En el otro extremo, los que no sabían hacer la O como un canuto, concentrados en la dedicación de cazar moscar y pintarlas con típex. Hoy se llaman de inteligencia límite o TDH, que es como denominan a los nerviosillos/despistados. La verdad dicha sea, poder haber diagnosticado a estos alumnos de mi generación hubiera servido quizás para que pudieran haber avanzado en sus estudios, porque en mi época a estos NEAE (Necesidades Específicas de Apoyo Educativo) a los dieciséis años les daban una beca para trabajar en la obra de sol a sol. Coger aceitunas y trabajar en la construcción eran actividades extraescolares que podían influir positivamente, pues la terapia de choque laboral era efectiva y dura. El problema era los 1.500 euros que les pegaban y la hipoteca para el León FR…

Hoy tenemos un instituto contemporáneo, atento e igualitario, con más control y conciencia que nunca, y la dinámica común funciona correctamente. El contexto ha cambiado, en mi paso por la ESO había, que yo recuerde, tres o cuatro moros. Me acuerdo del moro de mi clase, el moro Amine, un niño bondadoso que acabó de cocinero y al que le perdí la pista. Hoy hay una comunidad magrebí muchísimo más grande, y ahora el instituto tiene que velar para la integración y desarrollo de nuestros paisanos, porque hay que recordar que nuestra idiosincrasia, como bien demuestra el filósofo Gustavo Bueno, es generadora, por eso el IES Alhama es creativo e inclusivo, como debe ser, y trata de hacer una labor para esta nueva realidad, y es que entre Dios y Alá, además del gusto por el jamón, tampoco hay tanta diferencia: la pasión por uno, el fanatismo por el otro, y que cuando a estos le llega el ramadán, además de quedarse la pista de fútbol vacía, se pegan unas semanas esmayaos deseando cada día que se ponga el sol por Miravete. Pero incluso, ahora que lo pienso, en eso nos vamos pareciendo, aunque nosotros lo llamamos ayuno intermitente y lo hacemos un par de semanas antes de una boda para que nos quepa el traje.

El joven profesor ,frente a su pueblo

Mis sensaciones son encontradas, cuando me apontoco en el pasamanos de madera y subo por las escalerillas de las mismas clases de siempre, algo se me remueve y no hay día que no se me venga una imagen, un flash sin forma ni palabra que me atraviesa. Pero ahora soy yo el que vigila y trabaja para el buen hacer, y quien intenta que los alumnos sobrevivan lo mejor posible a la hora de lengua y literatura. Siempre he creído que un buen profesor puede cambiarte la vida. Yo recuerdo a José Luis Montero andando por el pasillo, despacio, con el hombro caído y la barba tupida: «Cuando tengáis el bachillerato os podrán llamar de Don o de Doña», nos decía, «seréis bachilleres». «¿Y qué culpa tengo yo de tener un sobrino famoso?», comentaba cuando salía en el libro de texto el poeta Luis García Montero, hoy director del Instituto Cervantes. Los viernes a las dos de la tarde, un profesor de geografía de cuyo nombre no quiero acordarme se tomaba un vinillo mientras daba clase. Nadie se echaba las manos a la cabeza. La verdad es que ha llovido y la erosión del tiempo ha provocado que hoy no haya ni baileys para el café. Quizás estoy escribiendo con nostalgia, nostalgia picaresca, y cierto es, algo hemos perdido por el camino, algo de naturalidad y mucho de espontaneidad, pero más hemos ganado si nos ponemos serios. Pero entendedme, para reconstruir el pasado tenemos que tirar de la cuerda de la emoción, también de algunos detallillos para armar el relieve. Por cierto, ya no existe el juego de la cuerda, días donde los gordos se convertían en las auténticas estrellas e ídolos de la pista, ni las famosas Olimpiadas auspiciadas por Juan Jáspez, y es una pena que el centro no cuente con ese plan de actividades para todo el año, que culminaba en una gran jornada de despedida y deporte, batidos de fresa, napolitanas de crema de Chorro Jumo y un polo de Borete… ¿Qué pollas quieres más, por un duro, un guarro?

Para dar clase tienes que tener el gusanillo, y el mío en estos días ha salido al encerado, espoleado por el mismo gusto que me empuja a una conversación, a leer o a escribir mis cosillas. Mi estilo es el de la arenga, y como entrenador tengo que activar a la muchachada «¿Qué paza, queremos ser un equipazo o no?». La actitud marca el aprendizaje, porque un torpe motivado puede aprender lo que no está escrito, y si lo sacas del banquillo y lo pones de titular se come los verbos con un adjetivo alegre. Me sá venío un poema que titulé “Arenga” y que comenzaba así: «Salid a combatir, resistid y desplegaos resbaladizos por las rendijas y raíles de los significados, por los huecos inadvertidos de las basculaciones. Buscad las oportunidades escavando en las galerías del pensamiento, bajo los titulares mojados por la lluvia de lo inmediato, tu propia conclusión. La liga con sus idas y sus vueltas, este intento por combinar palabras y palabras con el elegante desequilibrio de las ruletas francesas, o del carmín de los túneles entre las piernas, un caño, como un recurso literario». Me estoy yendo por las ramas.

Foto de familia con el profesor en prácticas

Para ir terminando, porque el tiempo no es oro sino vida, como decía José Luis Sampedro, me gustaría escribir en la palestra a alguno de los profesores del centro que me gustaría mencionar. Empezamos con Lola, sintaxis de un alma pura y puñetera. Lola es un arcoíris más dos colores. Fortis, mapa de una combinación binaria de bueno y de sencillo, es azul como el cielo. José Manuel, con esa suerte de alegría, junta culata de la buena disposición, es tan legal que pone el intermitente para entrar en la sala de profesores. Blanca, más buena y dulce que las tortillitas de las abuelas, que la primavera, por su inocencia baja el agua clara de los amores secretos. Paloma, capitana de las buenas vibraciones, sobrina de una luna llena, presente de indicativo. María, más lista y astuta que una bruja del medievo. Irene, jefa de estudios, inteligente y voraz boeguera que saca el diente para cazar ratones. Luis, de Física y Química, lleva la fórmula cuántica del buen rollo al cuadrado, o al Juanpe y sus tres efes: feo, fuerte y formal, de economía, que contra la recesión infla la burbuja con el aval del buen ambiente. Y por último, a mi amigo Antonio Arenas, siempre al pie del cañón, quien me invitó a escribir este artículo y al que considero un referente.

José Ignacio Molina

Mayo del 2024

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