“Una novela más, divertida y obscena, de Pedro Juan Gutiérrez”
[Ralf Fitz James]
La presente reseña, una vez más, es fruto de la casualidad, pues la referencia al mundo de la radio no esperas encontrarla en una novela de este tipo. Pero sí, tras leer la novela y, disfrutar con ella, sobre todo en estos tiempos sembrados de estolidez a nivel planetario, donde cualquiera se convierte en el censor de turno o te crucifica porque no comulgas con sus dogmas, atreverte a hincarle el diente a una obra de este tipo, no deja de ser una osadía, sobre todo teniendo en cuenta que el mundo, hoy, está polarizado en torno a una serie de dogmas que, curiosamente, nos trajeron aquellos que nos prometieron libertad y nos metieron en el sonambulismo más nihilista y alienante, y todo lo que nos vendrá.
El autor cubano no engaña al que se adentra en sus obras. Es cierto que desde aquella primigenia obra de El Rey de La Habana uno espera más. Pero tampoco logra superar a su debut [o al mío como lector de su prosa] aunque no nos dejará indiferentes. Es cierto que nos advierte que es una obra de ficción, que nada tiene que ver con la realidad, pero cualquiera que haya estado en CUBA podrá darse cuenta que esa advertencia es simplemente una licencia literaria para satisfacer a determinados energúmenos de la nomenklatura: la vida es la vida y siempre hay que tener las espaldas cubiertas, aunque ya no vivas en el paraíso del socialismo tropical.
Y ese es precisamente el gran mérito del escritor matancero: su facilidad para llevarnos a un territorio donde prima la hilaridad que, parodiando, me devuelven a tiempos pretéritos con personajes como Charles Chaplin, los Hermanos Marx, Cantinflas o Tres Patines de la Tremenda Corte que todavía genera dividendos para los listos del primer mundo que se hicieron con los derechos de ese material y siguen ganando, colocando a emisoras de medio mundo, aquellos tremendos y jacarandosos programas de radio.
Advertir [también] que hay que tener un buen bagaje para interpretar mucha de su jerga o slang como dicen los anglosajones, pero con las facilidades de hoy en día, a golpe de clic, uno podrá solucionar ese pequeño percance que, a lo sumo, hace detener momentáneamente la lectura. Para los que conocen «el paraíso tropical» es obvio que sabrán interpretar las mil y una situaciones jocosas allí descritas; para los obnubilados por el barbudo es evidente que será una buena patada en el trasero. Hay que ser duros de mollera para no haber entendido lo que ese siniestro personaje instaló en una tierra tan hermosa y donde, precisamente, la mujer es realmente mujer.
Y hecha esta pequeña observación, vayamos al mundo de la radio, no tenemos gran cosa, pero al menos unas cuantas parrafadas sí que aparecen, debidamente espaciadas, en esta hilarante novela que, sin quererlo, nos traslada a situaciones jocosas vividas por uno mismo en esa isla de peculiar encanto.
«Me metió en la boca el biberón con leche tibia azucarada y encendió el radio para escuchar la novela. Le gustaba mecerse en el sillón mientras me daba la leche y escuchaba la novela. El radio era plástico, de color crema, y tenía dos grandes botones delante. Se oía «Candilejas», de Charles Chaplin que bajaba a fondo del locutor. Con voz muy gruesa y cavernosa, el tipo decía:
-Diiiiiiiiiiiiiiiiivoooooooooooooooooooooooooooooooociadaaaaaaaaaaaaaa…, una novela original de Fulano de Tal, en versión para la radio de Mengano más Cual.
«Candilejas» subía de nuevo para disolver con el narrador, que también colocaba su voz muy grave, en la boca del estómago, y pronunciaba cuidadosamente cada sílaba:
-Ofelia se sentía muy desgraciada. Lo peor no era la fiebre y la expectoración continua. Ya estaba convencida de que había contraído la tuberculosis. Sus días estaban contados. Pero su fe cristiana y sus oraciones a la Virgen le daban resignación para aceptar el destino divino. Lo peor era que su hija siguiera confiando en aquel hombre. Rolando no era el hombre ideal para Anita…
Después del narrador aparecían los hombrecitos y las mujercitas. Diminutos. Casi microscópicos. Decían su bocadillo dentro del radio y volvían corriendo a esconderse en el cable. Así se pasaban todo el tiempo de la novela: corrían desde el cable hasta el radio, hablaban un poquito, y regresaban corriendo a esconderse en el cable. Yo los veía pero no podía escucharlos. Aparté la botella de leche y bajé. Agarré el radio, lo arrojé con fuerza contra el piso y lo desbaraté en pedacitos pequeños». [42/43]
«Me enviaron a una unidad de zapadores, cerca del aeropuerto de La Habana. Hacía frío y había que levantarse a las 5.30 de la mañana para hacer ejercicios durante media hora, desayunar un poquito de leche en polvo aguada con un pedacito de pan, y escuchar un programa de radio, formados todos en el polígono. No he podido olvidar jamás aquel programita de comentarios políticos. Era como levantar la tapa de los sesos a cada recluta, depositar aquella melcocha y volver a cerrar el cráneo. Un poquito todos los días. Todos los días. Todos los días.» [117]
«¿Te gustan los Beatles, Pedro Juan?
-Sí, pero figúrate…
-Están prohibidos.
-Tanto como prohibidos no, pero…
-Sí, tanto como prohibidos sí.
Me trajo una larguísima lista confidencial de grupos y cantantes que no podían pasarse por las emisoras de radio y televisión. Era un documento interno del Instituto de Radiodifusión. Alguien decidía qué era «diversionismo ideológico» y qué era aceptable. No pregunté detalles.
-Tengo Yellow Submarine, White Album y Revolver.
–Lo tiene todo.
-Casi. Quiero conseguir los que me faltan.
Para mí era un banquete. Primera vez que podía escuchar tranquilamente a los Beatles. Después del segundo té con ron bailamos un poco. Ella fue al lado, a la casa del vecino, y trajo hierba. Cerró la puerta y le metimos. Y ya.» [152/153]
«Era una mujer mayor pero se movía con rapidez. Puso el radio mientras freía los huevos y el bacon:
-Un poquito de música. Este lugar se ha puesto muy aburrido desde que se fue la familia. La suerte mía es el radio.
-¿Trabaja aquí hace años?
Me sirvió los huevos y el bacon. Vio que no tenía servilleta y se apresuró a traerme una, de tela blanca, con monogramas.» [178]
«Lucía, no me atormentes a este príncipe, que tú hablas demasiado. Dame un cafecito.
Lucia ni abrió la boca. Respetuosamente le sirvió el café y bajó el volumen de la música en la radio.» [180]
«Una noche, de madrugada, acabamos una botella y nos quedamos en silencio. En aquella casa eran tan podres que no tenían ni un radio de mierda. Miré bien la botella. No quedaba ni una gota de ron. La puse sobre la mesa suavemente y decidí irme. Era febrero del ’71 y hacía frío.» [210]
Y ahí acaba la radio en esta novela que es todo un descubrimiento, vaya que si estuviera todavía la colección La Sonrisa Vertical no desmerecería estar en esa serie catalogada, en su día, de “guarra”. Algunas escenas de sexo son dignas de aquella original colección que se realizaba en Barcelona.
Podría ser que alguien la encuentre fuerte pero, para personas adultas, totalmente formadas, no creemos que la novela le lleve a sonrojarse, en todo caso puede provocarle algún inusitado calentón a su Amiga Inseparable.
El nido de la serpiente podría servir para animar a la lectura a nuestros adolescentes y que dejaran, momentáneamente, «las maquinitas alienantes», como en su día hiciera Sidney Poitier cuando interpretaba a un profesor en una zona de alumnos difíciles en los Estados Unidos. ¡Seguro que se enganchaban a la lectura porque el Mecanoscrit del segon origen no es precisamente una obra para atraer adeptos a las letras catalanas por mucho que encumbren a Pedrolo, y fuera de obligada y alienante lectura, en el triángulo catalán!
Que disfruten de Pedro Juan Gutiérrez, que tengan muchos y buenos momentos de dicha en el nuevo año y que el Dragón les traiga muchos y gratos momentos en la vida: recuerden que es única, que hay que vivirla en intensidad, sabiendo que vivimos de prestado: sin amarguras.
Autor: Pedro Juan Gutiérrez,
Editorial: Anagrama, Narrativas Hispánicas,
Lugar y fecha de publicación: Barcelona 2006,
Páginas: 211
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio