La educación de niños y jóvenes es una preocupación creciente entre familias y educadores. Solemos escuchar que los jóvenes han perdido el respeto a sus mayores o que se desenvuelven en espacios públicos sin consideración a lo que les rodea. Las noticias de medios de comunicación y nuestra propia experiencia no desmienten que ello no ocurra entre las nuevas generaciones (‘millenials’, zeta o alfa), denominadas cada decena de años por diferencias de comportamiento, actitudes y pensamientos en este fluir vertiginoso de los días a que estamos sometidos. La tarea educativa de familias y escuela es bastante compleja, como lo es una sociedad diversa y con un horizonte inmenso hacia donde dirigir nuestros desvelos educativos.
¿Cómo afrontar hoy el reto de la educación de los hijos y alumnos? Los cambios sociales han provocado en el entorno familiar y escolar nuevas situaciones y experiencias. Desde hace tres o cuatro décadas se ha abierto un panorama de incertidumbre ante los nuevos modos de comportamiento de las jóvenes generaciones. La sensación de vértigo siempre ha existido, pero quizás en el momento presente esté más dimensionada.
Tras la infancia, los niños empiezan a desligarse del camino trazado por padres y educadores, van creando sus propias alternativas. No obstante, hasta ese momento de ‘separación’ también reciben otros estímulos, paralelamente les llegan miles de mensajes intencionados, tácitos o subliminales a través de otros medios de transmisión de conductas e ideas (entorno, televisión, grupo de iguales, redes sociales o plataformas digitales). Cuando los espacios de desarrollo personal trascienden del ámbito familiar se generan nuevos contactos y preferencias. En esta evolución, las redes sociales se han convertido en un universo donde explorar, tan sugerente como peligroso.
Cada generación es educada en unos principios morales y valores diferentes o, acaso, transformados por el tiempo y las nuevas realidades impuestas. Pensar que nuestros hijos van a ser educados con los mismos patrones sociales que tuvimos en nuestra infancia es de ilusos. Las influencias recibidas en las sociedades actuales no lo permiten. Existen nuevos códigos de comunicación y conducta, otras interpretaciones del mundo exterior, que parecen dejar a padres y docentes al margen.
Nuestro tiempo es difícil que tenga vuelta atrás, ni que los niños y jóvenes de hoy se conformen con menos. Como consuelo y remedio de males nos queda la educación de aquellos egos insaciables, con la esperanza de que algunos de nuestros hijos o alumnos puedan convertirse en menos insaciables y más conscientes del abismo a que les conduce la publicidad, el mercado o un esnobismo desmesurado. Padres y docentes sabemos contra lo que luchamos: el individualismo egoísta o hedonista promovido por lo que Victoria Camps denominaba “soberanía del mercado, cuya oferta sin límites estimula la satisfacción inmediata de cualquier deseo”. Y que el profesor Enrique Gervilla lo resumía al decir que todo queda relativizado al sujeto y a cada momento, con una ausencia de sentimiento de culpa, donde es más importante la estética que la ética.
La sociedad posmoderna, que hace décadas se empeñó en convencernos de que era preferible mirar por nosotros mismos antes que por los demás, solo busca transformarnos en nuestra propia república a través de una publicidad samaritana: “Porque tú lo vales”, “Aquí eres el King”, “Destapa la felicidad” o “¡Red Bull te da alas!”. Creemos tener autonomía, pero no decidimos, somos números en la sociedad del hiperconsumo, la autoexplotación o la hispercomunicación, donde, como señala Byung-Chul Han en La expulsión de lo distinto, esta “expulsión de lo distinto genera un adiposo vacío de plenitud”.
Las influencias en la mente de los jóvenes se redefinen continuamente. La ventana al mundo de redes y plataformas, ofertantes de un universo imposible de gobernar, al que acceden de modo exponencial cada vez con menor edad, es inmensurable. Más agentes sociales, más influencias, más mensajes, más caminos con vericuetos que ignoran a padres y educadores, lanzan ofertas directas a esos jóvenes para que elijan en el extensísimo y variado escaparate puesto a su alcance. Un universo de influencias repleto de mensajes encriptados que solo ellos saben descifrar.
¿Quiénes educan a los niños y a los jóvenes en las sociedades posmodernas?
La acción intencionada o no intencionada de educar no es exclusiva de un solo agente, cada vez queda más desfasado el binomio familia-escuela. Para que ambas no pierdan el protagonismo que creemos han de tener, deben estar atentas a todo lo que circunda a hijos y alumnos. Pensar que, si van al cine, a actividades extraescolares, al parque, a divertirse en los artilugios electrónicos, se mueven como seres asépticos, envueltos en una burbuja de cristal, sin afectarles nada externo, es tener una visión miope del mundo actual.
La toxicidad en la información en redes y plataformas digitales es una cuestión tan peligrosa como abominable. Modelos tóxicos, estereotipos infectos, machismo, lenguaje soez, expresiones chabacanas o denigración de la mujer, es lo que ‘alimenta’ intelectualmente a gran parte de nuestra población joven, consumidora de entretenimiento basura, que va configurando su capacidad de decir y pensar, alejándose del conocimiento y el análisis de la realidad histórica y presente ofrecida por la escuela y otros agentes sociales educativos.
Nos ha engullido la trivialización del saber y la cultura, resultando más difícil separar hechos de fantasmagoría, conocimiento serio de rumores y extravagancias. Estos son los referentes de nuestros hijos y estudiantes, los que les educan, no sus padres ni la escuela. Los nuevos púlpitos, multitudinarios, donde se modelan personalidades, han cambiado de oficiantes y predicadores: ‘instagrames’, canciones con letras infames, ‘youtubers’, ‘tiktoker’.
(NOTA: Este artículo de Antonio Lara Ramos se ha publicado en las ediciones de IDEAL Almería (pág. 22), IDEAL Jaén (pág. 18) e IDEAL Granada (pág. 20), correspondientes al lunes, 16 de septiembre 2024
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