No cabe barbaridad más grande que una niña de 16 años, con la fragilidad del pensamiento propio de la edad, se vaya a abortar sin que en casa se enteren.
Llevaba ya muchísimos años desconfiando de los políticos, justamente desde el momento en que pude comprobar cómo mis antiguos amigos, aguerridos militantes y simpatizantes del comunismo, en un alarde de entusiasmo patriótico habían decidido dar un paso hacia la moderación y hacia al pragmatismo hasta empaparse de socialdemocracia, situación que los aupó a ocupar distintos y relevantes puestos de responsabilidad a gran parte de ellos en las distintas administraciones públicas; y aunque muchos hacían ascos a las ganas de comer, se observaba con claridad cómo estos iban acrecentando sus poder institucional erguidos y con audacia. Este cualitativo cambio, al que se sumaron muchos políticos arribistas, se expandió en un santiamén como una epidemia por toda España desde los años ochenta.
Esta situación, además, se percibía con un orgulloso entusiasmo al sentirse liberados de la dictadura, y, en consecuencia, de un sistema injusto, autárquico y corrupto, al que todos debíamos combatir como una tarea inexcusable para el desarrollo moral y cultural de nuestro nación; Sin embargo, aquella actitud subversiva, crítica y extremadamente arriesgada, en la que nos habíamos educado y convivido la juventud universitaria de nuestra época, nunca podría haber imaginado yo que, con el paso del tiempo, todo iba a desembocar en este inacabable nepotismo chusco y ajado que nos invade; como Inimaginable hubiera sido también pensar que el abrazar un sistema democrático, con toda su carga ética de principios, basados en la libertad, diera para tanto a los «nuevos dueños de la sociedad o como se diría ahora: a sus putos amos. Este es el nivel en el que han acabado los credos ideológicos.
Pues bien, el líder o puto amo – como lo llama algún sacristán suyo – se ha rodeado de una cohorte de adscritos a la indolencia que, como otrora, tienen el culo alquilado y, en consecuencia, no se sientan cuando quieren, si no desean perder su sustento económico e institucional. Y es que los seres humanos son muy raramente razonables cuando entra en juego su propio futuro político. Por estos motivos dentro de las cofradías hay que ser persona disciplinada y reglamentaria. En fin, de aquellos polvos estos lodos.
En estas circunstancias, pensar en la diferencia de clases sociales es absurdo, ya no significa nada, no merece la pena, lo verdaderamente importante es atender a todos los movimientos de la ideología contemporánea con todos los corsés que nos impone y cuyo objetivo final no es otro, sino tirar por el desagüe todos los logros conseguidos por nuestra cultura occidental; o lo que es lo mismo, la derrota de la razón frente al triunfo de la brutalidad. El bienestar se ha convertido en una leyenda, la seguridad en un sueño y la libertad en una quimera. De repente, en un abrir y cerrar de ojos, el antiguo orden natural y las viejas normas se ven sometidas por leyes «progresistas», aunque sea adaptando la carta magna o la biblia en pasta a los intereses del aparato utilitarista del gobierno.
Para entender de manera clara hasta donde han llegado las hordas progresistas de este país, baste comentar como hace unos días el Tribunal Constitucional avaló – 7 votos a favor de los progresistas y 4 en contra de los conservadores – la reforma de la Ley que permitía a las menores de 16 y 17 años abortar sin consentimiento paterno. Esto es la mayoría progresista. ¡Menudo progreso! No cabe barbaridad más grande que una niña de 16 años, con la fragilidad del pensamiento propio de la edad, se vaya a abortar sin que en casa se enteren.
Sin entrar en cuestiones estrictamente morales o, quizá, antropológicas – como fueron entendidas por Julián Marías – sobre el derecho de las mujeres a abortar y bautizado desde el poder legislativo con el eufemismo de interrupción voluntaria del embarazo, me parece a mí que, como siempre, las clases más desfavorecidas económicamente serán las primeras víctimas de esta especie de lepra progresista que lo emponzoña todo con ridículas leyes que ponen en el disparadero a niñas muy jovencitas ante el temor de que sus familias acojan de malas maneras su situación y, consecuentemente, se podrían sentir aisladas en su entorno con el miedo en el cuerpo y con diferentes grados de ansiedad, de confusión y de incredulidad. Por el contrario, familias acomodadas y, sobre todo, bien estructuradas seguirán el camino de siempre: clínicas privadas con los correspondientes apoyos externos (psicólogos) y el arrope de su ambiente más próximo.
Hemos enloquecido, me parece increíble que cuando la ley impide, con toda lógica, a un menor o a una menor comprar o consumir tabaco, bebidas alcohólicas o cualquier tipo tóxicos, así como permanecer en discotecas, salas de fiestas, salas de juego, etc…, sin embargo, una chiquita pueda ir a abortar, si manifiesta expresamente este deseo en un hospital público o privado, sin protección y cuidado alguno de sus padres. Pues bien, a estas pifias legislativas le llaman ahora progreso, otra mentira más.
(NOTA: Este artículo de Pedro López Ávila se ha publicado en las ediciones impresas Ideal Almería (pág. 16), Ideal Jaén (pág. 18) e Ideal Granada (pág. 18), correspondientes al viernes, 28 de junio de 2024)
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