Dos fueron los motivos por los que elegí el Puente de Glienicke sobre el río Havel: uno, la circunstancia de que los dos vivíamos cerca y el otro, que yo había ideado un encuentro muy novelesco como los que habían ocurrido realmente allí, ya que este puente había sido lugar de intercambio de espías soviéticos y occidentales, razón por la que también se le llamaba Puente de los espías, frontera en la época de la Guerra Fría entre Berlín Oeste y Postdam en la desaparecida RDA, por algo también soy gran aficionado a las novelas de espionaje con John le Carré como autor de cabecera.
Lo mío no iba a ser un intercambio, al menos así lo creía yo, sino un encuentro amoroso, sí, amoroso.
Ella llegaría a un extremo del puente, yo esperaría en el otro extremo y a la hora fijada caminaríamos hacia el centro de la plataforma y por fin nos reencontraríamos.

Los dos vivíamos en la Alemania reunificada, yo en Berlín y ella cerca de Postdam.
Amaneció juguetón el día , animado por un cielo al que el sol no dejaba de hacer guiños, el aire como si presintiera una fiesta quiso perfumar la calidez que estaba recibiendo con aromas que anunciaban la llegada de días esplendorosos, era una fiesta preparada para mí, yo era el homenajeado, el afortunado, hasta notaba que la gente con la que me cruzaba me miraba con ojos codiciosos deseosa de participar también en esa fiesta que intuían.
Seguí mi rutina diaria, hasta la hora convenida todo sería igual, en el trabajo los compañeros notaron que estaba especialmente alegre, y hasta el aire perfumado de la calle entró por puertas y ventanas para que ese día no fuera como los demás días.
Decidí almorzar en un buen restaurante, en un ambiente festivo los placeres de los sentidos no deben faltar, vino de la mejor añada, platos exquisitos,servicio impecable.
Volví a casa , ya quedaba menos, pero había que seguir el plan con absoluta precisión. Lo primero llamar a mi mujer que había ido a visitar a su madre enferma, la cortesía nunca debe faltar. Después recoger la pequeña maleta que cuidadosamente había preparado la noche anterior con lo más necesario, habría tiempo de comprar, en esta nueva vida todo tenía que ser nuevo.
Se acercaba la hora, el día iba palideciendo, parecía cansado de esta inesperada fiesta, el sol ya no guiñaba sino que empezaba a bostezar queriendo apresurar el momento de su descanso.
Conduje hasta el puente que terminaba de encender sus farolas , cuando bajé del coche el día había dejado sus sombras como anticipo de la inminente y total oscuridad de la noche. Entre esas primeras tinieblas veo otro coche que aparca junto al mío y al conductor que también lleva una pequeña maleta en la mano y que empieza a caminar en la misma dirección que yo, extraña y curiosa coincidencia.

Según nos vamos acercando mi desconocido acompañante y yo al centro del puente,unas siluetas empiezan a vislumbrarse en el otro extremo, parece que también son dos, la oscuridad se ha asentado pero las luces amarillentas de las farolas van perfilando los contornos de las dos figuras que vienen a nuestro encuentro, empiezo a distinguirlas y a reconocerlas, mi compañero también, y ellas, dos figuras femeninas porque claramente las tenemos delante, se paran incrédulas, nosotros hacemos lo mismo, ahora estamos los cuatro enfrentados: yo con mi amada y mi acompañante que es su marido con mi mujer.
La oscuridad es total lo mismo que el silencio, el agua debajo del puente sigue deslizándose como hace mil años, el cielo sigue recibiendo a sus estrellas igual también que hace miles de años, sin embargo esta noche muestran una agitación inusual, la misma que muestran cuando los azares del destino deciden organizar fiestas en honor de patéticas figuras que habían creído poder burlarse de él.
Yo era una de esas patéticas figuras y mis acompañantes los invitados a la farsa.

Después de unos segundos de estupor , los cuatro volvimos sobre nuestros pasos con nuestras respectivas maletas, yo a mi coche, mi mujer a casa de su madre, mi amada a su entorno y su marido a su coche que estaba al lado del mío.
El encuentro amoroso que yo había ideado como una película romántica había resultado un ridículo vodevil.
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