Me pregunto –y os pregunto–: ¿estaremos volviendo atrás? ¿Estaremos abandonando los avances tecnológicos para recuperar “antiguas artes”? ¿Estaremos cambiando el “rumbo de la socialización”? ¿Estaremos traicionando los “fines” que tanto costaron conseguir?
Las “formas” con las que, en principio (y no tan en principio), se están gestionando determinadas crisis en este país me llevan a reflexionar sobre la utilización indiscriminada de la tracción: “Esfuerzo a que está sometido un cuerpo por la acción de dos fuerzas opuestas que tienden a alargarlo” (RAE).
¡No tenéis nada más que imaginaros cuál sería el resultado final si la prudencia y la pericia no acompañaran a esta delicada labor!
En estos días, lo hemos escuchado por activa y por pasiva: no es tiempo de enfrentamientos vanos; es tiempo de unidad ante la tragedia. Entiendo y mantengo que nuestras almas no están dispuestas a soportar la idiotez de algunos intolerantes, turbados y trastornados, que sólo buscan su empoderamiento, atentando –lesa majestad popular– contra todo y contra todos.
Así, dicho lo dicho, no me queda nada otro remedio que afirmar, como en el caso de las enfermedades que afectan a nuestros cuerpos, que ha llegado el momento de ponernos en manos de los mejores especialistas para sanar nuestros “espíritus sociales”; o, mejor dicho, nuestras “misiones inmediatas” para no estropear lo que venimos manteniendo y mejorando con un inmenso esfuerzo común.
¡Qué no quiero oír más promesas vanas! ¡Que “codicio” cumplimientos! Para todos, sea cual sea la situación de cada uno… La tierra prometida es esta, y aunque de ella no brote espontáneamente el maná, a manera de los que hizo el “Dios de los hebreos durante cuarenta años”, hay que trabajar, día a día, en ella, sin recurrir a argucias numerarias y esperanzas infundadas de ayudas que no tienen razón ni fundamento alguno.
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