Vuelve a mi diario vivir el lema –grabado en piedra y protegido por las piezas de artillería colocadas en sus almenas– de la Casa de los Tiros: “el corazón manda”.
Al clavar mis ojos en él, siento que me pide –a voz en grito– que expulse todos aquellos sentimientos que empañan mi alma de contradicciones políticas o religiosas.
Realmente considero que, para esta tarea titánica, voy a necesitar ayuda externa y sabia, pues experimento una forma de posesión cuyos objetivos pueden “ser una persona o animal, objetos e incluso lugares como pueblos o casas”… ¿Precisaré de un exorcismo? –“la práctica religiosa o espiritual realizada contra una fuerza maligna” (demonios, espíritus, brujos, etc.)–, es.wikipedia.org.
Con todo, creo que la solución es más sencilla: ¡Vivir en sociedad plena! Y es que la larvada aversión que subyace, al fin y al cabo, en la mayoría de las acciones que “atiborran” nuestras mentes, son, en el fondo y en la forma, el hilo conductor que nos lleva a la deshumanización.
Parece que, en estos tiempos, por menos de un “quítame allá esas pajas” – expresión “de escasa presencia coloquial y que se aplica a algo de poca dificultad o importancia que se hace rápidamente, en un periquete o en un pispás” (fraseomania.blogspot.com)– nos convertimos en “hombres lobos”, estrellas de una película de terror que se proyecta en las pantallas de nuestras calles y plazas, sin necesidad de ningún aparato tecnológico; basta con nuestras “actitudes antiurbanas”.
Ahora, casi seguro, que todos podríamos aportar un ejemplo sobre lo escrito, desde la pérdida del saludo, pasando por las miradas hirientes, hasta llegar al insulto o a la agresión física. Pero, no lo dudéis todo ello tiene su razón en la malvada cosificación a la que nos están –nos estamos– acostumbrando y sometiendo.
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de
Ramón Burgos
Periodista
