¡Qué diferencia entre los mitos tradicionales y los que ahora estamos creando –o intentan “autocrearse”–! Sobre todo aquellos que navegan por las aguas procelosas de la “autoridad” –ya sea de moral, formal, burocrática, o de cualquier otro tipo– y que intentan empoderarse (apoderarse) a base de falacias y concesiones fuera de toda ética y solidaridad.
Estos últimos, sin lugar a dudas, se corresponden con la cuarta definición del Diccionario de la RAE, y, en ningún caso tienen nada que ver con la tradición oral o escrita: “Persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene”.
Ya resulta hasta aburrido –por no engordar el texto con otras palabras– el “dale que dale que dale, toma que toma que toma” (“La reja”, letra de Carlos Valdivieso y música de Francisco Alonso) como única razón, incluso más allá del “yo más que tú” –lo que indefectiblemente puede desembocar, como en la película de Chantal Akerman, “Je, tu, il, elle”, en una escena lésbica provocativa y voyeurista (filmaffinity.com)–.
Nos enfrentamos a seres parabolanos –“Persona que inventa o propaga noticias falsas o exageradas” (RAE)– cuyo primordial objetivo es destruir cualquier norma de convivencia pacífica que contradiga su irracional modo de egocentrismo demagógico.
Sin excusas, entiendo que tenemos que dar un paso adelante para, por ejemplo, no hacer la olla gorda a los ya muchos expertos “agigantadores de curículums”. Detener, de una vez por todas, a los aprendices de brujos y hechiceros ocultos tras lenguajes siniestros. Mandar a galeras a todos aquellos que intentan anteponer sus particularidades a lo que es común y beneficioso para el resto de los humanos.
Y, además, me mantengo en plantear que necesitamos más que nunca un cambio profundo en las leyes y costumbres que rigen lo que yo defino y defiendo como uno de los más importantes derechos ciudadanos: la elección de “nuestros admirables”. Y, por ende, la única forma de colaboración que puede entenderse a día de hoy –y de mañana–: la fidelidad sin maquear.
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