José María García Linares, poeta y crítico melillense, mantiene una charla con Juan Peregrina Martín, (Granada, 1978) profesor de cuento en la Escuela de narrativa de Barcelona y poeta, con motivo de la publicación de El amor del clown, el último poemario del granadino. Peregrina llevaba diez años sin publicar un libro de poemas («tampoco me ha echado de menos nadie: hay que leer a Lorca, a Pizarnik…») y fue Bajamar Editores, casa editorial de Gijón, la que ha apostado por una entrega lírica cargada de deseo, apariencia y referencias a la juventud, la hipocresía y el arte de escribir poemas. Lo presenta el martes 14 de enero, a las 19 horas, en el Aula I de la Biblioteca de Andalucía. El autor estará acompañado por la poeta Carla Friebe.
JMGL: A lo largo de todo el libro, el aquí, el después o el entonces tejen una red membranosa de lugares y momentos. El lector atento podrá comprobar que también la luna de Granada parece funcionar, más que como sustantivo, como adverbio (a la vez de espacio y de tiempo). ¿Qué es Granada y su noche para el yo poético, para los yoes poéticos que circulan por este libro?
JPM: La noche siempre me atrajo porque tardé en conocerla físicamente; digamos que he sido y soy tardón en conocer ciertas cosas; me juntaba de chico con los mayores y escuchaba sus aventuras. También las nocturnas. Ahora escribo sobre ellas. En la noche está el peligro de creerse otra persona, menos criatura, más idiota. Las primeras son terribles, pero las recordamos con cariño cuando crecemos. Al final, la noche es la odisea que cada quien tiene que sufrir y gozar: sales a ella, escuchas cánticos de sirenas, te conviertes en cerdo —si eres hombre— y vuelves a recogerte. Algo así. Un viaje personal. Las lunas de Federico, de Egea, las de Kavafis. Las del deseo diferente, las de pruebas y errores: esas lunas de Extremoduro en el Eshavira o el Entresuelo de Calle Elvira con los primeros canutos, los primeros besos, las primeras caricias, y cómo no, las primeras dentelladas del dolor. El yo lirico vive esas noches, se defiende de ellas y a veces las abraza.
Pero no está sola la luna en el cielo nocturno de este poemario. Distintas constelaciones de autores iluminan su lectura, mapean el imaginario del lector y ofrecen itinerarios distintos entre los nombres y las formas. Sin duda este libro documenta no sólo una determinada educación literaria, sino también la constancia en las elecciones, pues quien haya leído otros textos de Juan Peregrina o sus escritos críticos comprobará filias y coincidencias.
Sí, cierto: me creo en deuda con muchas personas, poetas, artistas, músicos… la mayoría hombres, porque me falta rastrear más los mapas femeninos, pero estoy en ello. Hay gente que no se me va de la cabeza: Jacques Tati, Tom Waits, Góngora, Pizarnik últimamente, Clarice Lispetor; Cernuda, Lorca; Leopoldo María Panero. Juan J. León, Friebe, Egea, Pedro Casariego Córdoba, Pablo del Águila, Tim Burton, Caravaggio, Harry Clarke. Tantos nombres que a veces perdemos algo el norte, mezclo teorías, cuadros, poéticas, cuentos. Borges y Bioy. Ridley Scott, Blade Runner y Sigourney Weaver. Escucho música de Bach a todas horas, a Monserrat Figuras y Jordi Savall, a Ti,Po.Ta. y Manu Chao, a Robe, a Vivaldi, a The caretaker, a Leonard Cohen… La música es fundamental. Trabajo con música, escribo con música: ahora que hago deporte, necesito la música para obviarlo.
En el poema “Sinceridad”, dejas entrever cuál es el funcionamiento del mundo, mejor dicho, mundillo literario. En un tiempo en el que lo decisivo para la literatura-espectáculo es la exposición frívola del autor en los media, la ignorancia de la tradición o la compraventa de premios en una tertulia televisiva, un libro como ‘El amor del clown’ parece no sólo una decisión arriesgada, sino todo un atrevimiento. Estructura, pensamiento, disposición formal, equilibrio, conocimiento… cualidades todas poco valoradas hoy por el mercado. Estás dando un golpe en la mesa… golpe que agradecemos muchos.
El libro imagino que se leerá algo más que el anterior por una cuestión de público: tengo algo más, cuatro o cinco lectoras interesadas, je, algún amigo que sé que me lee ahora y antes no… pero tampoco sé si la estructura funcionará como yo quería. De hecho, tenía otra: siete partes de siete poemas. No la mantengo porque repasando el poemario vi que funcionaban mejor textos algo más universales, que de primeras pudieran entenderse más de fuera hacia dentro, que mantener unas mitologías personales —que siguen ahí, pero maquilladas, difuminadas— que solo entendiera yo. El ejemplo de muchas escrituras es que son universales y dicen lo que ansían. Eso he pretendido. El rigor es el mismo. A Vicente Luis Mora le dedico la parte nueva, que no se encontraba obviamente hace veinte años, porque estos años ha sido y es fundamental en mi formación: sus lecturas e intereses, tan variados, me fascinan. A Pepe Ortega le dedico el libro —al igual que a mi pareja, Ana— y una parte con cita de Erasmo, parte erótica y remix marbellita que él conoció en 2002, si no recuerdo mal, como las otras partes que se mantienen, alguna mutilada: los poemas a Federico García Lorca y Javier Egea, los borré del mapa, como te dije antes: y otros más, entre los que se encuentra uno a Juan Luis Panero. Merecen algo mejor. Sí defiendo esa parte de ‘Orgías de antaño’ porque es una versión, modesta, un plagi(h)omenaje de Sonetos & desnudos, un librazo de Narzeo Antino donde el sexo, el amor y el deseo cobran vida, libro de los 80 que se mantiene igual de fresco que hoy. No sé si es un golpe en la mesa: me alegro que para ti sea así, porque tu palabra tiene valor. ¿Quién sabe si lo leerá así la gente que se acerque a él? Lo del mercado es curioso que lo sugieras: hace unos días, Carla Friebe me decía que había escritores como X que escribían pensando en ganar premios, vender libros… y otros, me dijo, «como tú, que nunca has tenido eso en mente». Le contesté que llevaba razón, pero que también a los 22 años, pensaba con ese ego de Polifemo que nos proporciona la juventud, que tras mi primer libro, A deshoras, iba a sobrevenir una especie de gloria poética sobre mí, y aquí estamos. Que no es poco, también te digo.
La tríada deseo-memoria-olvido atraviesa todo el libro. En los agradecimientos das algunos datos sobre el proceso de escritura y, sobre todo, de cálculo poético, de poda, de elección y de apuesta. Textos que fueron, textos que han quedado, textos que acabaron desechados… Cuando el lector llega al final, tiene la sensación de que lo que queda parece reflejar lo que se perdió, como si el tiempo hubiera arrasado a la vez que conservado, precisamente gracias a la fuerza de ese deseo.
Sí, llevas toda la razón: el deseo es el motor. Incluso el deseo de desear ya es activo, acción. Entiendo que se vive más tranquilo —el budismo lo dice: no tener deseo es una liberación— sin deseo. Sin preocupaciones por no tener esto o aquello. La verdad es que deseo poco, pero lo que deseo tiene intensidad. A veces se logra y otras no. Deseo amar mejor, leer mejor, compartir más. Pero no soy ni tan buen amante, ni tan profundo lector y mucho menos un entregado ser humano. Me acerco a Schopenhauer peligrosamente cuando decía que hay que dejar que ciertos hombres digan lo que se les pasa por la cabeza, porque es nuestro derecho ser idiotas. Lo malo es cuando se juntan todos el mismo día para desear tu miseria. Y cómo olvidar a mi amiga María Martín Barranco que dice que la idiocia no solo es propia de los hombres, claro.
La edad es el índice para saber lo que queda y lo que falta, imagino. Saber que ya hemos vivido más de lo que vamos a vivir, provoca ansiedad por lo no vivido, lo no leído, los países no visitados, las charlas no tenidas y sobre todo, lo poco que hemos abrazado a ciertas personas. Los textos desechados son, usualmente, experiencias o personas que ya no forman parte de mi vida, como algún poema que llevaba dedicatoria y la borras, como esa parte de tu existencia de la que recuerdas haberla vivido, pero borrosa, alcoholizada o fumada, o sin ir más lejos ciego, pero de amor, que a veces obnubila más que un buen psicotrópico.
No puedo evitar recordar aquí tus lecturas de Fresán, por ejemplo, por ese juego tan bien dispuesto entre autobiografía y autoficción. Pero si de juego hablamos, tenemos que hablar del poema “Una cierta esperanza en el futuro”. Auster, Calvino, Pepe Hierro… Es indudable tu faceta de cuentista.
Fresán ha sido, y me temo que a estas alturas del partido, es y será fundamental en mi formación escritora. Sigo aprendiendo de él. De sus relatos. Trabajo con ellos, los pongo de ejemplo, extraigo herramientas, diversiones, emociones puras. Él tiene mucho escrito en forma de ficción sobre la autoficción, en su trilogía por ejemplo de “La parte contada”. En la Escola de narrativa de Barcelona, con sus profes y compis, he aprendido a sistematizar todo lo que se me ocurre, y alguna ida de pelota también suelto cuando escribo, claro. Pero Ana Moya, los libros de Matilla, las clases y novelas de Pablo Martín Sánchez, los relatos de Franco Chiaravalloti… entre otras personas, los micros de mi querida Susana Camps Perarnau, los matices de Gemma Pellicer y Deborah Erkoreka, las correcciones de Fernando Clemot… hace que llegue a otros géneros bien surtido de ejemplos. Auster es fundamental, como Vila-Matas o Fernández Cubas. Calvino es otro mago, un escritor productivo y de futuro. Pepe Hierro fue y es un ejemplo, como León Felipe. Pilar Adón y Julieta Valero son insospechadas, incorregibles, corporales. Los ensayos de Begoña Méndez Seguí, qué barbaridad: ¿no se puede mezclar todo? Acaso con calidad. El tema de la literatura es múltiple, ambiguo, por qué no entretenido y emocionante.
En el poema en prosa “Luis Cernuda (Español)” escribes “Caer aquí”. Es un texto muy crítico que nos lleva a la cuestión del posicionamiento del autor. Ingeborg Bachmann defendía que la tarea del poeta debía consistir en no negar el dolor, y Adorno en no negar el sufrimiento ¿Qué significa escribir desde ese “aquí”, desde donde lo haces precisamente en este texto?
Querría haber leído todo lo que tú llevas en la conciencia: pero claro, visitar Sachsenhausen te quita las ganas de escribir, ver los hornos para niños, las de vivir. A querer que el mundo esté mejor, que la gente no pase hambre y miseria, que el feminismo avance y los recursos del planeta se dirijan a una mayoría, un reparto equitativo… le llaman comunismo y extremismo. ¿Soy comunista —como cierto sector se empeña en decir— por desear que quien esté al lado viva en paz y no lo maten por ser mujer, pobre, diferente… ser infante y no querer que lo violen los curas? Vamos, no me jodas. Religión, patria, rey… conceptos para que quienes no pueden defenderse, por limitaciones educativas o imposiciones de quienes amasan fortunas, vayan de patriotas, católicos y monárquicos. Como si l@s ric@s dieran algo gratis. Como si el pobre pudiera ascender hasta ell@s. Qué vergüenza votar en contra de ayudas, mejoras para el pueblo o decir que no existe la violencia machista, que España no es racista y clasista. No toda, pero a la vista está que cierta inmigración molesta. Otra no. No sé si la poesía —la mía— servirá de algo tras su lectura. Pero digo cosas que no puedo callarme y que hace veinte años estaban suavizadas. El poema de Lorca, sobre la homosexualidad, fue fulminado del libro, no por el tema como comprenderás, sino por la ejecución. Era apenas mejor que aquel que cuando estaba en los Maristas publiqué en una revistita, defendiendo a la Generación del 27, y claro: algún profesor preguntó si yo era maricón. Todo muy noventero y respetuoso, como ves.
Una última cuestión que animará, seguramente, a los futuros lectores de este libro. Aunque en el texto le dedicas dos textos, ¿por qué has elegido la figura del clown? ¿Qué hay en ella de simbólico? ¿Qué significan su sonrisa, su amor, su maquillaje?
Me atrae el trabajo de alguien que se pinta, se oculta tras un maquillaje y hace reír, o lo intenta. Sí, tiene que ver con Pessoa. Siempre me alucinó la capacidad de crear heterónimos que tuvo el portugués, grandísimo poeta.
El payaso está triste por dentro, pero hace como si fuera feliz: hace poco, el cuentista Rodolfo Padilla reflexionaba sobre el libro y lo relacionaba con el aria «Vesti la giubba» de Leoncavalli: el payaso que ha de reír y empolvarse la cara para disimular el dolor que siente, convirtiendo en bromas los espasmos y el llanto. Me gustó ese toque musical que el cuentista granadino asoció al personaje. Hace unos días otro escritor, Miguel A. Zapata, decía que la culminación del libro es la despedida del clown «en un maravilloso corte de mangas de lirismo inaudito». Y también Calvo Galán se pregunta si el poeta es un payaso en su blog Proyecto desvelos y el protagonismo de la autoría y está bien que se lo pregunte. Desaparecer, centrarse en los textos, ser el poema lo importante…
José María García Linares
Poeta y crítico
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