El valiente viaje misionero del Papa Francisco por países de Asía y Oceanía

Con anterioridad a la Primera Guerra Mundial no hacían falta pasaportes, es decir según la RAE, “el despacho por escrito que se da para poder pasar libre y seguramente de un pueblo o país a otro”. Antes de 1914 daba la impresión, falsa, de que la Tierra era de todos; y que todo el mundo podía ir adonde quisiera y permanecer allí el tiempo que quisiese. Por los menos eso parecía en los relatos y novelas. Seguro que en la realidad habría sus grandes limitaciones. Sí, había salvoconductos para los lugares en conflicto y documentos de identificación. El pasaporte español es de los más positivamente valorados a nivel mundial. Viene esto a mi memoria ante la creciente preocupación en la Vieja Europa con el continuo flujo de inmigrantes en busca de un futuro mejor.

Hoy no voy a citar el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), que habla de la circulación, residencia, salida y regreso de las personas, entre territorios, incluso del propio. Comprendo que los Estados pueden y deben regular y organizar la inmigración. Pero hoy me voy a fijar, con motivo del valiente viaje misionero del Papa Francisco por países de Asía y Oceanía, en el Catecismo de la Iglesia Católica que, en mi limitado entender, parece claro y equilibrado en esta materia:

“Las naciones más prósperas tienen obligación de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero que busca la seguridad y los medios de vida que no puede encontrar en su país de origen. Los poderes públicos deben velar para que se respete el derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de quienes lo reciben.

Las autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas”.

Como es sabido, los inmigrantes, parecen ser un elemento clave para la prosperidad de los países de acogida, constituyendo una fuerza de trabajo y de consumo importantísima… Pero estas no son sólo las razones principales… ¿No les parece?

Un cordial saludo para los lectores y lectoras de IDEAL en Clase.

Antonio Alaminos López

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