Juan Franco Crespo: «Literatura y radio: El pasillo de la muerte»

“En aquella época no era necesaria gran cosa
para encontrarse con la punta de una pistola en la nuca”

[Olivier Rolin]

Estamos ante una de esas novelas que no sólo te reconcilian con la lectura, sino que, además, a pesar de la crudeza del tema, de vez en cuando te saca alguna sonrisa porque, dentro de la tragedia de la flaca que espera en ese terrible pasillo que conduce a la silla eléctrica, hay también momentos hilarantes o si lo prefieren, kafkianos donde nada es lo que parece. Fabuloso el tratamiento de Cascabel, el ratoncito mascota de Del.

La obra, densa, a veces te hace descansar por cuestiones morales o preguntas que necesariamente te tienes que hacer ante la cruda realidad de un final donde, en nombre de la LEY, ejecutan a una persona y, mucho más cuando, de acuerdo con el hilo conductor, el condenado es inocente pero la “masa” lo condenó y lo encerraron.

Centrada en la época de la gran depresión norteamericana nos viene a documentar una etapa de la historia en donde hubo demasiados problemas ante la gran caída de la vida que luego fue dando pábulo a infinidad de conflictos en todo el orbe. Aunque tendríamos que colegir que la problemática de la violencia parece que es nuestra constante y no aprendemos nada de ella porque prácticamente no nos hemos movido de casilla tras un siglo de vida. Lo peor es que no hemos modificado mucho el esquema de pensamiento y parece como si estuviéramos caminando hacia atrás.

La crudeza del sistema carcelario en el gigante del norte no deja de ser una difícil papeleta y, peor aún, un drama. De una u otra manera King nos va transportando por los vericuetos legales, la historia del condenado, los personajes que intervienen a lo largo de la espera y, finalmente, el tiempo de aparcamiento en una residencia geriátrica del autor donde nos narra las pocas edificantes instituciones que hemos asumido como normales en nuestra sociedad bajo el pomposo nombre de Residencias. En el caso que nos ocupa es la imaginaria Georgie Pines pero, sin embargo, es tan real que lo único que uno espera es no tener que acabar en una de ellas. Sobre todo cuando, por otras causas, las has conocido; es un mundo al que la gente debería acercarse para ver el maltrato que recibes en los últimos días de tu vida.

Debemos colegir que aquellos que perdieron ya el control de su mente suelen ser los más afortunados al no poder discernir lo que ocurre a su alrededor (o sí) y por lo tanto sobrevuelan y me hacen recordar aquella genial película de Jack Nicholson “Alguien voló sobre el nido del cuco”.

Sólo nos resta una pequeña reflexión sobre la vida y la muerte. Sobre lo legal, lo ético, el dejarlo pasar en que nos han metido entre todos los que, teóricamente, estaban para hacernos la vida mucho más fácil y al final la han complicado tanto que parece tenemos toda una generación a la que le encanta hacer lo fácil difícil y lo difícil en imposible o el kafkiano comportamiento de un sistema que nos vuelve a las antípodas del pensamiento de Larra con su famoso “Vuelva usted mañana” y, mañana, nunca llega. ¿Alguien se acuerda de aquellas condenas de cinco años y un día que aparecían en el diario IDEAL? Pues en esas estamos en pleno siglo XXI y, sin embargo, dicen, que esto es progreso. Suponemos que la IA ha venido a arreglarlo todo. ¡Ilusos!

Si les gusta la temática, sepan que encontrarán un “argumento” que merece la pena transitar, siquiera para imaginar las condiciones en que se vive en esos lugares donde nada es lo que parece y donde la violencia es el plato cotidiano de una realidad pasmosa, no sólo para el condenado, sino para el propio trabajador que, desde la perspectiva del que está fuera, no es extraño que acaben más locos que los internos.

Sobre el tema radial, debo señalar que la cosecha, en esta ocasión, ha sido algo más grande que en otras ocasiones, así que vamos a las referencias que sobre el medio aparecen en esa obra magníficamente narrada. Como siempre, entre corchetes, la página de referencia.

“Por la noches, si todo está en orden, encendemos la radio. ¿Te gusta la radio?

Hizo otro gesto afirmativo, aunque vacilante, como si no estuviera seguro de qué era una radio. Más tarde descubrí que en parte era así. Coffey reconocía las cosas cuando volvía a verlas pero hasta entonces se olvidaba de ellas. Si bien conocía a los personajes de La chica del domingo, apenas recordaba qué les había sucedido en el último episodio” [31/32]

“En un par de ocasiones, incluso envié a Percy a acompañar a Delacroix a las duchas junto con Dean y Harry. Por las noches poníamos la radio y Delacroix comenzó a relajarse un poco, adaptándose a la rutina del bloque E. Y tuvimos paz.

Una noche, lo oí reír. Harry Terwilliger estaba en la mesa de entrada y pronto se echo a reír él también. Me levanté y fui a la celda del francés a ver qué pasaba” [107]

“El zumbido del casquete era entrecortado y fuerte, interrumpido por sonidos similares a las interferencias de radio. Delacroix comenzó a moverse de atrás adelante, como un niño que tiene una rabieta” [219]

“-Está perfectamente normal, hablando de las flores del jardín, de un vestido que vio en un catálogo o de lo que oyó decir a Roosevelt por la radio y de lo maravilloso que le parece y de repente comienza a decir las cosas más horribles… las palabras más espantosas. No levanta la voz, aunque quizá fuese mejor que lo hiciera, porque entonces uno entendería, entonces…” [234]

“Es una escritora, tonto -dijo Bruto-. Murió antes que que Bettsy Ross confeccionara la primera bandera americana.

-Ah. -Harry parecía avergonzado-. No leo mucho. Sólo manuales de radio” [237]

“Soltó una carcajada y se sentó nuevamente en el camastro.

-Entonces enciendan la radio.

Recuerdo que en lugar de “radio” pronunció algo así como “dadio”, como si fuera un niño pequeño o estuviese bromeando. Es curioso cuántas cosas puede recordar uno de esos momentos en que los nervios están más tensos que las cuerdas de un violín.

-Tal vez más tarde, grandullón, -dije. [264]

“Cuando Tuu se marchó, el tiempo se volvió interminable, como si el reloj avanzara a gatas. La radio estuvo encendida durante una hora y media, durante la cual Wharton se rió a carcajadas de Fred Allen, el de Allen’s Alley, aunque dudo que entendiera la mitad de sus chistes” [266]

“Como he dicho, fue sólo un instante, pero me habría bastado para arrebatarle el arma, si hubiera podido mover las manos. Era como si alguien hubiera atado un par de pesos a ellas. Mi cabeza parecía llena de interferencias, como una radio que intenta transmitir en medio de una tormenta eléctrica” [290]

“Era mi noche libre. Me senté en la sala de nuestra pequeña casa, fumando, escuchando la radio y contemplando cómo la obscuridad ascendía gradualmente hasta devorar el cielo. La televisión está bien, no tengo nada contra ella, pero no me gusta la forma en que nos separa del mundo, atrapándonos en su pantalla de cristal. En ese sentido, la radio era mucho mejor.

Janice entró, se arrodilló al lado del sillón y cogió mi mano. Durante un rato, ninguno de los dos dijo nada; permanecimos así, escuchando el Kollege of Musical Knowledge de Kay Kaiser y mirando salir las estrellas” [346/347]

“Elaine volvió a llorar y la abracé bajo el sol de la tarde. Nuestras sombras parecían danzar, quizá en el falso salón de baile del programa de radio que solíamos escuchar en los viejos tiempos.

Por fin recuperó la compostura y se apartó de mí. Sacó un pañuelo de papel del bolsillo del vestido y se secó los ojos” [367]

Y hasta aquí las referencias a la radio. Recuerden que leer nos hace libre, nos hace compañía y, además, evita el deterioro cognitivo por todo el esfuerzo que representa tener que ir a nuestro particular GPS a buscar determinadas palabras, revivir nuestro propio pasado, imaginar cómo podríamos haber superado el dilema que nos plantea el autor, etc. Incluso el libro peor escrito siempre tiene recovecos que nos reconfortan. Hala, a disfrutar de la radio y de la lectura hoy que nadie quiere libros. Casi medio millar tuve que lanzar a reciclar al vaciar el piso familiar: ni biblioteca ni amigos los quisieron… Yo tengo en mi buhardilla varios centenares más que dudo pueda peer antes de abandonar este planeta. También tenemos que dedicar tiempo para las inevitables caminatas y evitar que nuestras articulaciones se atrofien. Después de todo, los galenos se curan en salud dándote esa receta natural y gratuita: muévete, no te quedes sentado. ¡Cómo se nota que no me conocen lo suficiente!

Título: El pasillo de la muerte

Autor: Stephen King,

Editorial: Círculo de Lectores, Barcelona 1997,

Págs: 380

Traducción de María Eugenia Ciocchini

Juan Franco Crespo

Ver todos los artículos de


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

IDEAL En Clase

© CMA Comunicación. Responsable Legal: Corporación de Medios de Andalucía S.A.. C.I.F.: A78865458. Dirección: C/ Huelva 2, Polígono de ASEGRA 18210 Peligros (Granada). Contacto: idealdigital@ideal.es . Tlf: +34 958 809 809. Datos Registrales: Registro Mercantil de Granada, folio 117, tomo 304 general, libro 204, sección 3ª sociedades, inscripción 4