La Universidad de formación permanente y abierta para los sénior es una experiencia enriquecedora en el aprendizaje y sobre todo en lo social, puede resucitar el espíritu creativo, de investigación y sobre todo de la fraternización con otros compañeros jubilados de profesiones diferentes, un espacio abierto y libre y con las aportaciones de las asociaciones de estudiantes que complementan el otro lado más lúdico para integrar el exceso de tiempo libre en actividades diversas.
Llegué a las aulas como un estudiante sénior anónimo y con una melancolía discreta que el quietismo produce a una persona activa e inquieta, el fluir de los días y los años de Universidad transformaron aquel hombre para llevarlo a conocerse y a reconocerse en un universo nuevo, antagónico al que había vivido intensamente.
Cada tarde llego a la Universidad con la misma rutina adquirida con los años de alumno, transito el largo pasillo de amplios ventanales, me confundo en el trajín de los estudiantes sénior: de conversaciones, de saludos, de prisas y también de parsimonias. Un paisaje de compañeros, todos unidos por la misma premisa de no querer que el tiempo se les escape y que el olvido siga creciendo en su memoria. Estudiantes séniors; hombres y mujeres, colmados de ilusión y seducidos por el joven que se vuelve a poner en pie.
La primera parada casi obligatoria a la fuente de agua fresca situada en el ágora junto a la máquina del café donde pacientemente jóvenes y mayores comparten una paciente cola. Al pasar al patio de los naranjos, claramente dos grupos de tertulianos separados, los fumadores, de los que van quedando menos y los cafeteros, que apuran la charla distendida de los minutos previos al comienzo de las clases. Todos viejos conocidos del 2º ciclo.
Es curioso observar como la especie de los estudiantes nuevos parecen invisibles, ellos se precipitan con aceleración a ocupar su lugar en la clase y aún no conocen la fascinación de la cháchara del antes y del después de las clases con los compañeros. A veces pienso que los nuevos se mueven aún en su propia incertidumbre, indecisos, entran, van a su clase y se marchan.

Hemos perdido frescura, nuestro propio estilo de vida, cada vez nos convertimos en más anónimos, sin historias que contarnos. El peso de la realidad puede mostrarnos un muro en las relaciones humanas. Los humanos modernos hemos declinado la rica espontaneidad de la naturaleza por el orden, la rigidez de las normas y el mutismo social, que van tomados fuerza para convertirnos en desconocidos en un mundo cada vez más globalizado.
Una sociedad a veces descafeinada de valores sociales que cuentan entre sus víctimas preferentes a los mayores, se ha hecho realidad el gran divorcio que comienza con la pérdida del contacto físico con otra persona para entendernos con máquinas, robot, ordenadores, móviles, contestadores…El extremo del abandono aparecen en las noticias, cuando aparece el cuerpo en descomposición de un mayor en su domicilio, nadie, ni amigos, ni vecinos o familiares le han echado de menos. ¡Qué pena!
Esta idea me lleva a pensar en los compañeros que un día dejan de asistir y desaparecen del aula y de las actividades de la asociación y el olvido asoma, se han marchado sin despedirse. Cuando preguntas por ella o por él, tal vez recibas una respuesta ambigua, ha ingresado en una residencia, se ha marchado con un hijo, sufre una enfermedad o en el peor de los casos ha fallecido… queda el hueco tibio que deja la vida cuando se retira
Quiero reivindicar el vivir a mi manera con el estilo de vida, más libre y espontaneo, con relaciones sociales donde compartir risas, charlas, alegrías y penas con amigos y compañeros.
¿Cuántos compañeros desconocidos, anónimos…tenemos en el aula de la Universidad de mayores?, La respuesta nos puede sorprender, quizás más de lo que pensamos.
Observo algunos estudiantes que se disuelven en la masa en la clase, que se sientan solitarios en la mesa, encerrado en su esfera de cristal, con su timidez a cuesta. Me confesaba una compañera en su primer curso, lo difícil que es romper el hielo para mantener una conversación cuando se es nuevo y desconocido.

Las asociaciones de universitarios sénior contribuyen a paliar este fenómeno, al principio de curso, ALUMA realiza una comida de convivencia en algún paraje natural de Granada para fomentar el encuentro entre los recién incorporados y los veteranos.
Regala un gesto, una sonrisa, una palabra: “Hola” “Cómo estás” “ Qué tal”… aquel compa sentado en clase con su propia soledad y deseando compartir un gesto, una sonrisa o unas palabras para dejar de ser anónimo en una multitud.
A los compañeros universitarios senior les deseo una feliz Semana Santa, nos vemos.

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