Isidoro Garcia Sánchez, autor de 'Pax organica' (Esdrújula ed.)

A propósito de ‘Pax orgánica’, de Isidoro García Sánchez

Lo presenta el viernes, 29 de noviembre en La Tertulia, donde el autor estará acompañado por el psicólogo, Ángel Amezcua Recover, (19 30 h).

Nos encontramos ante una novela que profundiza en el mundo y en el submundo de una Central Obrera de nuestro país que, por encima, por debajo y por entre medio de todas sus virtudes, se ve atravesada por la peor de las calamidades de la que se puede contagiar una organización: la de las corruptelas, la de las mangonerías, la de los avasallamientos de los débiles por parte de los fuertes, haciendo uso estos últimos de prácticas auténticamente mafiosas.

Se describen personajes horrendos que nunca debieran haber existido en su seno, así como otros mediocres, inservibles, vividores de una situación que les venía de perlas para sobrevivir a cuerpo de rey. Estamos, en definitiva, ante unos hechos que cualquier alma de mediana hechura ética y bonhomía reprobaría. Por lo demás, de cuanto se describe en este libro, si coincide con la realidad, es una pura casualidad. ¿O no?

Cubierta del libro

La narración comienza describiendo la situación del sindicato en pleno periodo de debates congresuales, una sucesión de varios meses en que huele a “perfume de cuchillos” por todos los lugares de la Liga Sindical Obrera. Así se recoge en el mismísimo primer párrafo:

Un perfume de cuchillos recorre todas las sedes, se cuela por las rendijas de las puertas de todos los despachos, abarca el perímetro de todas las oficinas, inunda los recovecos de todos los locales de la Liga. En definitiva, toda la estructura de la organización se ve contagiada por ese aroma. De cuchillos, de navajazos. A veces sin clemencia ni piedad. A veces con saña. En cualquier caso, tras un encarnizado diseño previo que no deja resquicio a las dudas, a las contemplaciones. Se va a muerte. Y tanto lo es eso de que se va a muerte que pareciera que muchos se jueguen la vida. Y el hecho es que se la juegan. Al menos la vida plácida y cómoda y cuasi regalada (o sin el cuasi incluso) que les da el alcanzar el estatus de pertenencia al staff establecido, al elenco de los elegidos, aunque su elección haya sido en muchos casos fruto de tejemanejes retorcidos, de mañas arteras. Si bien, justo es reconocerlo, hay casos en que sus protagonistas no se conducen movidos por tamañas dobleces de intenciones. Se conducen limpios. ¿Ingenuos? Pues tal vez y así les va en muchos momentos. Y es que, dicho sea de paso, de todo hay en la viña del Señor. Y más aún en esta viña tan polimorfa en todos los sentidos como es la Liga. La Liga Sindical.”

La lucha se da en todos los sectores, en todos los marcos geográficos. Y las tarascadas son de aúpa porque hay mucho en juego. Y aunque parezca que lo que está en juego es la línea programática de la organización, es decir, qué planes concretos se plantea fijar para defender los intereses de los trabajadores; o los mecanismos de organización, es decir, cómo concretar los engranajes y el organigrama de funcionamiento de la organización mediante la fijación de la estructura y los órganos que le dan vida, así como la articulación de los mecanismos por los que se regirá su actividad tanto interna como externa…; nada de ello es relevante.

Porque lo importante es cuándo y cómo se concreta cuáles serán los órganos de gobierno, qué composición y número de integrantes registrarán estos, qué competencias les serán atribuidas… Y es justo entonces, a la hora de convenir asientos y sitiales, y sobre todo de vislumbrar quiénes podrán ocuparlos, cuando entramos en terreno pantanoso, de arenas muy pero que muy movedizas. Porque es ese el momento, es precisamente esa la coyuntura en que se pone en juego en gran medida la tenacidad y el empeño de muchos en pro de su propio medro, de su supervivencia en el escalafón.

Lo importante, lo esencial entra en juego cuando aparecen los intereses de las personas, sus apetencias de permanencia, de disfrute de los puestos que le son queridos y que llevan aparejados muchas ventajas cuando no privilegios.

Y veamos otra pequeña alusión al texto:

Lo que está en juego es la colocación y recolocación de los actuantes. De los pasados, de los presentes y, en especial, de los futuros. De quienes habrán de dar un paso a un lado y dejar sitio, desapareciendo de escena, ya sea conformes, ya a regañadientes, ya refunfuñando o incluso revolviéndose y defendiéndose como gato panza arriba, luchando por quedarse, por no perder las regalías y prerrogativas conservadas durante un tiempo ¿feliz?

O de quienes permanecerán, bien en su mismo puesto, bien en otro distinto, ascendiendo o descendiendo en la escala de los cargos y acomodos fruto ¿de los merecimientos?, ¿de las adulaciones?, ¿de los conciliábulos?, ¿de la resolución de los desequilibrios?

Y de quienes, en fin, se incorporarán por primera vez al staff rutilante que quedará establecido cuando se resuelvan las porfías, cuando se restañen las fisuras abiertas en el fragor de las cábalas y las conjuras previas, cuando se disuelvan las rivalidades a gusto de la mayoría y se instaure entonces la calma chicha. Porque de todos es sabido que después de la tempestad viene la calma. Y para tempestades de tronío, las que suelen sacudir a la Liga. Y, en consecuencia, la calma ha de ser del mismo calibre que el de las tormentas precedentes: terminante, categórica.”

Con esa calma se celebra todo lo logrado, se exalta con suprema parafernalia de fiesta final lo definitivamente alcanzado: la cohabitación ¿frágil? de todas las tendencias; la resolución ¿débil, inestable? de la lucha por el poder interno; el futuro ¿previsto, imprevisto? de la nueva historia de la organización en adelante; el compromiso ¿fútil, insubstancial? de las partes a mantener en pie el edificio recién construido. Y sin fisuras, todos a una, los que fueron de un bando o de otro, rubricando lo que se constituye como el máximo hito de la Liga Sindical Obrera: el armisticio en la cumbre que avala y confirma todos los ajustes previos y subyacentes en un compromiso colectivo de no intervención, de no romper las hostilidades hasta al menos en cuatro años, lo que en definitiva se conoce con el nombre rimbombante de la Pax Orgánica.

Pues bien, esta novela narra con mucha propiedad y realismo uno de esos periodos convulsos de la Liga Sindical Obrera en el que no se escatiman dentelladas, jugarretas, puñaladas traperas, en el que se quedan gentes en los márgenes del camino. Otros acaban triunfantes y al final se termina concluyendo en esa Pax tan traída y llevada pero tan obligatoria.

Hay dos ejes en ella que recorren el curso de su narración y que yo tildaría como los ejes del bien y del mal. Suena maniqueo, pero es así. Y los personajes se reparten entre ambos ajes, más del lado del eje del mal que del bien. Lo que no quiere decir que los primeros sean más abundantes en la realidad. Es que como son protagonistas de maldades, se hacen notar más.

En el eje del bien yo destacaría a dos personajes Prudencio Bonachera y Eutimio Nogales. Jubilado el primero, que había pertenecido durante diecinueve años al Comité Ejecutivo de la Liga de la Enseñanza de Andalucía, durante otros nueve fue miembro del Comité Ejecutivo de la Liga Sindical de la Enseñanza, habiendo pasado también por desempeñar la Primera Secretaría Provincial de La Liga de la Enseñanza de Granada. La persecución a la que se le somete por denunciar y pedir la baja de alguien del staff (una empresaria de la Enseñanza Privada colada de rondón como afiliada y más tarde como miembro del staff) es brutal y desmedida.

El segundo, Eutimio Nogales fue Primer Secretario de la Liga de la Enseñanza de Andalucía durante cuatro años. Contra él fueron a saco gentes del eje del mal en el pasado Congreso de esta rama de la Liga con muy malas artes y prácticas mafiosas. Su bonhomía lo perdió y acabó siendo defenestrado por un voto.

El eje del mal registra más abundancia de personajes, pero vamos a destacar a solo a tres: Bernabé Pieldelobo, El Capo, Agripina Coscujuela, La Dona (ahí son nada los dos sobrenombres que cargan a sus espaldas estos mendas, de oscuras resonancias, y Anselmo Perifollo, El Petaca (otro que tal se vio).

De Bernabé Pieldelobo, El Capo, su sobrenombre lo dice todo. Él es el paradigma de las prácticas mafiosas en el seno de la Liga, capaz de hilar las palmadas de apariencia cariñosa en la espalda con las artimañas más rastreras con tal de conseguir sus objetivos destrozando al contrario. Fue contra Eutimio Nogales como perro de presa y se hizo acompañar de una verdadera jauría que le ayudó a conseguir su objetivo.

Agripina Coscujuela, La Dona: Otra que tal se lleva con su apodo. Durante muchos años ha sido Secretaria del sector de la Enseñanza Privada en el marco de la Liga de la Enseñanza de Andalucía. Paralelamente es reconocida empresaria de la Enseñanza Concertada y se trata de la que Prudencio Bonachera ha pedido su expulsión del sindicato por entender que los Estatutos de la Liga Sindical Obrera prohíben semejante maridaje. Hace las mejores migas del mundo con el Capo, con él comparte momentos tiernos entre las sábanas con las prácticas más deleznables.

Anselmo Perifollo, El Petaca, es personaje transversal por cuanto que no participa de adscripciones ni a territorios ni a ramas. Es el jefe de los Servicios Jurídicos Centrales, atento y siempre a las órdenes y requerimientos de sus amos, los miembros de la nomenclatura sindical, que lo tienen a su disposición permanentemente. Su actuación contra Prudencio Bonachera es de libro de cabecera de las peores malas intenciones. El alias le proviene porque le chifla el vodca que atesora en una petaca en el bolsillo interior de su chaqueta.

Y bien, esta es una panorámica general de la novela a través de algunos de sus personajes más destacados. Entre el desarrollo congresual, con el descabezamiento de Eutimio Nogales a manos de los contubernios del Capo y a Dona, y la defenestración final de Prudencio Bonachera al cabo de un recorrido tortuoso marcado por las malas artes del Petaca, un Prudencio que anda ahora penando en el destierro, aunque duda él entre si será ello motivo de gozo o de pena. Más bien de gozo, seguro. Y el remate final de un Apocalipsis que pone al Sindicato patas arriba. ¿Es el final que le correspondía por las maldades que había albergado en su seno? No creo, pero ahí queda como muestra de lo que es posible. Reseño el primer párrafo del último capítulo como colofón de esta presentación:

El libro de las revelaciones (el Apocalipsis) es un libro exuberante, pletórico de símbolos. Los números, los colores, los personajes… Pero destaca sobre todo porque la sabiduría popular, en su desconocimiento de él, o en el único conocimiento derivado de las interpretaciones interesadas de sus exégetas más eximios y ocultistas, le atribuye signos de maldición, de horror, de condena, de ignominia y vituperación. Se podrían escribir hermosas páginas glosando y desglosando este libro, pero no es este el momento ni la ocasión de traerlo a colación en toda su dimensión hermenéutica. No; lo hacemos para señalar un breve período de la historia de nuestro país en que todo pareció constituir el hundimiento del cosmos, la victoria de los antihéroes, el caos, el desmoronamiento de los cimientos de nuestra civilización; al menos, del equilibrio de nuestra civilización entre fuerzas contrapuestas que pugnaban siempre por prevalecer las unas sobre las otras, y que, por un momento, se vinieron abajo y llegó la ocasión de que dominase una parte y ser dominada la contraria, descarnadamente, a verdadera cara de perro. Y sin importar las repercusiones perniciosas que podrían recaer en los sectores más débiles, más desvalidos. No podían imaginarse, sin embargo, las gentes de la Liga Sindical Obrera la que se les venía encima.

Isidoro García Sánchez,

autor de ‘Pax organica’

(Esdrújula ed.)

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