Michael Crichton '64, HMS '69 speaks on "The Media and Medicine" at Harvard Medical School in Boston, MA on Thursday, April 11, 2002. staff photo by Jon Chase/Harvard University News Office

Juan Franco Crespo: «La radio en la Literatura: La amenaza de Andrómeda»

La abnegación ennoblece incluso a las personas más vulgares

[Honoré de Balzac]

De entrada la ciencia ficción no es lo mío y, a pesar de ello, debo indicar que he disfrutado como un enano con esta gran novela que me reconforta con la literatura. Uno disfruta leyendo, por el mero placer de leer y aquí hay que indicar la labor de un buen traductor. El mérito de una novela de ciencia ficción, que cale en otros idiomas, no sólo es del autor, hay que contar con el trabajo y la gracia de esa persona intermediaria [el traductor] que puede agriar un buen trabajo o elevarlo a cotas no previstas por el propio autor.

Novela condensada y, sin embargo, de una gran longitud que, leída en esta etapa de amenazas constantes por parte de los políticos de turno, la Agenda 2030 y la OMS que nos quiere tener bien quietecitos. Estamos “alelados” los terrícolas que nos creíamos los amos del universo y tenemos unos manguis que lo quieren todo para ellos y al común de los mortales tenerlo con la cabeza bien baja para [ellos] continuar con sus trapacerías. ¡Hay que ver la cantidad de payasadas que uno ha tenido que oír desde que aquí se dio la cuarentena y, ahora, querían volvernos a colocar otra con la dichosa del mono! Pero tenemos los políticos que tenemos y, para consuelo de la mayoría, otros personajes, que se consideran más avanzados, tampoco se libran de esta estolidez del siglo XXI.

Vayamos a La Amenaza de Andrómeda, título que el otro día me apareció en una de las cajas que desempolvaba tras permanecer guardado dos largas décadas tras el cambio de domicilio. Cuando el tiempo sobra, es lo que tiene: descubres cosas que ni sabías que tenías, porque esa es otra, vas acumulando material para cuando tengas ocasión de disfrutarlo y el trabajo se acumuló. Desde donde tecleo estas líneas contemplo más de un centenar de títulos que esperan pacientemente para ser leídos.

Encaja en el tema que nos ocupa a nivel planetario, aunque el autor trabaja con la evolución de la especie humana, la amenaza exterior, la llegada de ciertos «virus» misteriosos, etc. En definitiva los guionistas norteamericanos parecían los Julio Verne del momento porque colocaron en bandeja, décadas antes, las vivencias que el orbe ha tenido que padecer con la dichosa COVID o lo que es lo mismo, hay tantos paralelismos que parece que los de la susodicha OMS [yo me quejé en una carta abierta en 2016 sobre sus amenazas] la utilizaron de manual para largarnos la milonga que nos lanzaron; sólo provocaron que en muchos lugares el poder moverse fuera una verdadera proeza y que ciertos países que no limitaron el acceso a su territorio: simplemente se hicieron con el turismo que venía a EUROPA. ¡Parece como si tuviéramos necesidad de desmontar todo lo que hemos conseguido en esta parte de la tierra desde el origen de los tiempos y el personal un zombi anhelando ser devorado!

Genial el retrato que hace del mundo de la política y de cómo el virus/retrovirus sigue su curso a pesar de los pesares y los frenos que algunos intentan poner. Algunas coincidencias con la pandemia nos hacen pensar, seriamente, en la no fácil tarea de tener que creerte todas las milongas de los “trileros/charlatanes” que a nivel planetario manejan los hilos y, una vez más, se han aliado para darle una vuelta de tuerca al calcetín que nos oprime, añadiendo, con mayor realismo la hipócrita y narcisista sociedad que entre todos hemos montado. Sólo nos faltaba tener que escuchar que, siendo independientes, esto lo habríamos manejado mejor.

Tenemos una novela que te atrapa desde el primer momento. Hacía años que no me encontraba una obra que, tras dejarla sobre la mesa [hay que salir de la guarida, tomar un café, disfrutar de un paseo, en definitiva vivir] estuvieras deseando continuar. Una buena semana con el mejor amigo en tiempos de encierro si, además, algunos de los paisajes están encuadrados en territorios que te son familiares, entonces el deleite es mayor. Felicidades a este autor del que muchas de nuestras firmas, que se creen escritores, deberían de aprender. Obras así te reconfortan y te hacen tener esperanza, llega un momento en que la vives como si fueras el mismo protagonista, sobre todo, cuando tantas veces has visto que la gente que te rodea apenas tiene idea de lo que le argumentas y, entonces, sólo saben descalificar.

Vayamos a las pocas referencias radiales o televisivas que aparecen en la gran novela, entre corchetes y negrita, la página en la que aparece la referencia transcripta.

“Para facilitar su recuperación, los satélites iban equipados con reclamos electrónicos que empezaban a emitir señales en cuanto descendían a una altura de cinco millas.

He ahí la causa de que la furgoneta trajera tanto equipo detector de dirección de ondas de radio. En esencia dicho equipo realizaba su propia triangulación. En el léxico del ejército se conocía como triangulador de una sola unidad, y resultaba altamente eficaz, pero lento. El procedimiento era sencillo de sobras: la furgoneta paraba y determinaba su propia posición, tomando nota de la intensidad y dirección de la onda de radio del satélite. Hecho esto, arrancaba de nuevo y corría por un trecho de unas veinte millas hacia la parte donde era más probable que se hallase el satélite. Luego paraba y tomaba las nuevas coordenadas. De esta manera se podía señalar en el mapa una serie de puntos de triangulación y el vehículo podía acercarse al satélite por un trayecto en zigzag, parándose cada veinte millas, a fin de corregir cualquier error que se hubiera cometido. El método resultaba más lento que el de utilizar dos furgonetas; aunque más seguro; el ejército opinaba que dos furgonetas en un mismo sector podían despertar sospechas.

Hacía seis horas que el vehículo iba acercándose al satélite «Scoop». Ahora ya casi lo tenían al alcance de la mano.

Crane dio unos golpecitos nervioso al mapa con el lápiz, y anunció el nombre del pueblecito del pie de la colina: Piedmont (Arizona). Población: cuarenta y ocho habitantes. Ambos celebraron el dato con una carcajada, aunque en su fuero interno estaban preocupados. El PCLL de Vandenberg, o sea el Punto Calculado de Llegada, se hallaba a doce millas al norte de Piedmont. Vandenberg había calculado el tal paraje fundándose en el radar y en 1410 proyecciones de trayectoria hechas por computadoras. Tales cálculos no solían errar en más de unos centenares de yardas.» [19/20]

«Era una prosa que le obligaba a leer despacio, y no le parecía demasiado interesante. De modo que se dejó interrumpir de muy buena gana cuando el altavoz de encima de su cabeza, que traía las transmisiones orales de la furgoneta de Shawn y Crane, dio señal de comunicar. Shawn decía:

«Habla «Corsario Primero» a «Vándalo Deca». «Corsario Primero» a «Vándalo Deca». ¿Nos escuchan? Cambio.»

Comroe, sintiéndose de buen humor, contestó que, en efecto, escuchaba.

-«Estamos bien, «Corsario Primero». Deje la radio abierta.

«De acuerdo». [23]

«Shawn: -No. Quédate en la furgoneta. -Su voz aumentó de volumen y tomó un tono más formulario al transmitir el parte-: Habla «Corsario Primero» a «Vándalo Deca». Cambio.»

Comroe cogió el micrófono.

-Le escucho. ¿Qué ha pasado?

Con la voz estremecida, Shawn respondió:

«Señor, vemos cuerpos humanos a montones. Parecen muertos.»

-¿Están seguros, «Corsario Primero»?

«¡Por el amor de Dios! -exclamó Shawn-. ¡Claro que estamos seguros!»

Comroe continuó pausadamente:

-Sigan hacia la cápsula, «Corsario Primero».

Al mismo tiempo, paseó la mirada por la sala. Los otros doce componentes del reducido personal la estaban mirando fijamente, con ojos inexpresivos, sin ver. Escuchaban la transmisión.» [24/25]

«Comroe meneó la cabeza.

-Por nuestra parte hemos verificado todos los aparatos. Y seguimos sincronizando aquella frecuencia. -Así diciendo, abrió la radio, y unos ruidos parásitos sibilantes llenaron la habitación-. ¿Conoce la pantalla acústica?

-Vagamente -contestó Manchek, reprimiendo un bostezo. Lo cierto era que se trataba de un ingenio creado por él tres años atrás. Definido de la manera más sencilla, consistía en hallar una aguja en un pajar por medio de las computadoras…, un conjunto de máquinas que escuchaban una mezcla de sonidos, embarullados, confundidos al azar, y aislaban determinadas irregularidades. Por ejemplo, podía recogerse en una cinta el rumor de las conversaciones en un cóctel de sociedad y luego hacer pasar la cinta por una computadora, que aislaba una determinada voz y la separaba del resto.» [31]

«El motor arrancó.

-En marcha -dijo Stone, sonriendo.

Burton trepó a la trasera, abrió el interruptor del equipo electrónico y puso en movimiento la antena rotatoria. En seguida se oyó el leve pitido intermitente del satélite.

-La señal es débil, pero todavía se nota. Suena por allá, a nuestra izquierda.

Stone entró una marcha y arrancaron, sorteando los cadáveres de la calle. El pitido aumentó de intensidad. Continuaron por la calle mayor, dejando atrás la estación de servicio y la tienda. El pitido se debilitó de pronto.

-Hemos corrido demasiado. Dé la vuelta.

A Stone le costó un rato el encontrar la marcha atrás; luego retrocedieron, siguiendo la intensidad del sonido. Transcurrieron otros quince minutos antes de que pudieran localizar el origen de los pitidos hacia el norte, en las afueras de la aldea.

Por fin pararon ante una casita de madera de un solo piso. Azotado por el viento, gemía un rótulo que decía: «Doctor Alan Benedict». [91]

«El piloto estableció un enlace radiofónico con Vandenberg para que Stone pudiera hablar con el mayor Manchek.

«¿Qué han encontrado?», preguntó éste.

-La aldea está muerta. Hemos hallado pruebas de los efectos de un proceso inusitado.

«Tenga cautela -recomendó Manchek-. Hablamos en circuito abierto.»

-Me doy cuenta. ¿Quiere ordenar una 7-12?

«Lo intentaré. ¿Le conviene en seguida?»

-Sí, en seguida.

«¿En Piedmont?

-Sí.

«¿Tienen el satélite?»

-Sí, lo tenemos.

«Muy bien -dijo Manchek-. Transmitiré la orden.» [103]

«Leavitt sonrió.

-La teoría del mensajero.

-Uno se lo pregunta -dijo Stone.

La teoría del mensajero era original de John R. Samuels, ingeniero de comunicaciones. Hablando ante la Quinta Conferencia Anual de Astronáutica y Comunicación, había pasado revista a algunas teorías acerca de la forma que una cultura extraña podía escoger para oponerse en contacto con otras. Arguyó que los conceptos más adelantados sobre comunicaciones que poseía la tecnología terrestre eran inadecuados, y que las culturas adelantadas encontrarían otros mejores.

-Supongamos que una [es]cultura desea escudriñar el universo -dijo-. Supongamos que desean celebrar una «fiesta de recepción y despedida» a escala galáctica…, para anunciar formalmente su existencia. Aquellos seres desean propagar información, indicios de su existencia, en todas direcciones. ¿Cuál sería la mejor manera de conseguirlo? ¿La radio? Difícilmente; la radio es demasiado lenta, demasiado cara, y se apaga con excesiva presteza. Las señales más fuertes se debilitan en unos pocos miles de millones de millas. La TV es peor aún El producir rayos luminosos resulta fantásticamente caro. Aun suponiendo que se encontrase la forma de hacer estallar estrellas enteras, de provocar la explosión de un sol, como una especie de señal, sería muy caro.» [258]

Y se acabó el material radial de esta novela que te hace disfrutar de la lectura, viajar a otros mundos, soñar, en definitiva. Ya saben, lean que eso les hace libres y al mismo tiempo le permite abandonar el mundo en el que estamos sumidos, donde cuatro iluminados no cejan en su empeño por amargar la vida al más común de los mortales. Leer le hará más libre y, sobre todo, menos alienado.

Michael Crichton, Ediciones B, Barcelona 1997, 335 páginas.

Traducción de Baldomero Porta para Grandes Best Sellers de EL PERIÓDICO

Juan Franco Crespo

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