Proyectos de inclusión y convivencia social a través del deporte

A raíz de los Juegos Olímpicos de París de este pasado verano, escribo unas líneas sobre los clubs deportivos que, además, tienen un proyecto de inclusión y convivencia social a través del deporte. Y priorizan la inserción escolar y la lucha por el éxito académico como ascensor social. En estos clubs la asistencia al colegio y la lucha por el éxito académico son un requisito indispensable. Estos proyectos están, generalmente, atendidos íntegramente por voluntarios.

Las reglas son pocas, pero están claras: hay que ser puntuales, hay que ducharse después del partido, hay que venir a hacer los deberes y no se puede faltar al cole. ¿Las consecuencias de no cumplirlas? No jugar en el partido del sábado.

Si uno vuelve al párrafo que abre este artículo, se dará cuenta de que estamos ante algo bastante inusual. Porque estos clubs deportivos son un núcleo de resistencia que pregona las bondades del voluntariado frente al exceso de profesionalización y burocracia que pueden acabar por convertir la acción social en una mera empresa de servicio.

Es una defensa acérrima de la educación, y educación exigente, como ascensor social. Es una apuesta clara por una gestión positiva y realista de la diversidad que, sin negar sus complejidades, rechaza convertir la convivencia en una guerra de trincheras. Es una demostración práctica de que la realidad siempre es el mejor punto de partida para solucionar de verdad los problemas.

El deporte se convierte en el espacio en el que chicos y chicas aprenden a convivir entre ellos, sabiéndose diversos, pero no distintos, como seres humanos. Además de jugar, los equipos compiten en las ligas normalizadas, lo que significa que todos los fines de semana se enfrentan a los de otros barrios. A veces, les toca jugar en casa y son los demás equipos los que tienen la oportunidad de acercarse a su realidad.

Los partidos no están exentos de conflictos, pero nada del otro mundo. Y los voluntarios piensan: “si a mí me han ayudado, tengo que ayudar”. El voluntariado es una de las claves del éxito de estas iniciativas. Algo a contracorriente en tiempos de profesionalización de la asistencia social. En los voluntarios, los jóvenes encuentran acompañantes, entrenadores, profesores y referentes, algo de lo que están muy necesitados. El sentimiento de ser querido y ayudado por una persona con nombre y apellido facilita el arraigo y aumenta el sentido de compromiso de los adolescentes con la sociedad en la que viven.

Rebajar la exigencia de la educación en nombre de un falso asistencialismo no les hace ningún favor a los más desfavorecidos. La escuela se convierte en la única vía que los chicos tienen para salir de la precariedad. Así, en una sociedad que cree que el ascensor social está roto, los clubes deportivos de esta índole reivindican todo lo contrario. La educación saca a los jóvenes adelante. Eso sí, con una educación exigente.

Un cordial saludo a los lectores y lectoras de IDEAL en Clase.

Antonio Alaminos López

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