“Me pregunto qué le lleva, a Piedad Lozano, a pintar lo estático. En la presente muestra, la pintora ofrece su peculiar visión sobre la Alhambra. Son cuadros donde figuran espacios asombrosos de columnas y arcadas, miradores y torres, fuentes, zócalos, alicatados, salas de estucos maravillosos y severas salas de interior. Los objetos así cobran protagonismo esencial. Y el espectador queda frente a lo inerte desasido de toda nota decorativa que no sea el objeto mismo teñido de luz y sombra: los objetos que respiran y transpiran, alientan en una atmósfera tamizada y mágica; los objetos que están vivos en su inmediatez de seres sensoriales, de entidades escuetas cuyo resplandor los hace incorpóreos.”
“Existe un ansia de infinitud en estas visiones de la Alhambra donde el espacio equivale a un silencio inquietante. Este aire adensado que envuelve sus escenografías es acumulación de historia. Es algo así, por tanto, como pintar el tiempo. Un tiempo hecho de sueños, y donde vibra la fantasmagoría de un pasado turbador. Pintar, en este contexto, significa hacer hablar a la piedra, sacarla de su estupor, extraerle sus secretos; significa impulsarla a dialogar con la luz, arrancarle sus perfiles de penumbra; significa otorgarle, a la piedra inalterable de estas columnas prodigiosas, su lentitud y poder, su exuberancia y solemnidad, en medio del ofuscante resplandor del palacio de ensueño.”
“Hay que amar mucho, e intensamente, este insólito edificio para rescatar de este su silencio inmenso, insondable, las fabulaciones cromáticas y geométricas de lo que está junto a nosotros y pasa desapercibido por haber estado ahí siempre. La retina del espectador vislumbra en primer término un bosque de columnas severas, admirables, portentosas en su verticalidad, proporción y equilibrio. Los capiteles se abren en lo alto como corolas basálticas de frutos presentidos. Los fustes son airosos, como si aguardasen a la brisa para cimbrearse ufanos. Nos deja la pintora, solos ante esa inmensidad. Parecen flotar, las columnas, desde un suelo casi cincelado en su brillo y nitidez.” “Observamos dos panorámicas, del Partal y el Generalife. La escenografía es aquí de cipreses y agua. Un verde umbrío y suntuoso graduado infinitesimalmente en las frondas de bojes y rosales despojados.
Existe una alegría íntima, teñida de sentimiento elegiaco. Piedad Lozano pinta desde las sensaciones afectivas que emanan de los lugares y contagian su fina fibra sensitiva, Piedad Lozano mira el paisaje desde adentro, imbuida en las sensaciones que los paisajes le transmiten. Esto es esencial para navegar por estas obras sin perderse ni entretenerse con lo accesorio. Lo que hay por debajo de esta eclosión de formas vegetales en copiosa armonía con la transparencia de las aguas es un deseo de vida inabarcable. La luz en estos exteriores no es brillante sino tenue, no es ostentosa sino discreta, acorde a esta espiritualidad del espacio. Un espacio sonoro, proclive a cualquier rumor, a una insinuación cualquiera de la brisa.”
“Creo en consecuencia, que lo que hay por debajo de este amor al estatismo, de esta predilección por lo inerte, es un deseo de libertad interior que abre sus límites a lo inalterable. Estos objetos, mudos durante siglos, nos transmiten una sensación de vida que tienen larvada, y que la pintora despliega ante nuestros ojos como una pasión indefensa, nos la ofrece como un paraíso desierto de toda presencia humana, y donde lo que es y está hay que buscarlo en esa plenitud imperceptible de las construcciones en reposo.
No es una Alhambra espectacular, sino silenciosa; no es una Alhambra externa, ni delirante, ni siquiera exótica, sino recatada en su más íntimo sentido. Una catedral de luz y de silencio que boga por los siglos como un mar de serenidad infinita; un navío encantado con todas las velas desplegadas hacia el misterio; un bosque ingrávido donde los sueños pueden asirse con las manos. Una Alhambra femenina, sutil y deletérea. Una Alhambra pasada por el alma.”
Antonio Enrique
VISITA GUIADA A LA EXPOSICIÓN:
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