Dice mi “compañera del alma, compañera” –en masculino, Miguel Hernández, “Elegía”: “(…) que tenemos que hablar de muchas cosas, /compañero del alma, compañero”–: hace mucho tiempo que no escuchaba la palabra “chalupa” –“Embarcación pequeña, que suele tener cubierta y dos palos para velas” (RAE)–.
Lo cierto es que, al hilo de esta declaración, no he podido resistirme a retrotraer mis recuerdos juveniles cerca del Mediterráneo, contemplando como se “armaban” las barcas de los pescadores en el atardecer de nuestras costas.
Es curioso que, junto a lo idílico, aparezca en mis remembranzas lo que hoy, algunos, considerarían como falta de libertad individual y atrasos en nuestro desarrollo. Por ejemplo: para hablar por teléfono había que esperar bastante más de una hora, sentados en la puerta de la casa donde se ubicaba la centralita, a la espera de aquella voz, con nombre y apellidos, gritase: “¡su conferencia con Madrid!”… Y si había suerte, a nuestro interlocutor se le escuchaba como si estuviese en Pernambuco.
Ahora, con todos los medios técnicos a nuestro alcance, parece como si sucediese lo mismo: no hay manera humana de entenderse con los recalcitrantes dialogadores de la centralidad (esté ubicada donde esté); sobre todo si está en nuestra conciencia rebatir cualquier punto de su dirigido discurso partidista.
A estas alturas, y dicho lo dicho, tras el “oportuno” corte de la comunicación (que siempre se produce, achacable al “sistema” o a los hados de la “temperatura”), debo reconocer que no tengo claro que ese silencio al que me refiero sea motivo de lesa majestad o tan sólo obra deleznable de embaucadores de primera categoría; pero lo que sí es cierto es que, a la corta y a la larga, mantener esta postura va a acarrear un daño difícilmente reparable a la comunidad, teniendo en cuenta –no lo olvidemos– que el esfuerzo de personas y años puede verse empañado en un minuto de desorientación.
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