Granada, lunes, cuatro de octubre de dos mil cuatro, ocho y media de la mañana, aula dieciocho de la Facultad de Filosofía y Letras (FF.LL.). Un cierto temor moraba en el interior de mi corazón ante la nueva etapa que comenzaba para éste que escribe. En realidad, es algo bastante común sentir un poco de miedo ante lo desconocido aderezado con un poco de asombro y de desconcierto; en fin, sentimientos humanos que cualquier persona pueda albergar en su interior con cierta expectación ante algo nuevo que acontece en su vida. Han transcurrido veinte años de aquella primera clase de Historia Antigua de España y tengo la sensación de que se tratase de ayer mismo. Sin lugar a dudas, la vida nos ha cambiado a todos y todas.
No hace muchas semanas volvía a releer, después de veinticinco años, una novela juvenil que abordaba la vida en un instituto gallego, cuando todavía se estudiaba B.U.P. y C.O.U., una vez superada la etapa de E.G.B. Por supuesto, aquellos planes de estudio no fueron los que a mí me correspondieron estudiar puesto que soy fruto de la L.O.G.S.E.; por lo tanto, acto seguido, sentí la necesidad de releer otra novela cuya trama es muy parecida, pero más actualizada, esta vez, ambientada en una gran ciudad costera andaluza, y cuyo cosquilleo estomacal resultaba bastante arácnido. El ambiente estudiantil, que en sendas novelas se narra comenzando con unas “brumas de octubre” y terminando por sentir unas “arañas en la barriga”, sí que refleja a la perfección el vivido por mí cuando estudié mi etapa de enseñanzas medias en el I.E.S.O. “El Fuerte” de Caniles y en el I.E.S. “José de Mora” de Baza. Sólo me resta mostrar mi público agradecimiento a todos aquellos y aquellas docentes, que inculcaron en mi persona unos valores cívicos, democráticos y constitucionales, y un basamento de conocimientos enciclopédicos fundamentales para forjar mi personalidad progresiva y paulatinamente dentro de un lógico proceso psicológico evolutivo.
He comenzado este artículo describiendo cómo se desarrolló el momento inicial de mi etapa estudiantil universitaria, sin lugar a dudas, unos años que no se volverán a repetir, y, por supuesto, si pudiera viajar a través del tiempo, habría varios aspectos que cambiaría sin pensarlo a tenor de las experiencias vividas, buenas y malas. Por ejemplo, por distintos avatares del destino no pude vivir esta etapa vital como colegial en mi amado Colegio Mayor Santa Cruz la Real, más grande error no pude cometer, puesto que mi verdadera vocación era ser colegial dominico; y en cuyo interior también hubiera entrado a formar parte de la Tuna del Distrito Universitario de Granada. Sin embargo, “nunca es tarde si la dicha es buena”, reza un viejo refrán castellano, he podido enmendar dicho craso error gracias a la generosidad de esta institución colegial, su equipo directivo y a los Reverendos Padres Dominicos que moran en el interior del Convento de Santa Cruz la Real y Colegio Mayor homónimo.
Durante aquellos maravillosos años universitarios conviví, en el interior de aquellas magnas aulas, con compañeros y compañeras extraordinarios. Sin duda alguna, fueron unos años muy enriquecedores en todos los sentidos puesto que fueron compartidos con personas de distintas edades, procedencias y nacionalidades, hecho que me hizo comprender la magnífica diversidad cultural que allí nos dimos cita compartiendo un objetivo común: aprender. Siempre nos queda tiempo para volver a ser estudiantes, es decir, para aprender algo nuevo cada día. Sólo precisamos atrevernos a ello, Sapere Aude; y que la vorágine de nuestras vidas no nos impida sacar un poco de tiempo dispuesto a ser invertido en seguir cultivándonos intelectualmente porque opciones hay muchas.
No obstante, uno de los aspectos, que me gustaría destacar de aquellos años, es todo cuanto compartimos entre compañeros y compañeras, ora fuera en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras (FF.LL.), ora en las mesas de algún moderno departamento de la misma, en el césped de los jardines de ésta donde, en más de una ocasión, pudimos observar a las ardillas correteando de acá para allá. Nunca podré olvidar todo lo compartido con todos porque aquello compuso una parte esencial de nuestro aprendizaje tanto como el magisterio impartido desde la tarima hacia las bancadas donde nos sentábamos. Tampoco podría pasar por alto las conversaciones mantenidas con los compañeros y compañeras (siempre amigos) durante el almuerzo, sentados a la mesa que compartíamos en el comedor universitario; y acerca de las risas ya ni hablamos de ellas.
Las experiencias vividas en la Granada universitaria fueron muchas y muy variadas desde los paseos por el bosque alhambreño, que se doraba de una manera muy especial durante los meses otoñales, hasta conocer la Granada Cofrade de la mano del catedrático en la materia. Echar unas “gordas” en las tabernas sitas en los barrios del Boquerón, Fígares, Plaza de Toros, Gonzalo Gallas, Plaza Einstein, Zaidín…, o tomar un espirituoso fresquito en la calle Pedro Antonio de Alarcón, pero siempre siguiendo la consigna de no armar escándalo alguno para así no molestar a nadie; se convirtió en una costumbre bastante beneficiosa puesto que lo hacíamos con moderación. Aunque, cuando nos quedábamos sin una perra gorda siempre escuchábamos acordes de bandas míticas como “Nirvanas” cuando aún hoy siguen sonando por la calle Martínez de la Rosa. No obstante, también nos gustaba entablar una buena tertulia departiendo sobre poesía, la vida o asuntos varios.
Para ir concluyendo estos recuerdos me permitiré la licencia de realizar una breve exhortación a ejercer en nuestras vidas el Sapere Aude y, aparejado al mismo, el Carpe Diem. Mejor arrepentirnos de hacer las cosas que de no hacerlas siempre que éstas sean lícitas, puesto que de no hacerlas cuando se nos brinda la oportunidad para ello, la vida, conforme va transcurriendo, se ocupa ella misma de hacer que nos resulte más complicado realizarlas, aunque no imposible. Pues es justamente eso lo que estoy intentando hacer en estos momentos, es decir, en la medida de mis posibilidades, como reza el título de uno de los mejores parnasos, que he leído en mi vida y más me ha marcado, ha llegado la hora que yo, a mí mismo, me “ajuste las cuentas”.
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