En un intercambio de clase recibo un mensaje de una amiga y compañera en el que me ofrece poder colaborar con ella en una serie de publicaciones que está realizando sobre información a la comunidad educativa en “IDEAL en Clase”. “¿Qué puedo aportar? Realmente me hace ilusión, pero no sé yo…” La respuesta por su parte fue clara “Tienes mil posibilidades, querida”.
Y aquí me hallo en mi humilde posición de docente de instituto, desde mis clases de Geografía, Historia e Historia del Arte con intención de aportar un granito al análisis de las realidades, preocupaciones y problemáticas educativas actuales.
La libertad de cátedra es según el Tribunal Constitucional “Una proyección de la libertad ideológica y del derecho a difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones de los docentes en el ejercicio de su función”.
Siguiendo esta premisa leguleya, corren malos tiempos para la docencia en todas las áreas educativas, con especial ahínco en las de Ciencias Sociales y Humanidades.
Nietzsche censurado, la materia de Historia de España cuestionada, rebelión en el momento en que se analiza el techo de cristal en la asignatura de “Empresa y diseño de modelos de negocio”. Negación del cambio climático y hasta de la teoría evolutiva que como bien dice Juan Luis Arsuaga “Lo niegan quienes tienen la desgracia de no haber recibido una información académica o bien aquellos que desean engañar o que cierran los ojos”.
Cuestionados y cuestionables los docentes en el aula, pero la realidad es que los sesgos cognitivos del alumnado comienzan en el ámbito privado, llegando a lastrar el avance académico y moral de la sociedad.
Veneradas “Personas influyentes” (me niego a llamarlos “influencers”) que son capaces de generalizar sin contexto alguno la escuela de Epicúreo de Samos o el estoicismo. Osados en recomendar negocios o acciones bursátiles sin conocer las consecuencias, o lo que es peor conociéndolas. Y el caso de los atrevidos a realizar martingalas de “divulgación histórica” con muy poca o ninguna base historiográfica. Son algunos de los ejemplos que encontramos en el núcleo informativo del día a día de nuestros jóvenes, y no tan jóvenes.
Las diversas leyes educativas desde la Ley Moyano (1857), pasando por la ley de Villar Palasí (1970) hasta llegar a la actual LOMLOE (2020), inciden en la necesidad de crear una base social que sustente la ciudadanía del país en cada periodo histórico. Sin embargo, la contradicción se halla en que las leyes educativas han ido por unos derroteros bastante disímiles a las investigaciones o teorías pedagógicas del momento.

La enseñanza que tanto defendieron Célestin Freinet o María Montessori basada en una educación democrática y participativa y cuya base era y es la libertad de cátedra y el respeto al docente y a sus conocimientos, se está viendo cercenada por el férreo control social sobre la escuela pública, auspiciado por las diversas administraciones y sus representantes.
El objetivo de cualquier docente es fomentar el espíritu crítico en su alumnado, creando individuos que puedan pensar, reflexionar y cuestionar de manera autónoma, para así, participar de manera activa en la sociedad, y que se desarrollen como adultos funcionales, comprometidos y capaces de contribuir al bien común.
Suena muy idílico, ¿Verdad? Esta fue la atracción que hizo que muchos de nosotros nos acercáramos a la educación desde nuestras formaciones universitarias.
Sin embargo, enfrentarse a la docencia desde determinadas materias en un aula de secundaria con una media de 31 o 32 individuos y en bachillerato de 38 o 39, hacen que la libertad de cátedra pueda verse sesgada, en primer lugar, por la autocensura impuesta con el objetivo de “no molestar”. Y en segundo lugar, por las posibles coacciones, que por suerte no están generalizadas, por parte del alumnado, compañeros y compañeras de los claustros, representantes de la administración o tutores legales.
¿Realmente estamos realizando nuestra labor docente con honestidad y compromiso? ¿Se nos permite desempeñar nuestra misión pedagógica con libertad y respeto? Si planteamos estas cuestiones a los docentes, en especial a los que forman parte de las áreas humanísticas la respuesta será corta y contundente en muchos casos. NO.
La libertad de cátedra hace que se pueda impartir una serie de conocimientos con base científica y apoyados en documentos, estudios o fuentes que así lo avalan, siempre cumpliendo con lo establecido en la legislación vigente en cada momento y en ocasiones con la imposición de las metodologías o tendencias pedagógicas de moda.
Es necesario analizar las últimas leyes educativas y el viraje de la educación hasta llegar a poner el epicentro de la enseñanza en la autonomía del alumnado. Sin embargo, yo me pregunto ¿Y qué pasa con la autonomía del docente?
Sin duda, la instrucción educativa es una herramienta de emancipación y de progreso social del ser humano como así lo reflejaron en 1976 Lorenzo Luzuriaga en su Historia de la educación y de la pedagogía incidiendo en la importancia de la libertad de cátedra para proceder a la renovación pedagógica y por ende democratizar la educación. O el caso de las reflexiones de Manuel Puelles Benítez en 1999 en su obra Educación e ideología en la España contemporánea, en la que marca como elemento clave la libertad académica para conseguir una educación más abierta, progresista e igualitaria socialmente.

Así pues, creo firmemente que toda la sociedad debemos realizar una autocrítica con respecto a la libertad de cátedra y al uso de las herramientas que nos proporciona la administración. Por la parte que me toca, la de los docentes, deberíamos seguir dando apoyo pedagógico y cultural al alumnado sin caer en la desidia y en el hartazgo diario, y por consecuencia en un sistema gregario y sumiso, aunque en ocasiones nos lo pongan muy complicado. ¿Y tú? ¿Haces todo lo posible por hacer valer esa libertad de cátedra tuya y la de tus compañeros y compañeras? ¿Respetas la libertad de cátedra de los enseñantes y en consecuencia su trabajo y conocimientos? Reflexionemos juntos y construyamos un sistema más democrático y respetuoso.

Ester Dabán Guzmán
Docente de Geografía e Historia
y alumna en continuo aprendizaje
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