Dejábamos atrás el palacio normando y tocaba orientar los pasos hacia una zona menos pateada por el visitante. Uno se aleja habitualmente de la misma por el aire poco amistoso de las vistas y los ajados monumentos que no invitan, precisamente, a entrar cuando uno llega con tiempo limitado; pero vale la pena realizar el retorno hasta llegar a la célebre calle Maqueda y luego seguirla hasta llegar al Teatro Massimo donde daremos por finalizada nuestras jornadas de descubrimiento por la otrora orgullosa y señorial ciudad de Palermo.
Digamos que hay un par de cosas que tenemos que intentar saborear en este último paseo: su teatro y su historia. La ciudad ha servido para recrear bellas historias y grandes actores anduvieron por esos rincones, entre ellos tendríamos a Burt Lancaster, Marlon Brando o el inolvidable Cinema Paradiso. ¿Quién no recuerda el Gatoparto, El padrino o Divorcio a la italiana?
Pues en este trillado y ajado Palermo se rodaron películas que en el celuloide costará de identificar debido a la realidad decadente de la ciudad, algo lacerante, porque realmente fue hermosa. Continuaremos ruta por la calle Maqueda que nos ofrece infinidad de edificios de uso civil o religioso que harán que nos preguntemos muchas cosas pero, sobre todo ¿por qué se ha degenerado tanto esta urbe? [Aunque hay que colegir que los cascos históricos han ido sufriendo el mismo y desdichado destino que los ha llevado, en muchos casos, a su desaparición; eso sí, aparece un ladrillo de hace 2.000 años y todos salen corriendo para protegerlo y declararlo monumento].
Si observamos cuidadosamente, hasta el nombre de los establecimientos comerciales te atraparán, por ejemplo, tras pasar las célebres cuatro esquinas, fabulosas, monumentales, siempre concurridas, andaríamos unos centenares de metros y encontraríamos el comercio MC MARICÓN. Exacto, así como suena; en su día envié la imagen a La Vanguardia y la publicó para solaz y disfrute de los verificadores de Facebook que, en su alucinante hipocresía, te acusan de utilizar un lenguaje ofensivo ¿tiene la culpa el paseante de esa toponimia? No, eso es evidente, pero los sabuesos andan detrás de cualquier cosa que pueda significar ofensivo porque así lo han decidido los especímenes de lo políticamente correcto: si se mueven de su cómodo sillón, el mundo se hunde.
Nosotros seguiremos hasta llegar al final de la calle para disfrutar del magnífico edificio que alberga al teatro Massimo en la Plaza del genial Giuseppe Verdi: todo un símbolo del renacer de la ciudad a finales del XIX. Fue diseñado por Giovanni Battista Filippo Basile y se colocó la primera piedra en 1864 y se acabaría nada menos que en 1897. No fue una obra fácil ni sin problemas, hubo que proceder a demoler el denominado Barrio Aragonés, las antiguas murallas de la puerta Maqueda, la iglesia de San Giuliano, el monasterio e iglesia de San Francesco… Una obra hercúlea que dejó uno de los mejores teatros del mundo para la ciudad y, si no fuera por los paneles indicativos, uno podría suponer que la construcción es cualquier cosa históricamente hablando, pero en realidad estamos ante la tercera ópera más grande del planeta. Una obra civil que conmemoraba la unificación de Italia.
El Teatro fue dedicado al rey Víctor Manuel II y sus casi 8.000 metros cuadrados le confirieron esa categoría inmensa que lo convertirían en una de las óperas más grandes del orbe. Hay posibilidad de visitas guiadas, aunque lamentablemente no las ofrecen en español; una de las cosas positivas es que los grupos son pequeños y en italiano logras ir reteniendo lo básico de este bello templo del divertimento, irradiador de cultura y buen gusto. Eso sí, conviene reservar para asegurarse poder entrar, pero hay que colegir que fuera de temporada, a primera hora, no hay problema para conseguir ser incluido en algún grupo porque suelen haber huecos o gente que no aparece en su momento, los lugareños no suelen ser habituales.
El circuito te dará un buen paseo e infinidad de datos de la construcción o de los espectáculos, desde el foso de la orquesta hasta los pisos superiores donde se suele culminar el paseo con la visita al palco real y todos querrán inmortalizar la imagen en el lugar en que se rodó la célebre escena de El Padrino, sobre todo los amantes del inmortal Marlon Brando que bordó el papel. Por cierto, en las Canarias en aquel viaje primigenio en el mundo de los cruceros, me quedé con las ganas de la camiseta con el personaje, aquí en Palermo, en la primera visita, nada más salir de la Terminal, me encontré una señora que las vendía y fue lo primero que compré: acababa de desquitarme de esa pregunta que me atormentaba ¿por qué no la compré en Tenerife nada más verla?
Entre la visita y el entretenimiento, deambulando por sus dependencias, con suerte se nos habrán ido tres horas y, dependiendo del programa, igual tenemos que iniciar el regreso a nuestros aposentos que pondrían fin a una decena de visitas a esta ciudad ajada, decadente, pero aún señorial, atractiva, monumental, hospitalaria y abierta donde el visitante, si se olvida de la dejadez y la ruina por doquier, disfrutará de rincones realmente fantásticos.
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