No escribo sobre los bajos de ningún edificio –los que albergan, entre otras “instituciones ciudadanas” el “comercio de proximidad”–. Hoy, en el comienzo de un año, quiero que me acompañéis en otro viaje, distinto pero cercano, por las calles y plazas de mi ciudad –de vuestra ciudad–, mirando y remirando todas las huellas que los anteriores doce meses han dejado en los adoquines y baldosas de las aceras.
Rastros de todo tipo que nos recuerdan mil y una historias vividas –con regocijo o sufriento, según sea el caso– que, no lo dudéis han marcado nuestras almas por tiempo indefinido. Sobre todo si no queremos volver a tropezar en las mismas piedras; bondad de la experiencia que, a veces, conlleva hasta esguinces de tobillo (dardos envenenados).
¿Y a quién podemos recurrir en este transitar? ¿Quién podrá ayudarnos a sortear los mil y un escoyos de los pavimentos?
¿Queréis un ejemplo? La CNA (Catholic News Agency) resumía –usando sus propias palabras– los méritos de Robert Rigby, alcalde de Westminster, Londres, que será nombrado caballero de la Orden de San Gregorio Magno este año: «Escuchar a los demás y ser humilde, mantener los pies en la tierra y respetar a los demás, creo que es importante. Todos hablan de servir a los demás, pero realmente creo que es fundamental reconocer a los demás y ayudar donde se pueda».
Me parece que estoy dando pábulo –sustento– a una vieja historia sobre la que ya os he hablado en varias ocasiones y que no siempre ha sido entendida en su exacto valor: lo imprescindible que resulta la compañía de unos buenos prohombres locales, verdaderos próceres de lo cercano, sin adicciones a un lado o a otro, verdaderos artífices de la convivencia ciudadana.
Eso sí, trabajando en equipo y sin miedo a afrontar cualquier peligro que venga enmarañado por los hados de una lealtad venal.
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