Actualmente en España, y en el ámbito de la educación, estamos sometidos a una vorágine permanente de información sobre el “Modelo de Aprendizaje Basado en Competencias”. Esto es debido a que este curso 2022-2023, los currículos de Educación Infantil, Primaria, Secundaria Obligatoria y Bachillerato vienen diseñados para que los alumnos aprendan a hacer. Es decir, que no solo han de adquirir saberes, sino que tienen que verlos aplicación en la realidad; que han de comprobar su utilidad para resolver cuestiones que acontecen en su devenir diario. Ahora todo el mundo aboga por las competencias porque parece ser que esta tendencia va ser la solución a todos los problemas educativos que como país tenemos planteados. Yo creo que esto no solo no será así, sino que si esta nueva perspectiva no se aplica con cuidado, tendrá efectos negativos; entre otros, convertir a nuestros niños, adolescentes y jóvenes en bricolajistas de la enseñanza.
Leemos en los medios de comunicación con profusión frases como estas: “la importancia del hacer”; “el valor de aplicar los conocimientos”; “de qué le vale al alumnado aprender mucho si después no sabe para qué aprende”; “no importan tanto los saberes cuanto su sentido”. Alejandro Tiana, secretario de Estado de Educación y Formación Profesional, en una entrevista del 28 de diciembre en El País explicando en qué consiste aprender por competencias, dice que “Estamos intentado cambiar la cultura escolar”. El cambio al que alude es el de pasar de un aprendizaje memorístico basado en acumular saberes a otro sustentado en aplicarlo a situaciones reales.
Pero es que la educación es un ámbito tan importante y complejo que va más allá del saber competencial. En su momento ya lo puso de manifiesto Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea entre 1985 y 1995. En su artículo “Los cuatro pilares de la educación” publicado en la obra colectiva “La educación encierra un tesoro” (1996), estableció los cuatro ejes de una educación permanente para el siglo XXI. Además del “Saber hacer”, describió también estos otros tres: “Aprender a conocer”, donde pone de manifiesto que cada persona ha de intentar comprender el mundo que le rodea para vivir con dignidad, desarrollar sus capacidades profesionales y comunicarse con los demás; “Aprender a ser”, dado que la educación debe contribuir al desarrollo global de cada persona: cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético y responsabilidad individual. Y es que todos las personas deben estar en condiciones de dotarse de un pensamiento autónomo y crítico y de elaborar un juicio propio para enfrentarse a las diferentes circunstancias de la vida; y “Aprender a convivir”, desarrollando la comprensión del otro, realizando proyectos comunes y preparándose para tratar los conflictos bajo el pluralismo, la comprensión mutua y la paz.
Quiero reseñar también, que en nuestro país, y desde 1970 cuando se promulgóla “Ley General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa”, los alumnos aprendían a la “antigua usanza”; es decir, que bajo la mirada cómplice del profesor, adquirían los saberes que los currículos de las diferentes enseñanzas les demandaban bajo esta secuencia: explicación, aclaración de dudas ejercicios, corrección y a otro contenido. Con esta mochila, que no era poca, salían del sistema educativo para abrirse paso en la vida y ejercer como profesionales desarrollando un oficio o una profesión. De ahí que esta pregunta sea pertinente: ¿Cuántos fontaneros, electricistas, bomberos, albañiles, ingenieros, registradores de la propiedad, arquitectos o profesores salieron al mercado laboral durante el periodo 1970-2022? Y el mundo ni se paró ni se cayó porque estos profesionales aprendieran, como digo, a la “antigua usanza”. Como en todos los aspectos de la vida, la virtud está en el término medio. Ni todo memoria ni todo utilitario; ni todo acumulación de conocimientos ni todo aplicabilidad. Y es que nadie puede aplicar lo que no sabe o no conoce. Por lo tanto, primero aprender y luego aplicar.
Por último, estimo conveniente señalar que toda innovación pasa por lograr el máximo consenso por parte de la comunidad educativa. Un enfoque metodológico basado en competencias conlleva importantes cambios en la organización escolar y en la concepción del proceso de enseñanza-aprendizaje. Esto empieza por otorgar una mayor autonomía a los centros para diseñar sus proyectos educativos, sigue por la coordinación y colaboración del profesorado a la hora de impartir sus asignaturas y termina por un cambio en la manera de evaluar.
Por último, destacar también, que no se puede dar un pendulazo y pasar de un modelo educativo que llevaba funcionado desde 1970 a otro muy distinto como es el “Modelo de Aprendizaje Basado en Competencias” puesto en práctica este curso académico; es decir, ¡transcurridos 52 años! Y es que los vaivenes es una manera habitual de actuar de nuestros gobernantes. De ahí que su puesta en práctica se debería hacer paulatinamente estableciendo mecanismos de evaluación para comprobar cómo esta funcionado. Al Ministerio de Educación y FP, por otra parte, le corresponde la ineludible responsabilidad de formar a maestros y profesores en todas los aspectos claves en los que se basa dicho modelo para que no devenga en fiasco; cosa esta que hasta ahora no se ha hecho. Y es que cuando se fracasa en educación no lo hace solo el colectivo de profesores y alumnos sino todo un país.
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