A mis amigos, Luis y Encarna, que tanto aman a Bella.
“Aunque tú no lo sepas/Me he inventado tu nombre”, Run.
Los primeros rayos de sol apuntan tras El Conjuro, amanece un nuevo día. Mi amigo Luis y yo nos disponemos a dar nuestra caminata diaria al rumor de las olas ¡Cuánto disfrutamos de ese paseo, aunque, a veces, nos cueste tanto trabajo y esfuerzo! Solemos hacer el camino en silencio y sólo ocasionalmente lo interrumpimos para hacer algún ligero comentario sobre alguna noticia de actualidad o sobre algún hecho cotidiano. Coincidimos en muchas cosas y ambos amamos de sobremanera la Naturaleza. A esas horas encontramos a más de un paseante que saca a su perrillo a hacer sus necesidades y da gusto ver a los animalillos cuyo corazón se desboca jubiloso en locas carreras plenas de energía y satisfacción. Me repite Luis, con cierta frecuencia, que quien no respeta a los animales no tiene corazón. Ni siquiera pide que se les ame sino que se les respete.
Y de repente tú, Run – “Aunque tú no lo sepas/Me he inventado tu nombre”. Fue al doblar un recodo del camino cuando apareciste ante nosotros y con un nudo en la garganta nos miramos sin saber qué decir. Tus dueños, una pareja de mediana edad, te llevaban paseando delicada y despaciosísimamente , ella enlazada a tu correa y tú acompasando el paso al artilugio de dos ruedas que necesitas para poder caminar porque tus patas traseras –quizá algún endemoniado atropello, pensé- están absolutamente inutilizadas. Hablar de tu mirada, hablar del mimo, hablar de la ternura, hablar del temblor de la emoción de tus dueños es casi entrar en el mundo de lo inefable, tan alejado de ese otro mundo de la estulticia tecnológica en el que vivimos cotidianamente. Por un instante la vida ha renacido, ha cobrado otro sentido, ha dejado de ser “un caos entre dos silencios” como glosa tan acertadamente Manuel Vicent a Samuel Beckett en uno de sus últimos artículos.
Durante varias mañanas buscamos con la mirada la presencia de esta pareja sin ningún resultado positivo. Dábamos casi por hecho que Run y sus dueños habían desaparecido de nuestras vidas sin dejar rastro, llevados por la vorágine del final de las vacaciones de verano Por puro pudor no nos habíamos atrevido a entablar conversación con ellos y ahora nos habíamos quedado sin saber cuál era la historia del dálmata, conocer s sus dueños y felicitarlos por su actuación ejemplar tan llena de generosa abnegación y de tanto amor. Por fin, cuando la esperanza de conocer a Run y a sus dueños se había evaporado, esta mañana los vi venir a lo lejos, frente a nosotros. No podíamos dejar pasar la ocasión y, apresurando el paso, con el corazón desbocado, tuvimos la oportunidad de estar frente a Run y felicitar cálidamente a sus dueños por su extremo amor. Así hemos sabido que el tratamiento quirúrgico de unas hernias discales lo han llevado a ese estado de invalidez. Cuando todo parecía que iba a salir bien, algo se torció y el sufrimiento, la rabia y la frustración, sus dueños la combaten con un inmenso amor hacia el animal, y una atención tan abnegada como plena de ternura. Y creo, en el fondo de mi corazón, que eres un perro tan feliz como lo son tus dueños por tenerte y por poder compartir contigo el paso de la vida. Sin tragedias ni más sufrimiento que el necesario.
Frente a los imbéciles, que se rasgan las vestiduras por el hecho de que se promulguen leyes que protejan a los animales; frente a los desalmados, que abandonan sus mascotas como como si fueran un objeto más -286.682 es el número oficial de abandonos en el año 2023-; frente a las mentes embrutecidas, que se creen, en su prepotencia estúpida, muy superiores a los animales; frente a la incomprensión y, en no pocas ocasiones, la burla de gentes sin corazón; frente a la barbarie, en suma, tú, Run, y tus dueños os habéis convertido sin proponérselo en una bandera de la sensibilidad , la Razón y la Civilización.
Esta noche Run –“Aunque tú no lo sepas/Me he inventado tu nombre”- sentado frente a mi ordenador se me ha venido a la memoria la canción de Quique González -basada en un poema de Luis García Montero- y tan magistralmente interpretada por el malogrado Enrique Urquijo, y te he visto mimosamente enlazado a tu dueña, feliz , paseando tu desgracia y la mañana y dando la oportunidad al ser humano de ser precisamente eso: humano. Nunca olvidaré tus manchas negras sobre la piel blanca a la luz del amanecer como jamás olvidaré la delicadeza, el mimo, la generosidad y la ternura de tus dueños, que según sus propias palabras te consideran uno más de la familia. Bien lo sabemos quienes tenemos la fortuna de tener mascotas.
BLAS LÓPEZ ÁVILA
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