Copio algunos comentarios de antiguos alumnos de Castilléjar, sobre mi artículo, Las viejas escuelas, que escribí en 2003, y lo he publicado recientemente en Facebook.
José. Leandro, eres un máquina. Estupendo tu comentario sobre aquellos tiempos ya tan lejanos, pero que no se borran de la memoria y de los que casi sólo recordamos las cosas buenas. Como es lógico recuerdo todos los nombres que citas, aunque no sé a qué Carmen te refieres diciendo que ha fallecido hace dos años. Muy bien por tus escritos.
Leandro. Gracias por tu generoso comentario, paisano José, aunque no sé quién eres. Este artículo lo tenía en el baúl de los recuerdos y casi no lo recordaba: resume cómo fueron aquellos años de la infancia. Me refiero a doña Carmen, la maestra, la mujer de Jesús Martínez, que falleció en Granada.
Granada Sandoval. Hola Leandro, me ha gustado mucho leer tu escrito sobre las escuelas de antes, lo describes tal cual. Recuerdo tal como dices aquellas latas del brasero, única calefacción que nos hacía algo agradable las horas de clase, aquellos cánticos de entrada y salida, las tablas de multiplicar, las letanías de rezos y la disciplina aplicada. Me ha gustado recordarlo y te felicito por refrescarnos la memoria con tanto acierto. Una razón.
Leandro. Gracias por tu comentario, amiga Granada Sandoval. Este artículo lo tenía olvidado y me he deleitado con la lectura y los recuerdos que me traía. Hace dos días, una prima me decía en Galera, esta es la casa donde vivía don Andrés (iba y venía a Castilléjar en moto por un camino de tierra), mientras que una amiga de mi prima me dijo que era familia del maestro. A esta edad tardía uno se detiene en los recuerdos y en los pequeños detalles de la infancia, en ese otro mundo que idealizamos. Un abrazo
Hombre. Yo también estuve en esas escuelas creo que les llamaban la Tercia
Mujer. Yo también fui muchos años y esa fue mi escuela
Hombre. Yo también fui a esas escuelas
Hombre. También estaba Doña Petra, que era excelente
Leandro. La última vez que vi a doña Petra en Granada, me dijo: «Me hubiera gustado tener una hermana». Un tiempo después se fue a vivir con un familiar a otra provincia
Mujer. Yo también fui a esas escuelas, yo me acuerdo de Doña Petra que vivía en la cuesta yendo para el río. La de Don Miguel estaba donde dices, que daba al patio donde nos concentraban antes de entrar en clase
Leandro. Las niñas estabais en la planta de arriba, para estar separadas de los niños
Mujer. Si, Leandro, estábamos en la planta de arriba, aunque yo empecé abajo con una hermana de un cura que se llamaba Carmen
Mujer. Yo también estuve con ella, con seis años empezábamos el curso, y después con doña Luisa, también estuve en el colegio de los Evangelistas con otras dos maestras, una era la mujer del médico que había entonces en el pueblo y otra creo que era novicia o algo así, era monja jovencita…. que buenos recuerdos
Leandro. Como anécdotas recuerdo que echaron en clase algunas películas mudas de el Gordo y el Flaco, y en otra ocasión vino un inspector de Enseñanza a preguntarnos a los alumnos de don Miguel Lozano
Mujer. Pili, yo me acuerdo de ti de ir a la escuela, yo también estuve con doña Petra, doña Luisa y doña Carmen, para mí la mejor fue doña Carmen
Hombre. Doña Luisa tenía muy mal genio…, todos los niños con miedo, así era en aquellos tiempos
Leandro. Voy a contar una anécdota cuando yo tenía seis o siete años. Mi familia era vecina de doña Luisa, un día mi hermana y unas amigas estaban jugando a la comba en el soportal, donde mi padre repartía las cartas. La madre de doña Luisa salió con unas tijeras y le dijo a las niñas: “Como la cuerda pase de la mitad de las losas, la corto”. Y de tal palo…
Mujer. De Gloria si me acuerdo de ella, en mi clase había una, supongo que es tu hermana. ¿Y tú también venías a la misma clase? Qué alegría me da cuando leo de gente que se acuerda de mí, es como volver atrás en el tiempo y poner cara a la gente y vivir esos años de nuestra infancia que nunca volverán pero no olvidaremos
Mujer. Eso me pasa a mí, éramos muchísimas niñas y niños, recuerdas con las que hemos tenido contacto o por vivencias, la pena que entonces no había lo que tenemos ahora… Para mí uno de los grandes maestros de Castilléjar fue D. Emilio y de los Olivos, Doña. Isabel, así como Antonio ‘el Quito’, los recuerdo con mucho cariño, eran grandes personas
Mujer. Pues sí María una pena que no tuviéramos el móvil como hoy. Y sí creo que la mayoría pensamos en Don Emilio y Doña Carmen y eso que son los que mejor nos trataban. Que lastima que yo solo los tenía de suplencia
Mujer. Si yo iba a la misma que mi hermana Gloria, ella vive en el pueblo, ¿te acuerdas de las Casas Baratas?, pues ahí vive ella
Mujer. Pues entonces, Leandro, ya sé de dónde venía el carácter de la maestra… Menudo genio, eso tampoco se olvida
Leandro. Tengo la imagen grabada, la madre amenazando con las tijeras a unas niñas que jugaban a la comba. Mi madre no se lo hubiera permitido y con doña Luisa no tuvo problemas porque las dos tenían bastante genio… Yo también tuve maestros que me pegaron y castigaron o más que a vosotras, hasta el párroco me daba capones por ayudarle y echar muchas horas de monaguillo. El método era “la letra con sangre entra” y en esos años nos enseñaban a palos. Muchos años después he tomado café con algunos maestros y los he visitado en su casa, cuando ya no podían salir a la calle. Aquella época no daba para más y no podemos juzgarlos con la mentalidad de hoy. El escritor francés, Albert Camus, cuando le concedieron el Premio Nobel en 1957, lo primero que hizo fue escribir una carta de agradecimiento a su maestro porque a él le debía haber cursado estudios.
Mujer. No sé ni cómo podíamos ir al cole como corderitos sabiendo lo que nos esperaba. Lo bueno era cuando se rompía la regla con la que nos daban y lo contentas que nos poníamos. Pero al día siguiente la niña del carpintero le llevaba otra y se rompía la magia… jajajaja
Leandro. Nosotros nos restregábamos las manos con ajos porros porque pensábamos que así no nos dolían los reglazos… Nosotros, tan convencidos de los efectos milagrosos de los ajos porros, hasta que te arreaban un reglazo y entonces decíamos, ‘!joer!’
Mujer. Yo también me acuerdo de todo esto, era lo que había
Leandro. Antes las escuelas funcionaban así, hoy es un mundo completamente diferente
Hombre. Había un maestro sordo que, al entrar en la clase, se quitaba el cinturón, lo enroscaba en la mesa para imponer temor y si veía jaleo cogía el cinto y daba correazos a tajo parejo, a toda la clase menos a Miguel Zambudio porque era más bajito, se salvaba casi siempre.
Leandro. Sería don Pedro ‘el Sordo’, se dormía, formábamos jaleo en clase y nos arreaba con la correa… Cuando falleció el marido de doña Carmen, Jesús Martínez, en 1990 (yo lo veía cuando iba de vacaciones a Granada), ella se fue a vivir con su hermana, que vivía en el piso que estaba por encima del de mi madre… De don Miguel recuerdo los dictados, también la lectura, nos ponía a 6 o 7 niños de pie, haciendo corro alrededor de su mesa, y leíamos algún cuento. Ponía en la pizarra una serie de cantidades de seis o siete cifras, pero yo todavía no sabía leer los números y alguno de al lado me soplaba: 2.493. Y así estuve un tiempo.
En 1930, en una humilde casa de la Argelia francesa, un maestro trata de convencer a una familia para que su hijo continúe con los estudios en vez de obligarle a ponerse a trabajar. Esta escena, tan repetida en todas las épocas, tuvo dos protagonistas: el maestro, Louis Germain, y un alumno brillante, Albert Camus, que era nieto de españoles. Esta fue la carta de agradecimiento que el escritor le dedicó a su maestro, poco después de recibir el Premio Nobel.
A su madre le dedicó la novela El primer hombre, con esta frase: “A ti, que no podrás jamás leer este libro”. Ella no pudo leer ninguna de sus obras, porque era analfabeta.
Leer otros artículos de
Funcionario jubilado, articulista y autor de los libros
‘Diálogos en la tierra de los ríos‘; ‘Gabia, la memoria perdida‘;
‘Leandro: Castilleja de los Ríos en blanco y negro‘
y ‘Artículos del Altiplano y de Granada‘