Acaban de “adjetivarme” –gracias, pues, al menos y entre otras cuestiones, me resulta “interesante”– como “opinador”, aunque tengo ciertas dudas sobre la razón del por qué se ha hecho.
Hasta ahora, y por si era otra la intención del ser que lo ha esparcido, he mantenido, y mantengo, –con Danilo Enrique Noreña Benítez, “Significado de opinador”, Diccionario abierto y colaborativo, significadode.org– que no soy más que una “Persona que emite conceptos según su criterio. Persona que opina o enuncia lo que considera apropiado”.
Si bien es cierto que “Un buen opinador merece respeto y credulidad”, no quiero pensar que exista la menor duda –al menos en mi caso y en otros muchos– sobre la anteposición de estos dos conceptos (sobre todo el segundo) a la hora de lanzar mis reflexiones: siempre basadas en las vivencias propias y en la realidad del día a día.
Las opiniones –mucho más aquellas que gozan de altavoz– no pueden ser partidarias ni partidistas aún cuando mantengan –difícilmente evitable– concepciones propias del alma del que las proyecta. Lo contrario sería “adoctrinamiento”, lo que es más propio de mujeres u hombres de vista sesgada y con intereses ilegítimos.
Así, os invito –y me invito– a que, ante los ataque suicidas de las falacias, pongamos pié en pared y analicemos todas y cada una de las falsedades y vanas promesas con las que nos han asaeteado y con las que nos van a seguir crucificando, pues la solidez, antónimo de la debilidad, tiene su base en los cimientos de la formación universal; es decir: en el respeto a los derechos humanos y, por tanto, a cada uno de nuestros congéneres y a su libertad de conciencia.
Y lo dicho –os lo ruego– no puede ser interpretado, en ningún caso, como “inconsistencia”: “Cuidado con las personas que no se sienten frágiles. Son duras, dictatoriales. En su lugar, las personas que con humildad reconocen su propia fragilidad son mucho más comprensivas con los demás” (papa Francisco, Rome Reports).
Deja una respuesta