Rodolfo Padilla con un ejemplar de su libro ::R. P.

«En ‘Ajuste de cuentas’ aparecen adicciones, enfrentamientos entre personajes y venganzas personales que acaban en tragedia»

Rodolfo Padilla (Ogíjares, Granada, 2000) es escritor y presenta en unos días su tercer libro de relatos, ‘Ajuste de cuentas’. Tras publicar sus dos primeros en la editorial Nazarí de Granada, da el salto a Cartagena y ficha por Balduque, un referente de la edición independiente con un importante catálogo de donde salió, por ejemplo, el premio Setenil para Diego Sánchez Aguilar en 2016.

Buenas, Rodolfo. Volvemos al cuento. ¿Por qué?

Buenas, Juan. En primer lugar, gracias por dedicarme tu tiempo para hablar de Ajuste de cuentas. El cuento, como decía Fresán en una entrevista, tiene una acción terapéutica más efectiva que la novela, sobre todo en un mundo obsesionado con la productividad y la velocidad, el relato es el oasis de un día donde hace falta desconectar, aprovechar un trayecto en autobús o leer por las noches sin miedo a perder el hilo porque su propio carácter preciso e intenso mantiene la atención que la novela, sobre todo de cierta extensión, en un pasaje poco interesante, puede no ser capaz de conseguir. Además, me siento deudor de aquellos escritores que me hicieron obsesionarme con el relato, en particular con el relato fantástico, como Borges o García Márquez.

¿Qué ingredientes tiene que tener un buen relato?

Como te decía, el relato tiene que ser preciso e intenso, ganar por K.O. como diría Cortázar, además de contar con cierta universalidad. En pocas páginas no hay espacio para andarse por las ramas, para digresiones y descripciones minuciosas, hay que purgar la historia que queremos contar hasta quedarnos con los elementos imprescindibles y desechar aquellos cuya omisión no interfiere en la comprensión. Un relato no puede permitirse aburrir, sino que necesita agilidad y conmociones constantes que sorprendan y atraigan. Aquí entra la idea de la universalidad: el ser humano ha contado cuentos desde siempre para comprender el mundo que le rodea, ya sean los fenómenos naturales y la relación con la divinidad que encontramos en la mitología o la alienación, nuestra propia existencia o la relación entre el individuo y la sociedad de los relatos de Kafka. Aunque esto lo puede conseguir también la novela, el formato conciso del relato hace que sea ideal para conseguir esto.

Hablando de los personajes. Los tuyos son inadaptados, melancólicos e idealistas. Vaya mezcla.

Sí, son personajes que han soñado y han fracasado. Han soñado con una vida ideal, con un mundo mejor, con la libertad, pero también tan tomado decisiones equivocadas o se han enfrentado a circunstancias adversas hasta caer en la decepción y el desánimo. Por eso viven agarrados a una ilusión muerta que les impide avanzar. En cualquier caso, este inmovilismo no es fruto de un único obstáculo, sino de un cúmulo de caídas, arrepentimientos y resignaciones. En palabras de Pavese: «un clavo saca otro clavo, pero cuatro clavos forman una cruz». Se encuentran en un punto donde es absurdo cambiar el rumbo o volver a empezar porque todo lo que han intentado les ha salido mal, ya han formado su cruz. En muchas ocasiones, esa cruz está determinada por causas externas, por eso son inadaptados, porque mientras ellos sueñan y persiguen un ideal, se enfrentan a un mundo rígido, egoísta y de apariencias que parece olvidarse de la humanidad y del prójimo para defender el utilitarismo, la falsedad y una rutina productiva a la que terminan por someterse.

Cubierta del libro de relatos de Rodolfo Padilla, ‘Ajuste de cuentas’ (Ed. Balduque)

¿Va por ellos ese Ajuste de cuentas del título o va por ti como autor?

El título va por los personajes, pero he intentado cumplir también con ese principio de universalidad que comentaba al principio. Reconozco que me costó elegir. La decisión giraba en torno a dos opciones, Ajuste de cuentas y Los días perdidos, y cada vez les daba una interpretación distinta para justificar uno u otro título. Al final, me quedé con el título actual por su dualidad. Siempre que se lo digo a algún amigo la respuesta es la misma: en broma o en serio piensan que puede ser un libro de relato de suspense o que trate temas más escabrosos como las drogas o, en todo caso, tengan la violencia como telón de fondo. Es cierto que en el libro aparecen adicciones, enfrentamientos entre personajes y venganzas personales que acaban en tragedia, así que puede leerse en un sentido literal, pero esos enfrentamientos surgen a menudo de un conflicto de los personajes consigo mismos o con una sociedad alienada. El arrepentimiento o la decepción demuestran el fracaso de un tipo de sociedad demasiado superficial e individualista con la que hay que «ajustar cuentas».

El cuentista Franco Chiaravalloti le decía a Verónica Nieto hace poco, en una entrevista para Quimera, que tras publicar ahora su cuarto libro de cuentos, la gente no para de preguntarle si la novela ya, que para cuándo la novela. ¿Te ha pasado?

Sí, estamos tan acostumbrados a que las novelas acaparen el mercado editorial, los estantes de las librerías y que los autores más comerciales sean de novelas que escribir cuentos se ve como algo marginal o como un paso previo antes de dar el salto a la novela. Puede ser que en algún momento dé ese salto, pero de momento me divierte escribir relatos porque me dan más posibilidades cuando tengo menos tiempo. Además, escribir relatos en estas circunstancias me parece una forma de rebelión contra lo comercial.

Comienzo de uno de los relatos

¿Es porque el género en España se considera menor?

Creo que asociamos con frecuencia cuento con literatura infantil y juvenil, por eso utilizamos también relato para diferenciar, para darle más solemnidad. Por el contrario, se confunde la «gran literatura» con volumen y eso no siempre es así; nada más ojear ciertas novelas actuales escritas «al peso» que acaparan el mercado editorial y que podrían prescindir de un buen número de páginas sin que eso afectara a la comprensión y al contenido. Creo que era Gracián quien decía eso de que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Es imposible leer El Llano en llamas de Rulfo o cualquiera de los cuentos de García Márquez, Borges, Bioy Casares, Raymond Carver, Ángel Olgoso o David Roas y pensar que pertenecen a un género menor. Por suerte, parece que esa tendencia empieza a cambiar con premios del prestigio del Ribera del Duero y el Setenil que le dan su justo lugar al relato.

Recomiéndame un par de libros de relatos.

La elección es difícil, aunque si me tengo que quedar solo con un par, diré Doce cuentos peregrinos de García Márquez y El Aleph de Borges. A los dos les tengo un cariño especial. Con el primero, mientras leía «El verano feliz de la señora Forbes», me surgieron algunas ideas que más tarde se convertirían en «El precio de la libertad», el relato con el que gané el concurso de la Biblioteca Universitaria. Con El Aleph descubrí a Borges y empezaría una obsesión por los espejos, los laberintos, los sueños, la memoria y el olvido, temas que también están presentes en los relatos de Ajuste de cuentas. García Márquez y Borges determinaron mi gusto por el realismo mágico y el género fantástico.

Bueno, Rodolfo, nos vemos el 30 de octubre, a las 19 horas, en Librería Picasso.

Juan Peregrina Martín

Escritor y crítico literario

Redacción

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