“Quod non est in actis, non est in mundo” (lo que no está en los autos no está en el mundo), lo recordaba Ignacio Pérez Sarrión en el blog de espublico al mantener que “cualquier decisión de quien tiene legitimidad para tomarla debe estar escrita y autorizada por quien tiene atribuida la capacidad para ello”… Valiente juicio de valor –permitidme que lo llame así–, utilizado en el Derecho procesal, y que, a mi entender, dando un salto mortal a la realidad de los hechos que estamos viviendo, podría tener concordancia con “los valores personales que tiene el sujeto que emite el juicio y que generalmente forman parte de los valores que comparte con su grupo de pertenencia”, “¿Qué es un juicio de valor”, paulacaneque-psicologa.com.
Tengo para mí que ahora y siempre, en todos los entornos en los que nos desarrollamos como personas, la coherencia debería ser una de las “virtudes” que definiesen a nuestra “alma” y, por tanto, a nuestras relaciones con los demás –sean cuales sean sus razas, doctrinas, creencias u orientaciones–.
Y es que, como reflexión contrastada en el diario vivir, me ocupa la actual la sensibilidad ciudadana a la hora de definir personas o cosas, quizá por la tenuidad de las opiniones y, por tanto, la falta de reflexión sobre los hechos que se imputan. Parece como si la ligereza y la falta de meditación al emitir juicios –junto a la nula introspección y la olvidada ponderación– se alzase como fórmula mágica, bálsamo de Fierabrás, panacea cervantina, cuyos efectos no son otros que el vómito, la fatiga y un intenso sopor.
Reitero que, al menos, la trivialidad y la frivolidad se han adueñado de bastantes discursos socio-políticos, añadiéndoles, además, un final despiadado: la culpabilidad de las víctimas inocentes, agrediendo a los inmutables derechos humanos y a la libertad de expresión.
Parece que hacer el “don Tancredo” –lance taurino que las autoridades han ido prohibiendo– se está volviendo a poner de moda entre muchos de nuestros próceres.
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de
Ramón Burgos
Periodista