«Recuerdos de París (2/2)»

Hay una iglesia cerca de la urbanización, la Virgen del Calvario, de manera que se oyen las campanas dando las horas, algo parecido al sonido de las campanas de la Catedral de Guadix. En la parte baja de la pared del campanario hay una placa de mármol, con la cabeza de un sacerdote en relieve, que fue fusilado por los alemanes durante la II Guerra Mundial.

Precisamente, en agosto, se ha celebrado el 80 aniversario de la liberación de París. En la capital francesa entró una División al mando del general Leclerc y algunos tanques venían rotulados con los nombres de batallas de la Guerra Civil española: Teruel, Brunete… Copio lo que sigue porque pocos lo saben: Los republicanos españoles de la 9ª Compañía, inscrita en la 2ª División de Ciegos del general Leclerc, fueron los primeros soldados en regresar a París el 24 de agosto de 1944. Eran soldados republicanos exiliados, que se alistaron en el ejército francés para combatir a los alemanes. Pero este hecho fue silenciado en Francia hasta hace poco, porque el mérito de la liberación tenía que ser para el ejército francés. Al finalizar la Guerra Civil, en abril de 1939, medio millón de españoles cruzaron las fronteras con Francia, la mayoría fueron llevados a improvisados campos de concentración, como el de Argelès sur-Mer, donde fallecieron centenares por falta de alimentos y de medicinas. Cuando en marzo pasado yo vi la playa de Argelès a lo lejos (solo la conocía por las fotografías), donde hacinaron a los exiliados españoles, me emocioné y lloré, como describo en mi artículoViaje al sur de Francia. Otros muchos españoles fueron capturados por los alemanes, en Toulouse y en otras ciudades del sur de Francia, y deportados a los campos de concentración alemanes donde mataron a unos ocho mil. Otros deambularon por las calles de Paris y de otras ciudades de Francia (país que ha servido de refugio a miles de españoles, a políticos e intelectuales durante diferentes épocas), pues tuvieron que exiliarse.

Corona de flores, en memoria de un sacerdote mártir ::LGC

Una mañana, mi mujer y yo cogimos el metro y fuimos al centro de París pero los billetes que me había dado mi hijo no servían, de manera que validaron dos en la ventanilla. Nos pasamos la mañana viendo el impresionante Puente de Alejandro III (un regalo de este zar a Francia, a finales del siglo XIX), junto a las instalaciones deportivas de los Juegos Olímpicos pues estos días se están celebrando los Juegos Paralímpicos. También visitamos los jardines del Louvre (ya conocemos el museo), que estaban atestados de centenares de turistas, muchos sentados en el césped o comiendo un bocadillo. También vimos los numerosos batobús que transportan a los turistas por el Sena, así como las gabarras que llevan mercancías…

Puente de Alejandro III ::LGC

Sin embargo, al regresar al mediodía, los restantes billetes del metro tampoco servían a pesar de que la oficinista nos dijo lo contrario. A las trece horas no había nadie en la ventanilla y la máquina expendedora estaba estropeada. No sabíamos qué hacer hasta que un joven mexicano, que estaba por allí, nos dijo que pasáramos por la puerta que utilizan los inválidos. Colarse sin pagar te puede costar una multa de cincuenta euros, pero había que arriesgarse. En la planta de abajo había una ventanilla abierta y el mexicano le explicó en buen francés a la trabajadora nuestro problema, ya que nosotros apenas lo hablamos. Nos dejó bajar al metro sin pedirnos los billetes, de manera que fueron dos buenos detalles de personas generosas en cuestión de minutos. Si no hubiéramos tenido que coger un taxi o ir a otra parada de metro. Antes de despedirnos, el mexicano nos dijo que estaba estudiando en la Universidad de París y que los latinos somos muy diferentes a los franceses. Al bajar al andén, vi que el metro de la línea 13 estaba estacionado y que iba a salir de un momento a otro, de manera que salí corriendo para no perderlo pero sin querer di un zapatazo en el suelo y caminé inclinado con las manos hacia adelante unos tres metros, estuve a punto de caerme en cualquier momento. Incluso llegué a pensar que iba a chocar con el vagón, pero logré recuperar el equilibrio y entré como una bala por la puerta. Algunos sonrieron al verme (por la forma de entrar, y eso que no me vieron haciendo piruetas en el andén) y menos mal que apenas había gente en el vagón sobre las trece horas, que si no hacen fiesta a mi costa. En la semana que estuvimos en París solamente llovió un día y las temperaturas normalmente eran 17 grados por la mañana y 27 por la tarde, de manera que se notaban la humedad y el aire fresco. Aquello era un verdadero alivio, comparado con el calor sofocante mezclado con el polvo del desierto, que se respiraba en Granada con temperaturas cercanas a los cuarenta grados.

El autor del artículo, ante el edificio del Museo del Louvre

En el viaje de regreso a Granada, venía el mismo azafato que en el vuelo de ida y cuando aterrizó el avión me preguntó si Granada quedaba lejos del aeropuerto: a unos nueve kilómetros, le dije. Como era estadounidense, de casualidad le pregunté que si era de California. Respondió afirmativamente y entonces le dije que el embajador de los Estados Unidos, Washington Irving, escribió Cuentos de la Alhambra, en el siglo XIX, y es el libro que más se vende en Granada. El azafato conocía varias ciudades españolas y prometió que visitaría pronto Granada. Te encantará conocerla, le dije al despedirme. El comandante del avión era español y cuando informaba por los altavoces se le notaba amabilidad y cercanía, por eso, cuando pasé por su lado me despedí dándole las gracias por el vuelo.

Leer la primera parte:

Leandro García Casanova: «Recuerdos de París (1/2)»

Leandro García Casanova

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