Todas las lenguas tienen, en su base, a alguien que hizo sus compilaciones, en Armenia lo fue Merop Mashtots y la avenida que le honra en la capital del país es la que nos conduce hasta la colina en la que está enclavado este peculiar museo si la paseamos en sentido ascendente.
Iniciaremos nuestro camino en la famosa Plaza de Francia para dirigirnos al célebre Matenadaran, al final de la calle nos encontramos con la Comisión Electoral si mal no recuerdo y en cuya amplia fachada están enganchadas, a tamaño humano, las letras doradas del alfabeto armenio y desde ahí estamos encaminados al museo debiendo acceder por la parte central [ambos laterales no nos conducirán al templo del saber].

Fue en el año 406 cuando el estudioso monje se enfrascó en la codificación y creó esas 36 letras que corresponden a las inflexiones del idioma que ha llegado hasta nuestros días; recordemos que la cruz -símbolo de la cristiandad- y el alfabeto fueron básicos para capitalizar y configurar el sentimiento de pertenencia; por esa dualidad que el armenio, como pueblo, se diferenciará de hordas invasoras y ha perdurado hasta nuestros días siendo una de las lenguas indoeuropeas más enigmáticas que existen ya que no tiene ninguna relación con las de la misma familia.
El actual armenio tiene sus orígenes en el XIX cuando se implantó a partir del dialecto de Ereván, en ese marco el responsable que lo puso en marcha fue Fhachaltur Albovian aunque el armenio antiguo se sigue empleando en las liturgias de la Iglesia Apostólica Armenia.

El archivo de los manuscritos o Matenadaran abre sus puertas de 10 a 17 horas; es un verdadero palacio que atrapa al visitante, se puede contratar el servicio guiado en español por un módico precio y durante una hora le platicará sobre ese templo del saber pues aquí se acumula toda la historia de Armenia, no sólo la de la lengua.
Una de las joyas de la corona es la Biblia traducida al armenio desde la versión griega y siria; del siglo V es uno de los tres ejemplares que ha sobrevivido con las cubiertas de marfil. Otra pieza capital es la Homilía de Mush y no es para salir corriendo con él pues pesa nada menos que 28 kilos aunque gracias a que una mujer se lo llevó consigo a los Estados Unidos el libro pudo conservarse y finalmente regresar a casa. En el otro lado de la balanza encontraríamos otro libro de apenas 19 gramos aunque si lo envías como recuerdo a España, en estos momentos, el correo en Madrid te cobraría una buena pasta, algo que ni en la dictadura se llegó a producir. Hoy hasta la cultura está sujeta al impuesto revolucionario que no respeta ni los envíos entre particulares ni el secreto de la correspondencia. Para ver cosas, hijo, hay que estar vivimos y cuánta razón tenía.

¡Cuánta desfachatez!, de circular la correspondencia libre y protegida hemos pasado en un momento de la historia a que esa carta caiga en el menda al que le dieron una escoba y se creyó general. Como resultado decenas de envíos ya nos son confiscados por ese servicio que otrora fue rápido, económico y eficaz. En determinados momentos apenas si reparten un par de veces al mes [las privadas sólo una vez], Bruselas nos prometió servicios de primera a precios de risa y tenemos servicios de república bananera a precio de lingotes de oro. ¡Genial!

Nada más ascender la escalinata central nos encontramos con la escultura del monje que construyó el primer matenadaran [biblioteca] en el siglo V en la histórica Echmiadzin -lugar en el que se encuentra el denominado vaticano armenio que visitaremos más adelante- Es evidente que el legado que se atesoró sufrió a lo largo de quince siglos constantes pérdidas provocadas por los invasores, algunos, como Atila, lo arrasaban todo a su paso. De esa destrucción se lograron conservar casi dos millares de manuscritos que hoy forman parte del corpus que se conserva en este espacio que, desde lejos, nos recuerda a una catedral.
El edificio que contemplamos se diseñó expresamente para este cometido y fue levantado en 1957 en plena etapa comunista; al aire libre encontramos varias esculturas, tumbas talladas, estelas y otros objetos pétreos llegados desde todos los rincones del país. Sus cuidadores dicen que alberga unas 25.000 piezas y sólo se exponen, como suele ser habitual en estos templos del saber, una parte de ellas a pesar de que los estudiosos puedan trabajar con la totalidad del archivo. También incluye materiales en árabe, griego o el lejano imperio romano.

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