Se puso de moda el marco Instagram y ahí estamos

La isla de Cerdeña: Olbia y la Costa Esmeralda

Lo que más me sorprendió la primera vez que llegaba a Olbia fue su impresionante rada y las gigantescas explotaciones de sus piscifactorías, la mayor parte para la cría de mejillones y ostras.

Me había hecho a la idea de darme una vuelta por la isla, quizá evocando el tren de Sóller (Mallorca), pero no cuajó, estaba fuera de horario y sólo un servicio por sentido hacia Puerto Torres. Tuve que contentarme con darme un paseo en la zona de influencia de la coqueta capital insular, Costa Esmeralda, pasando por Cugnana, Porto Cervo y Cabo Aranci. Descubría una bella zona, salvaje, donde la especulación hotelera de cara al turismo, había cometido ciertos desmanes por no decir que se les fue de las manos a las autoridades e infinidad de futuros chalets se habían convertido en ruinas industriales de nuestro tiempo. Tras el paseo regresaba a Olbia donde todavía quedaban casi diez horas para embarcar.

En plena maniobra de atraque a primeras horas de la mañana

Mereció la pena la introspección sobre la ciudad que ya sobrepasaba los 50.000 habitantes. La parte moderna nunca me ofrece alicientes, así que, tras bajar cerca del puerto, tocaba adentrarse por la parte histórica; tras la visita a la oficina de información, plano y lugares de interés, al margen de alguna que otra parada en las tabernas de esa zona: extraordinario el paseo de descubrimiento.

Está documentada la presencia humana en la zona de Olbia desde hace más de 6.000 años. Previsiblemente, fueron los cartagineses los primeros en poner los pies en esta isla mediterránea y, por lo tanto, fueron los fundadores de la ciudad que pasa por haber sido el lugar de la primera batalla naval de esta zona del Mare Nostrum. Concretamente el hecho histórico tuvo lugar en el 538 a. C., cuando se enfrentaron los colonos griegos que la ocupaban contra los etruscos y cartagineses: o sea que llegan los extranjeros [bárbaros] y te quitan tus posesiones. Estamos ante algo que tampoco es una leyenda negra puesto que, el ser humano, se ha distinguido a lo largo de la historia por el constante ajetreo de ir de un lado para otro; si analizamos la historia encontraremos centenares de casos en los que, los cucos recién llegados, te acaban echando de tus posesiones, unas veces por la fuerza de las armas, otras con una patada en la puerta. parece que no nos curamos de esa lacra y los ejemplos actuales son bien lacerantes, extraordinariamente injustos, pero ahí están. Sales a comprar y cuando regresas encuentras que han desmontado tu casa y sólo tienes el consuelo de acudir a la Policía, entonces, otra vez: te quedas con dos palmos de narices ante lo ineficaz de los medios que los políticos dejan al ciudadano.

La coqueta y, casi siempre, solitaria estación de ferrocarril

Con el imperio romano Olbia será un importante puesto militar, el topónimo histórico era Civita que acabaría convirtiéndola en la capital de la Gallura [cuatro reinos independientes se repartían la isla en esa etapa histórica del XII-XIII]. Se vivió una largo período de estabilidad y progreso hasta que aparecieron los aragoneses que tendrán una mala prensa entre los locales porque con ellos comenzó una etapa de decadencia. En el XIX con el tren y las carreteras, volvería a levantar el vuelo y hoy es una tranquila ciudad insular bien gestionada con una industria que le permite mirar de frente incluso a la zona continental, sobre todo tras los drenajes de su inmensa bahía y la roturación de las tierras bajas aptas para el cultivo agrícola intensivo.

Estamos ante un monumento único y que merece la pena contemplarse

El Coso Umberto fue nuestra línea de referencia lleva, tras una pequeña desviación en Via Porto Romano, a la estación de tren. Pasadas las vías encontraremos una joya que no esperas en este lugar: la iglesia de San Simplicio que es, y con razón, el monumento medieval más importante de la ciudad. Se levantó en el XI-XII en lo que entonces constituían los límites de la ciudad, hoy engullidos por la inevitable expansión urbana. Estamos ante un edificio que nos muestra varios estilos, básicamente toscano y lombardo, debemos colegir que la decoración de su interior es bastante austera.

Una vez hecha la visita poca más había de interés por esta zona; media vuelta y hacia la concurrida Piazza Margharita, siguiendo luego por la de Matteoti-Via de Filippi para acabar apareciendo casi en el mismo punto de partida: a unos centenares de metros de la Oficina de Información. Aún quedaba tiempo para regresar al embarque, iniciamos el paseo de apenas cinco minutos hacia el Museo Arqueológico que estaba a cuatro pasos, primero degustando una fresquita cerveza con algunas viajeras que pronto regresaron al barco atracado a cinco minutos desde la taberna local.

Deambulando por la zona de la Costa Esmeralda

El museo es interesante, prácticamente todo lo que encontramos es de historia local; infinidad de piezas que uno encuentra por otros de su tipo en todo el Mediterráneo. Su joya es el barco romano rescatado cuando drenaron el puerto viejo: es el testimonio de una vieja historia, la de los vándalos, que destruyeron todo lo que encontraron en el ya lejano 450 y a mi me devolvía al moderno museo en el puerto de Cartagena donde me encontré [tras pasar por él hace medio siglo para realizar el servicio militar], un excelente espacio en la zona del puerto que, evidentemente, no conocía: había desaparecido hasta el Molinete.

Juan Franco Crespo

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