Esta histórica isla me quedó grabada cuando, en la EGB de mi tiempo, se enseñaba historia. Era el último año que asistía, en mi Macondo natal, a la escuela en la que en ese tiempo, tras superar las pruebas, te entregaban el Certificado de Estudios Primarios [un lustro después continuaron con el denominado Graduado Escolar].
Recuerdo que se examinaban todos los que estaban en octavo curso y aquellos que, aunque no tuvieran la edad, habían llegado a ese nivel: todavía no había aparecido en el horizonte la milonga de la edad que tanto daño hizo a las nuevas generaciones ¿maduran todos los tomates de una mata al mismo tiempo?, pues algo de eso se hizo con el ser humano. Todos, por decreto, deben estar en el mismo curso según el año de nacimiento, no importa que seas de enero o de diciembre, el político de turno decide por la naturaleza y, de esa guisa, hemos llegado a donde nos encontramos.
Ahí había unas clases que nos hacían disfrutar aunque a veces sólo los más curiosos, picados por el gusanillo de saber más, se iban a la biblioteca que, entonces, funcionaba en los bajos del Ayuntamiento junto al Juzgado de Primera Instancia: en ambos casos eso también pasó a la historia pero, al querer saber más sobre Napoleón, nos llevó a la, entonces, remota isla de Elba donde estuvo el Emperador.
Se trata de una pequeña porción de casi 225 km², la mayor de las del grupo denominado archipiélago toscano, perteneciente, administrativamente, a la provincia de Livorno. La coqueta capital insular tiene poco más de 20.000 habitantes y motivos más que suficientes para no defraudar al visitante, goza de un clima privilegiado en esta zona del denominado Mar Tirreno y la mayoría de sus ingresos proceden del turismo que se ve facilitado por los barcos de diferente calado que la unen a Piombino o Livorno de manera regular, también recala en Portoferraio algún que otro crucero.
La isla tiene un histórico pasado, intenso y desigual. Unas veces como fuente de recursos, otra como centro de disputas donde la historia fue dejando sus huellas como si se tratase de muescas de la vida. Los griegos la explotaron entre el X y el VI a. C., seguidamente llegaron los etruscos -muy interesante el yacimiento arqueológico localizado en Tuscania ya en territorio continental- que dieron paso a los romanos, período longobardo, dependencia de Pisa y Estado Soberano entre 1814-1815 que coincide con el tiempo napoleónico.
¿Cómo tan corto período dejó tanta huella en la isla? Es evidente que no debía de existir la aznarcracia de nuestros días porque, al menos en donde resido, en dos años apenas si se ha movido medio metro cualquier expediente de construcción: hay tantos que viven de la bicoca, que no cejan en su lucha por estrujarte y complicarte la vida, como si las obras te resultaran gratis.
El puertito de Portoferraio está enclavado en un saliente costero que tiene una excelente rada para fondear y aquí fue donde el célebre Cosme I de Médicis [XVI] mandó construir los fuertes de Falcone, Stella y Linguella. En la parte alta del núcleo histórico es donde se localiza la casa del Emperador que, a pesar de su relativa pequeñez, suele acumular una buena cola para poder visitarla aunque no es fácil llegar a ella, las cuestas y las escaleras son la constante en el camino. El fuerte de Linguella acoge en la actualidad el Museo Arqueológico. Por el tratado de Fontainebleau [11.04.1814] se concedía Elba, Montecristo y Panosa a Napoleón; el emperador dimitido llega a la isla el 3 de mayo siguiente, en ese par de años de calendario, en la práctica ni llegó a completar un año de estancia, quedaron las dos residencias que hoy atraen a los visitantes: la Villa de San Martino más suntuosa, menos familiar y la Villa del Molino que era desde donde divisaba el entorno y controlaba lo que se movía. Otro lugar que tiene predicamento es el denominado Teatro de los Vigilantes que todavía está activo y es el epicentro de espectáculos de todo tipo que dan vida a la isla.
Al margen de la herencia napoleónica que encontramos nada más poner el pie en el muelle, tendremos un agradable paseo donde el cálido ambiente predomina todo el año gracias al benigno clima. Tras la salida de Napoleón, Elba se integrará en el Gran Ducado de Toscana y, en 1860, formará parte del Reino de Italia.
Dependiendo del tiempo de estancia, alquilar un auto y recorrerla no es difícil –apenas 130 kilómetros de perímetro– pero con velocidad bien reducida porque estamos ante una orografía agreste en donde curvas, subidas y bajadas te harán exclamar ¿para qué me metí en esta carretera? En definitiva, es una isla para tomárselo con calma y reducir el estrés acumulado. Si tuviéramos que recomendar, ya la coqueta capital tiene más que suficiente para disfrutar, pero habría quedado a medias sin conocer Porto Azzurro, Rio Marino y la fortaleza española de Porto Longón (Campoliveri) que entre el XVII-XVIII fue enclave militar español fortificado de importancia estratégica en aquellos años en que se libró la Guerra de Sucesión española.
Si uno se toma un tiempo en el archipiélago entonces podrá darse un garbeo, incluso por otras islas, son reliquias de otros tiempos y actualmente están deshabitadas, pero se necesitará una autorización administrativa para acceder a ellas. Hay otra que se hizo famosa por un celebre naufragio y en donde parece que el sexo fue el motivo de aquella peculiar odisea que llenó centenares de páginas en la prensa y miles de horas de televisión: GIGLIO.
La gente de plata, con yate propio o alquilado, se da incluso el gusto de acercarse hasta la isla de Montecristo que se hiciera famosa por el título nobiliario y una novela sumamente interesante que se llevó al celuloide.
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