Un último huevo le quedaba a la mamá pato porque rompiera. Se volvió a sentar sobre él: unos minutos de más calor serían suficientes para que, al fin, naciera el vástago que le quedaba por conocer. Grande y feo, en nada se parecía a sus bellos hermanos. No tardó la mamá pato en verlo hermoso, aunque el resto de madres y patos no se cortaran en emitir sus pareceres: que si era desgarbado, grandullón… feo.
Ante los picotazos, empujones y burlas de los demás patos, de las gallinas y de la muchacha que les daba de comer, el patito macho huyó triste a los pantanos. Los gansos salvajes le dieron las primeras lecciones de vida: feo pero simpático, todo el mundo tiene sus oportunidades.
Luego en un corral, la gallina que vivía con una anciana le regaló otra de las enseñanzas: solo los amigos verdaderos nos dicen las auténticas verdades. Cuando aprendió a batir sus alas y al mirarse como en un espejo en la corriente, percibió que era un hermoso cisne. Daba entonces por buenas el sacrificio y las adversidades porque le llenaban de satisfacción al valorar ahora la alegría y la belleza, ante los piropos y reclamos de los niños en el estanque de un jardín.
En todos los grupos infantiles y juveniles no elegidos por sus miembros, existe un patito feo.
Aceptarse a uno mismo, aprender a desenvolverse en un entorno no siempre receptivo, experimentar la vulnerabilidad y la frustración, crear tu propio espacio de seguridad y pertenencia, arraigar conductas aunque en los demás no sean precisamente un ejemplo (el respeto, la empatía). Son muchos los desafíos que plantean la infancia y la adolescencia.
Por otra parte, resulta imprescindible la ayuda de los adultos que no siempre somos ejemplos de comportamiento, desde modelos parentales demasiado proteccionistas o independientes. Todo un reto en el ámbito familiar y educativo en el que ambos debemos aprender.
Está fuera de toda duda que las atmósferas familiares y escolares creadas en torno a los jóvenes inciden en sus creencias, aprendizajes y comportamientos. Y en este sentido, la comunicación y la confianza deben ser partes de la misma moneda, dando la libertad que otorga un noble principio: cada individuo debe hacerse a sí mismo. Cada vez se afianza más en los núcleos familiares una sobreprotección de los cónyuges hacia los hijos al transmitirles ciertos miedos: a los cambios, al daño, al dolor, al fracaso. Bien gestionadas, todas estas situaciones fortalecen la autoestima.
Tirando de clásicos, en Juan de Mairena Antonio Machado lo deja claro: «Que, en efecto, hay que tomar partido, seguir un estandarte, alistarse bajo una bandera para pelear. La vida es lucha, antes que diálogo amoroso». En nuestra modesta opinión, ambas a la vez.
José Luis Abraham López
Profesor de ESO
y Bachillerato