Estatua del dios Atlas, en la estación central de Frankfurt (Alemania)

Juan Antonio Díaz Sánchez: «Cultura clásica y ciencia, un amor de cine»

El que se aplica al estudio
crece día a día

Lao-Tzu, Tao Tê Ching

Impossibilium nulla obligatio est, Cartago delenda est, alea iacta est; dulce maerenti, populus dolentum, recusatio in voce… Latinajos, latinajos y más latinajos, palabras raras que, en la actualidad, las oímos como mucho en procesos judiciales, en terminologías de Derecho o jurídicas, en algunos actos religiosos de la Iglesia Católica y poco más.

Mucha gente, hoy en día, piensa que la Cultura Clásica no sirve para nada. Cuando un muchacho o una muchacha decide estudiar el Bachillerato de Humanidades, la mayoría de las personas de su entorno le preguntan y eso ¿para qué lo quieres?, ¿para qué sirve estudiar lenguas muertas: Latín y Griego?, ¿qué salidas laborales tiene eso?, ¿cuál es su utilidad?, ¿no sería mucho más provechoso estudiar inglés o alemán?… Como pueden ver, es una serie de interrogantes muy larga que se extendería hasta el infinito y más allá, la que se nos plantea. Pues bien, si la sociedad actual prestase un poco de atención a las Humanidades se daría cuenta que se pueden aprender grandes lecciones para la vida.

No hace mucho tiempo que estuve hablando con una de mis mejores amigas, que es médica, y salió en la conversación la palabra “Atlántico”, esa que le da nombre al océano. Yo le expliqué que este nombre venía del mito de Atlas o Atlante, uno de los titanes que desafió a Zeus y que por tal osadía fue condenado a cargar con la bóveda terrestre u orbe terráqueo sobre sus brazos y espaldas, según podemos leer en la “Teogonía” de Hesíodo, en la “Odisea” de Homero o en la “Metamorfosis” de Ovidio.

Esta reflexión me dio qué pensar y es que muchos de los términos que se utilizan la Biología, Geología, Física, Matemáticas, etc., en definitiva, todas aquellas disciplinas que englobamos en ese gran “cajón de sastre” que son las Ciencias, derivan de las lenguas clásicas. Por ejemplo, la palabra Geología, que viene del griego y significa la ciencia que estudia la Tierra. Geografía, lo mismo que la anterior, y significa la ciencia que describe la Tierra. Gea, que era la Madre Tierra, nació del Caos, es decir, del vacío que ocupa un vacío, de la nada que debió de ser todo, la primera deidad griega que fuera de la manera que fuere, tuvo su propia descendencia: Ponto y Urano. Pues la primera diosa griega es la que da nombre a los términos anteriores, pero no solamente a los científicos, sino que a otros vocablos políticos, militares o históricos: Geopolítica, Geohistoria, Geoestrategia… Sin lugar a dudas, mi querida amiga acabará siendo una gran científica porque ella es fiel defensora de este “amor de cine” al que nos referimos en el título de este artículo, del amor al conocimiento, al Pensamiento y, a la Filosofía de la Naturaleza y la Ciencia, es decir, del amor hacia todas aquellas disciplinas que le dan un porqué y un para qué a lo que ella estudia y a lo que se dedica; en definitiva, del amor a la Razón.

Ejemplos como los anteriores se podrían poner muchos y muy variados. He querido poner el de la diosa Gea y el titán Atlas o Atlante porque me parecen de los más conocidos y relevantes. Sin embargo, como reza un viejo refrán castellano, “no es oro todo lo que reluce”. En la sociedad actual en la que vivimos, donde se premia la inmediatez, lo práctico, lo económico, lo monetario y la “cultura del no esfuerzo”, no se percibe que ni los responsables políticos ni la mayoría de los propios ciudadanos valoren la importancia de la enseñanza y aprendizaje de las Humanidades. Siendo todos conscientes de que los niveles de incultura supina, sobre todo, en la población joven -y no tan joven- son bastante elevados y parafraseando al gran periodista andaluz, Jesús Quintero, tristemente desaparecido: «Nunca como ahora la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida…»; se hace más necesario que nunca revalorizar el conocimiento científico, jurídico y, sobre todo, humanístico.

Por consiguiente, el conocimiento mínimo -sólo unas nociones básicas- de las lenguas clásicas implica el conocimiento de la Historia y la Cultura que ha dado origen a Occidente, es decir, a la parte del mundo en la que vivimos y convivimos. Por supuesto, también tiene mucho que ver en todo esto que estamos hablando el Cristianismo, pilar básico de nuestra cultura occidental, de gran parte de nuestra forma de pensar y actuar. Como le dijo Jean Jaurès (diputado socialista francés de 1889 a 1914) a su hijo en una carta que le escribió negándole la dispensa que éste le pedía para evitar estudiar religión en el colegio donde estaba interno: “¿qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero, sin conocer, la religión que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización?”

Por todo lo anteriormente expuesto, y a modo de conclusión, es muy importante promover una educación en valores como los que nos aporta la formación humanística que, unidos a los aportados por la formación científica y jurídica, nos permita educar integralmente a nuestros niños y jóvenes. Nuestra sociedad actual tiene el deber ético y la obligación moral de formar cívica, ética y moralmente a las generaciones venideras para que sepan convivir en sociedad, es decir, para que sean “personas humanas preparadas para vivir como Ciudadanos del Mundo”. Necesitamos un sistema educativo que forme –como decía Immanuel Kant− a personas “que obren de tal modo que la máxima de su voluntad pueda valer siempre ya al mismo tiempo, como principio de una legislación universal”, “que obren de tal modo que traten a los demás (incluidos ellos mismos) como un fin y no solamente como un medio” y “que obren como si fueran ciudadanos de un mundo perfecto”.

(Nota: Este artículo de Juan Antonio Díaz Sánchez se ha publicado en la pág. 26 de la edición impresa de IDEAL, correspondiente al viernes, 14 de marzo de 2025)

Juan Antonio Díaz Sánchez

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