Intermitentes a todo color

Suele pasar, con bastante asiduidad, especialmente en las rotondas y en los cambios de dirección, que quien conduce un vehículo “olvide” usar los intermitentes, acción ineludible para que el resto de las personas –a pie o al volante– conozcan, de primera segunda y tercera mano, sus verdaderas intenciones, lo que conlleva, sin lugar a dudas, evitar el correspondiente golpe y, aún más, alguna que otra “salida de corazón” llena de un aluvión de palabras irrepetibles.

La señalética de la circulación actual, mucho más avanzada que cuando tirábamos de las manos o activábamos aquellas primitivas aletas que, ante la sorpresa general, emergían de la furgoneta DKW, debería acaparar otros ámbitos de la vida; especialmente el de la relación personal.

Ya sé que quizá se trate de una solicitud –comparación– poco acertada, pero es que cada día estoy más sorprendido de las variaciones sin previo aviso que realizan algunos, poniendo en peligro nuestros más “sagrados principios”.

Y no me refiero sólo a las decisiones apresuradas y faltas de visión de futuro de aquellos mandamases que pululan en los ámbitos de los poderes central, autonómico o local.

Hay otros casos mucho más cercanos que afectan a la convivencia pacífica: por ejemplo, nos hemos empeñado –se han empeñado–, con cualquier excusa –tradiciones, devoción popular, etc.–, en “sacar comitivas a la calle”, acompañando el desfile con los más variados y altisonantes fuegos de artificio y otros ruidos atronadores (cualquier día y a cualquier hora), rozando el límite que podría considerarse como justo (¿cuántas cofradías, por ejemplo y a estas alturas del año, con rayos y truenos, han pisado las calles de nuestras localidades mientras las iglesias no consiguen completar aforo?).

Por favor: no penséis que únicamente arremeto contra las hermandades católicas –es conocida mi devoción al respecto–, la reflexión es mucho más amplia; sólo pido un poco de cabeza a los responsables (sean civiles o religiosos), pues me parece que se podría estar tergiversando el fin primordial de estos actos, incluso levantando un notable cabreo ciudadano.

Ramón Burgos Ledesma

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