Mario Álvarez: «La poesía nos concede el terrible don de la lucidez»

En su último poemario, Mario Álvarez Porro explora el dolor, la incertidumbre y el existencialismo, profundizando en temas como el no lugar y la fragmentación del lenguaje. En un diálogo con la tradición literaria, el poeta sevillano plantea una reflexión crítica sobre la naturaleza y función de la poesía contemporánea.

¿Cuál es la historia como proyecto que hay detrás de Últimas palabras? ¿Cómo surgió?

Últimas palabras es un libro que comienza a escribirse en 2018 y que se publica ahora culminando un proceso de pensamiento y escritura poéticos iniciados en 2011 con Negociando el dolor –al que han sucedido La palabra en llamas, Fe de horizonte y Fragmento de la nada– llevando hasta el límite los planteamientos iniciados en él: «Me reconozco siendo en aquel verso, “sentirnos ser en la existencia”, el ser sentido en la existencia, donde sólo estoy seguro de lo que siento, y parece el dolor el único sentimiento verdadero y propio». Se trata, por tanto, de una consumación ética y estética.

¿Cuál sería la sinopsis de este poemario?

Se trata de un conjunto de poemas que profundiza en temas existenciales, explorando la angustia, la incertidumbre y el dolor como elementos centrales de la condición humana. El libro está estructurado en tres partes, que guían al lector desde una crisis existencial hasta una aceptación del dolor como testimonio fundamental de la vida. A lo largo de estas secciones, se despliega una estética del fragmento para construir un diálogo intratextual que remite a conceptos como el «no lugar» y el «no texto».

Es recurrente la imagen-metáfora del árbol y del bosque con muchas connotaciones diferentes pero complementarias, cargadas de profundo simbolismo. ¿Por qué estos elementos de árbol y bosque?

El árbol como símbolo del hombre que nace de la tierra, pero que siempre aspira al cielo. Símbolo, también, del hombre consciente (animal intermedio, intermedial e intermediario) frente a los arbustos tan aparentes y tan dóciles. El árbol que se presiente como límite u horizonte del bosque.

En el poema «Cruzo esta ciudad y su insólita / deforestación sin motivo» cabe la esperanza que aporta la resistencia del poeta que crea a pesar del fracaso aparente. Frente a lo inhóspito de nuestro alrededor, ¿qué aporta la poesía? ¿Cuál es el legado del poeta?

Frente a la hostilidad del mundo, la poesía nos concede el terrible don de la lucidez, aunque ello nos condene, como a Laocoonte, a un trágico final al oponernos al juego de falsas apariencias en el que consiste. El poeta, por tanto, lega su dolor ante un mundo injusto con la esperanza de que alguien lo recoja y lo haga suyo.

Es evidente la transitoriedad de la vida humana, pero en el poemario refieres igualmente lo efímero de la expresión: «yo quisiera una palabra / que no muriera en su canto». ¿Qué palabra acoge para ti lo inmutable?

La palabra es tan solo lugar, «nido» que, como bien indicas, acoge al sentimiento, al dolor. Solamente entonces, cuando esa palabra acoge un dolor con otro nombre prestándole su pulso con suficiente convicción, se convierte en verdadera «palabra en llamas».

Y al tiempo (Para que un río sea un río) en ocasiones la identidad no viene precisamente de nombrar todo con alguna palabra. Quizá en su estado más puro, la realidad no necesita etiquetas con las que identificarla.

Exacto, ya que los nombres se apropian de todo desgastando aquello que querían en un inicio nombrar frente a la única presencia de las cosas y del propio fluir de la vida. Y es que tantas veces las palabras, en vez de aclarar, enmascaran las cosas.

Una imagen nostálgica proyectas sobre un olvidado jardín abandonado, «en su silencio crece / un árbol invertido» y que nos ha recordado a aquel otro de Luis Cernuda titulado “Jardín antiguo” aunque totalmente diferente en su contenido. ¿Qué pretendías con esa imagen tan visual? ¿Sirve la poesía para ser conscientes de la realidad que vivimos?

“Jardín antiguo” de Luis Cernuda es un poema que me ha acompañado desde hace mucho tiempo y sobre el que incluso he tratado de realizar una interpretación pictórica. El jardín como símbolo en nuestra tradición literaria siempre ha aludido a ese rincón secreto al que poder volver para refugiarnos en el sentimiento amoroso o el recuerdo de la infancia, ese lugar ameno donde apartarse del mundanal ruido y poder afrontar la vida con mejor perspectiva desde esa “soledad sonora”. El tópico del jardín sería un posible lugar de lugares, un “no lugar” por donde todos, alguna vez, hemos transitado.

La lectura del libro me ha evocado a otros poetas y otros movimientos dispares. Dime qué aportan a tu poemario movimientos como el Romanticismo, Simbolismo, Existencialismo, Misticismo, Modernismo…

La tradición ha sido siempre y debe seguir siendo una de las principales fuentes de las que debe nutrirse todo buen intento de escritura. De este modo, siempre es posible encontrar en todos y cada uno de los periodos y épocas excelentes referentes literarios como San Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo, Gustavo Adolfo Bécquer, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Rafael Cansinos Assens, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez o Ada Salas, por ejemplo.

En relación con qué me aportan cada uno de ellos, sería muy complicado y extenso referirlo aquí. Sin embargo, en pocas palabras y por orden: la conciencia desventurada hegeliana y el hallazgo imposible de Novais, el descubrimiento de un lenguaje extraordinario totalmente diferente al utilitario, el agonismo unamuniano, la convicción anagógica por medio de un lenguaje esencial, y el fracaso y su aceptación en virtud de la pervivencia de la obra insobornable y verdadera.

Cubierta de Últimas palabras, de Mario Álvarez Porro, publicado por Ediciones En Huida.

¿Por qué no es posible el olvido?

Porque, al fin y al cabo, la memoria funciona como sustrato primordial desde donde recuperar ese sentimiento primordial del que todos procedemos. La acción de recordar, de volver a pasar por el corazón pone en valor la tríada compuesta de dolor, sentimiento y memoria.

En algún momento te cuestionas el concepto de poesía: «Aquí cabe todo el ruido del mundo / o, si prefieres, todo su silencio. / Y, sin embargo, / esto no es poesía». En una sociedad como la actual, ¿piensas que debemos replantearnos qué es la poesía?

Por supuesto que es necesario replantearnos la naturaleza de la poesía en una sociedad como la actual, así como la de su formulación, para intentar de ese modo evitar su relativización y su banalización. A este respecto me refería en un artículo titulado “El fin de la poesía” a propósito de intentar delimitar el término “Sobremodernidad, o, en otras palabras, aceleración de los factores constitutivos de la posmodernidad, tales como el relativismo extremo y la inconsistencia de fundamentos en pro de lo intrascendente y lo material; aceleración favorecida por la tecnolatría inherente a las llamadas sociedades de la información surgidas a finales del siglo XX y que, a principios del siglo XXI, se puso de manifiesto por medio de las llamadas redes sociales; todo ello, asentado en el relativismo capitalista de las democracias liberales de Occidente que propiciaron la deslocalización y homogeneización de componentes, entendiendo por componente cualquier elemento susceptible de lucro, así como la disponibilidad e inmediatez de su consumo, lo que se dio a llamar globalización. La poesía en sobremodernidad tampoco ha escapado a esa relativización e inconsistencia, víctima también de ese proceso de aceleración, de exceso”.

El poema que dedicas “Al corredor de fondo”, inscrito en el realismo urbano, es uno de los más narrativos del libro. ¿Qué es lo más parecido a un poeta y un corredor de fondo si tenemos en cuenta la perseverancia?

Venía a decir Juan Ramón Jiménez que el Modernismo era más una actitud ante la vida que un movimiento estético o una escuela. Pues bien, la poesía o el sentimiento poético diría que es exactamente eso si además le añadimos una sólida convicción que lo respalde. Por eso mismo, el corredor de fondo y el poeta no paran hasta el último aliento. Porque tan solo los inconformistas permanecen.

Siguiendo a Antonio Machado («Se canta lo que se pierde») que encabeza uno de los poemas, ¿crees en el poder transformador del dolor?

El dolor como sentimiento esencial del que provienen el resto de emociones tiene, también, una función catártica que hace posible el desarrollo personal y, así, seguir evolucionando y no quedar aturdidos y paralizados.

Ningún lector, independientemente de que le guste o no la poesía, no podría dejar de leer el poema «Para vivir no quiero / Twitter, Facebook o WhatsApp». Desde ese guiño a Pedro Salinas abordas la autenticidad de la vida contemporánea. ¿Es la mascarización un rasgo también extrapolable a la poesía actual?

Sin duda, se trata de una característica del tiempo que nos ha tocado vivir donde todo es apariencia. Dionisio Cañas, en El poeta y la ciudad, nos habla de que en la posmodernidad hay una preferencia o gusto por el cuerpo frente a lo espiritual. Lo importante no es ser, con toda la carga cognoscitiva que ello conlleva de lo que nos rodea, sino parecer que eres, contrayendo una enorme carencia e insensibilidad por lo que nos rodea, pues solo importa satisfacer el placer egoísta de la instantaneidad.

¿Cuál es tu opinión sobre que ciertas editoriales apuesten por editar a poetas youtubers? ¿Cómo valoras esta revolución poética?

En el mismo artículo anteriormente citado, publicado hace tiempo en Luz cultural, me refería a este asunto cuando afirmaba: «En este principio de siglo, la poesía abarca un amplio abanico de corrientes dispersas y prematuras tentativas en las que escasean la profundidad y el rigor poético, quedando patente en la insuficiencia de poéticas hondas y denodadas que se expongan a un verdadero riesgo al enfrentarse con la tensión del lenguaje poético. Sin embargo, abunda en ellas una cómoda y desmedida topicalización y ritualización de fórmulas ya consabidas de corte realista o una vana experimentación carente de originalidad con visos neosurrealistas, quedando reducidas a un mero sucedáneo por medio de la tecnología al confundir la facilidad y el acceso inmediato con el conocimiento o la creación cultural, favoreciendo de este modo la homogeneización y vulgarización poéticas bajo la excusa o la coartada de su democratización, alcanzando su máxima expresión en la mercantilización de recopilaciones de tweets o seudocanciones por parte de algunos grandes sellos editoriales bajo la apariencia de poesía».

Sin duda, estas editoriales auspician esta situación movidas solamente por el rédito económico.

En cierto momento escribes: «Es hora de salir, / dejar la palabra / como una casa en llamas / que nos guíe en la oscuridad». ¿Es la palabra tu refugio o tu marca de resistencia?

En verdad, la palabra poética es todo y nada a la vez. Refugio y marca de resistencia. Pero también, estigma… Para bien y para mal.

En contraste, la metáfora del nido sirve para conducirnos a la idea de construir un lugar de crecimiento y protección («Si no construimos un nido»). ¿Cuál es ese en tu caso?

La palabra poética como no lugar, un sitio donde antes no había nada o un lugar de transitoriedad, lugar de lugares, donde volver a crear un lugar de acogida para quien venga tras de ti. Porque todo lugar siempre es, antes o después, morada de paso, por lo que nada queda, tan solo un levísimo temblor, una sensación a nido o madriguera abandonada que conserva ese viejo aroma a ausencia: «ya nada hay aquí, / aquello que es y no está, / un leve sedimento / de vida que se va, / un rastro de animales / que al pasar va dejando /solo un temblor / con el que empieza / y acaba / toda existencia / palabra interrumpida».

Otro eco es el de Jaime Gil de Biedma: «Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema». En ti: «Amor, hay quien nace siendo poema, / pero tú naciste para ser verso». ¿Cuál querrías ser: poeta-poema-verso?

Creo que la respuesta a esta, como a otras muchas preguntas, ya se encuentra en el primer poemario, Negociando el dolor: «la incertidumbre del dolor / una extraña forma de vida / a la altura de las cicatrices / al pretender ser / un verso hermoso».

En ocasiones, te afilias a la poesía urbana como, por ejemplo, cuando evocas la infancia («Nosotros los que fuimos»). ¿Es, en verdad, la infancia un paraíso siempre perdido?

La infancia es el paraíso por excelencia que nos proporciona la visión exílica que conlleva la condición humana, y su pérdida supone un sentimiento de desamparo desgarrador. Como escribiera Felipe Benítez Reyes en La propiedad del paraíso: «Cuando perdí la posesión del paraíso, gané la leyenda del paraíso».

Siendo la tuya una poesía cuya seña de identidad principal es el individuo, en cambio, a veces “extrañas” la realidad para obtener una percepción universal, especulando desde la ciencia ficción, de la misma. Mi comentario va en dirección a un poema en el que recurres a una paradoja que surge de una imagen inquietante: «Alguien en el futuro nos observa». ¿Crees que nuestra civilización es «solamente musgo adherido al árbol»? ¿O te refieres más bien al individuo?

En concreto, en ese verso me refiero a un futuro lector que se acerque algún día a los poemas e intente hacerse una idea, inexacta ya, de lo que una vez fuimos, de lo que una vez sentimos. El poeta como “individuo”, desde una visión romántica, que no encaja en la sociedad, pero que a su vez intenta mejorarla como “persona”, remitiendo al concepto de Eugenio Trías. Un ser limítrofe que podríamos llamar horizonte, que como la línea imaginaria separa el cielo de la tierra para que siga amaneciendo. Alguien que deja de marcar el paso para marcar la diferencia.

Quizás sea la contemplación y conexión con la naturaleza uno de los «leit motiv» de Últimas palabras frente a la desolación urbana. ¿Cómo te afecta a ti la automatización en la que estamos inmersos?

La ciudad-desierto como símbolo de desolación aparece de forma recurrente desde mis primeros poemas. Se trata de un símbolo que alberga varios sentidos, yendo desde uno literal como espacio vital en el que se desarrolla nuestra existencia, llegando incluso al metapoético donde revela la escasez de incómoda autenticidad poética en nuestros días que se ha sustituido por una abundancia de mediocridad mucho más útil.

También acudes a la mitología como una fuente desde la que reflexionar sobre la libertad. Aun teniendo la posibilidad de poder gozar de ella, Ícaro desiste conscientemente del sueño de la autorrealización personal. Se convierte en emblema poético de la renuncia al deseo. Como docente que eres, ¿cómo estimulas en el alumnado la necesidad de una lucha heroica por conseguir culminar nuestros retos?

El poema al que aludes es precisamente una crítica explícita a renunciar por miedo al fracaso a los sueños de plenitud, aunque esta sea imposible, cuando sabemos que el fracaso es el único camino verdadero hacia la victoria. De muchos fracasos está hecha la victoria, y la sociedad actual está construyendo un futuro con los pies de barro al negar la posibilidad de fracasar a nuestros jóvenes creándoles un síndrome de abstinencia por el logro cómodo e instantáneo. En este sentido, los estudios, como la misma poesía, son muy ingratos, pues largo y duro es el camino para quien se interna en el conocimiento de los libros, y su recompensa, si la hubiera, tardía. Pero no nos confundamos, el fracaso hay que entenderlo en el sentido clásico, como cara indisoluble de la victoria. Acaso sea la única y última victoria.

El tópico del carpe diem respira en la referencia a la mitología griega. De nuevo Ítaca como el lugar añorado pero que, al regresar, cabe la posibilidad de no ser nuestro hogar soñado, convirtiéndose entonces en una perversa idealización. ¿Es el poeta un ser desarraigado?

Habla José Ángel Valente de la necesidad de la conciencia de exilio y de la figura del poeta como precisamente la adecuada para ello. El poeta como animal intermedio que no pertenece ni al cielo ni a la tierra, horizonte lo llamábamos antes o ser limítrofe en la terminología de E. Trías.

En un guiño a Luis García Montero, en el poema «Nunca me será dado / un poema completamente viernes» exploras el destino y el esfuerzo sin recompensa. ¿Puede el esfuerzo cambiar nuestro sino?

Debe o debiera poder cambiarlo, rectificar rumbo, pero siempre partiendo y teniendo en cuenta aquello que eres por naturaleza para no traicionarse. No puedes ser algo que no sientes. Si no, corres el peligro de convertirte en un remedo. Esto tiene mucho que ver con la teoría de la creación, pues a la burda imitación se opone la asimilación y la recreación, algo que aprendimos leyendo a Garcilaso y más tarde descubrimos con la “inventio” barroca.

Un rasgo a hacer notar es tu capacidad de cambiar de registro. Lo mismo que encontramos un tono profundamente lírico, en otros poemas predomina la naturalidad y espontaneidad para sorprendernos con un lenguaje informativo y científico en el poema «El asteroide BZ 509 / es el único en el sistema conocido» para luego incidir brevemente en la idea del individuo que actúa en sentido inverso al convencional. ¿Es el poeta un rebelde por naturaleza?

Al igual que en la pregunta anterior, debe o debiera. Si no, corre el riesgo de caer en la vulgaridad y el adocenamiento. Algo que siempre me ha interesado del lenguaje poético, hablando en un sentido lingüístico amplio, es su ductilidad y la capacidad para albergar toda clase de materiales. Me llama mucho la atención la posibilidad de desarrollo a nivel poético de distintas variedades de lengua, así como de diferentes variedades de discurso, por ejemplo.

Son muchos los reflejos de otros poetas que se perciben en Últimas palabras: Luis Cernuda, Antonio Machado, Octavio Paz. ¿Eres un poeta al que la inspiración le viene después de una lectura? ¿Para qué le sirve a un poeta conocer la tradición?

Me interesa enormemente la poética de la creación como proceso donde se aúnan tradición y creación al ir leyendo, asimilando, recreando y vivificando desde una sentimentalidad, traduciendo o, mejor, trayendo un sentimiento que es eterno a nuestro tiempo, entendiendo la poesía como un absoluto testimonio de un sentimiento atemporal, el dolor como rasgo existencial humano.

Si tuvieras que decidir otro título en lugar de Últimas palabras ¿cuál escribirías?

En nombre del dolor.

Para terminar. ¿Cuál es ese verso que nunca olvidas?

Hay un fragmento del poema titulado “A los dioses del fondo” de José Ángel Valente, perteneciente a su libro El inocente, que siempre me asalta, como si fuera una misión o un mandato que nadie me ha encomendado y que, sin embargo, se me impone: «Hay un lenguaje roto / un orden de las sílabas del mundo. / Descífralo».

José Luis Abraham López

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