Se está hablando –y mucho– de “piedad popular”. Creo que, entre otras cuestiones, en un intento de adecuar las “intocables normas” de las diferentes Iglesias –especialmente la Católica– a la realidad de las creencias habituales de hoy en día y su repercusión en todos los ámbitos de la sociedad.
Junto a las informaciones que me llegan del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular (“Las hermandades, clave en la evangelización”) (Sevilla), sin que desdeñe sus “Siete conclusiones prácticas” –¡todo lo contrario!–, por cercanía del verbo, me ha llamado más la atención el discurso del Papa Francisco en la clausura del congreso sobre “La religiosidad popular en el Mediterráneo” (Córcega): “En resumen: la piedad popular, al expresar la fe con gestos sencillos y lenguajes simbólicos arraigados en la cultura del pueblo, revela la presencia de Dios en la carne viva de la historia, robustece la relación con la Iglesia y con frecuencia se convierte en ocasión de encuentro, de intercambio cultural y de fiesta”.
¿Conclusiones? Una a la que me apunto sin duda: “La fe no es un hecho privado” (P. Francisco).
Y dos, a la que también me apunto sin duda: “(…) debemos prestar atención para que la piedad popular no se use, se instrumentalice por grupos que pretenden reforzar su propia identidad de manera polémica, alimentando particularismos, antagonismos y posturas o actitudes excluyentes” (P. Francisco).
Y es que, con toda humildad y sin hálito de comparación, lo dicho me trae al día lo que tuve la oportunidad de pregonar a Granada, sobre las tablas del Teatro Isabel la Católica, años atrás: Navidad, Semana Santa, etc. “(…) festividades que van unidas y son parte inseparable para creyentes, para admiradores del arte o para buscadores del descanso (que de todo, y de todos, hay en la viña del Señor; y a todo, y a todos, se les puede sacar un gran partido)”.
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