Creo –estoy casi seguro– que nos está afectando severamente a muchos de nosotros, sobre todo al enfrentarnos cada mañana a la realidad ciudadana y a nuestro futuro más inmediato: “La dismorfia muscular o vigorexia es un trastorno mental en el que la persona se obsesiona por su estado físico hasta niveles patológicos. Estas personas tienen una visión distorsionada de ellos mismos, se ven débiles y enclenques”, es.wikipedia.org.
Y lo que más me preocupa es que la dolencia a la que yo me refiero tiene difícil cura a estas alturas del partido. Ni siquiera medicándola de manera masiva en una UCI… Pues, acotando la definición antedicha, el padecimiento al que yo me refiero tiene poco que ver con el estado médico de nuestro cuerpo… Y mucho –casi todo– con los trastornos que nos provocan los cambios de opinión y cesiones tercas en los asuntos terrenales y no tan terrenales.
Empiezo a pensar que algo malo habremos hecho para que el Olimpo nos esté enviando no diez –como las descritas en la Biblia– sino innumerables plagas en forma de mentiras, falacias y patrañas.
Admiro a mis compañeros de profesión cuando se enfrentan al papel en blanco que ha de “contar” lo sucedido… Pero también admiro –y mucho– a los lectores que deben discernir sobre la realidad, cercana o no tanto, de lo impreso y su influencia en la cotidianidad.
¡Cuántas veces tendré que repetirlo¡ Somos seres nacidos para la vida en común; con ideas y proyectos diferentes; pero fusionados por la supervivencia universal.
Y sólo así conseguiremos perdurar, pues como mantenía en reflexiones atrás –y lo seguiré manteniendo–: el crédito que nos dan nuestros congéneres no depende de petulancia alguna. ¡Que para imitar las falsedades de otros –o sustentar las propias– ya hay suficientes “payasos”, y no precisamente tan honestos y profesionales como los que trabajan en los circos!
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de
Ramón Burgos
Periodista