Cap. IV Del Régimen franquista a la constitución de 1978
En la posguerra los españoles se van a ver abocados para su subsistencia – a finales de los cincuenta – a una masiva emigración que había provocado el paro de una España destruida aún por la guerra; situación que, a su vez y, paradójicamente, fue un alivio para el régimen, pues permitía la entrada de divisas del extranjero. En los años sesenta el auge del turismo incidirá también sobre una mejora económica, pero de la misma manera ocasionará un cambio en las mentalidades y en las costumbres. Mientras tanto, la incorporación de España a la Europa industrial se hacía día tras día más incuestionable, sobre todo, por el peso de una política más tecnócrata que adoptó el régimen. No obstante, la oposición al franquismo era cada vez más evidente; las organizaciones sindicales y los partidos políticos eran cada vez menos clandestinos e, incluso, comenzaba a vislumbrarse, desde los sectores conservadores, los primeros síntomas de malestar social y de oposición al «Generalísimo».
Estaba claro, había un gran desfase entre el desarrollo económico (consumismo) y el régimen político. La unión de los obreros, de los intelectuales, y de los estudiantes universitarios – alentados por gran parte del profesorado – hacía presagiar que el fin del franquismo estaba cerca, aunque nuevamente desde el norte – a finales de los sesenta – aparecieron oscuros nubarrones: la banda terrorista ETA comenzó impíamente a asesinar a civiles y a militares, reivindicando fines muy distintos al restablecimiento de un sistema democrático. La creencia colectiva en la libertad se veía empañada nuevamente por las ejecuciones que planificaban y desarrollaban estos comandos autónomos de criminales que, junto con de otro grupo terrorista de ideología marxista-leninista apareció a principio de los años setenta en el escenario español, el FRAP (Frente revolucionario antifascista y patriótico).
La agonía del franquismo tuvo dos momentos trascendentales: el magnicidio del almirante, Carrero Blanco (1973), presidente del Gobierno español en la dictadura, y la muerte del General Franco (1975). La transición a la democracia parecía que se vislumbraba como un hecho irreversible, aun cuando una gran parte de los militares observaba, con mucho recelo cómo los acontecimientos se precipitaban cada día con los asesinatos que cometían grupos terroristas de forma sorpresiva. Antes bien, a pesar de tanta incertidumbre, la forma de vivir, de sentir, de expresarse, de comprender el mundo, de interpretarlo, de romper con los convencionalismos, y hasta la forma de vestir ya había roto con todos los paradigmas morales del franquismo, si bien, habría que decir que las últimas ejecuciones del régimen se llevaran a cabo apenas dos meses antes del fallecimiento del dictador
Desde el punto de vista estrictamente político, Franco, con mucha anterioridad, ya había designado a su sucesor (1969), Ley de Sucesión. Se trataba nuevamente de la Restauración de la Monarquía borbónica por parte de un militar que, a su antojo, hizo recaer sobre el nieto de Alfonso XIII, Juan Carlos I, la jefatura del Estado a título de Rey. La citada ley fue ratificada por las Cortes franquistas ese mismo año. De este modo, dos días después de la muerte del dictador el 22 de noviembre de 1975 fue proclamado por las mismas cortes rey de España, Juan Carlos I, saltándose la legitimidad sucesoria al trono de su propio padre, Juan de Borbón, que tuvo que renunciar a sus derechos dinásticos y ceder la corona (1977) para evitar males mayores. El general, Franco, nunca estuvo dispuesto a ceder la corona a su legítimo heredero, que permaneció exiliado en Estoril y no regresó a España hasta el restablecimiento del sistema democrático.
A partir de aquí, los acontecimientos se sucedieron de forma vertiginosa con el primer gobierno de Alfonso Suarez con el referéndum para la reforma política (1976), legalización de los partidos, retorno de los exiliados, amnistía, supresión de la censura, desarrollo de las autonomías y redacción de la Constitución en 1978. Europa asistía atónita al insólito paso de una dictadura a una democracia. Sin embargo, un vendaval de contrariedades se avecinaba a esta neonata democracia: crisis energética mundial (1973), la inflación se desbocó hasta alcanzar casi un 25%, el paro iniciaba una era ascendente y un déficit galopante que, junto al desarrollo del terrorismo, fueron terrenos fértiles para justificar intentonas involucionistas, que culminaron nuevamente con el frustrado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, tras el sangriento año (1980) en el que el terrorismo se cebó asesinando a más de un centenar de personas.
No obstante, la democracia, a pesar de todas las dificultades, ya era un hecho imparable y Felipe González, al frente del PSOE, ganó las elecciones en 1982, iniciándose así una nueva etapa (1982-1996) que vino a significar la integración definitiva de España en el concierto europeo con la adopción de medidas neoliberales, el abandono definitivo de la ideología marxista y la adhesión de España a la OTAN. A partir de aquí, se sucedieron gobiernos de distintos signos – socialdemócratas y conservadores –, todos abiertos al capital privado y a la competencia mundial dentro de un mundo globalizado.
Ver capítulos anteriores de ESPAÑA, UN FRACASO POLÍTICO
Capítulo I: Literatura y sociedad. Primera Guerra Carlista
Capítulo II: Segunda guerra carlista, Amadeo de Saboya, primera república española y Alfonso XII
Capítulo III: Alfonso XIII, la proclamación de la segunda república y dictadura de Franco
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