Fotograma de la película 'Conclave',

Jesús A. Marcos Carcedo: «Cónclave: el catolicismo en las encrucijadas actuales»

El fallecimiento del Papa ha sucedido cuando este artículo estaba prácticamente terminado. Seguramente, interesará más ahora el cónclave de verdad que el de la película que analizo. Pero, tal vez, aún podamos descubrir a través de ella algo del profundo sentido que tendrá la actual cita del colegio cardenalicio

Cónclave fue estrenada en Estados Unidos en octubre del año pasado y, dos meses después, en diciembre, en España. Sorprendentemente, una película en la que sólo se ven las sotanas y hábitos de los cardenales y de las monjas sigue todavía en nuestras carteleras y, además, en horas propias de las que tienen éxito de taquilla. No cabe duda de que esa permanencia se explica por la calidad de la cinta, premiada en numerosos certámenes y por diversos motivos, y por la estupenda interpretación de los actores que dan vida a los personajes, especialmente el acertadísimo Ralph Fiennes. Pero me aventuro a proponer que sus valores cinematográficos reciben un plus que viene de fuera y, en concreto, del interés que la sociedad occidental mantiene e incluso recupera por la religión y por la institución que con más perseverancia sostiene el credo en torno al cual se forjó la vieja Europa.

Cartel de la película

Por lo pronto y en contra de una idea bastante popular, los europeos actuales no pasamos tanto de la religión ni se extiende la incredulidad hasta dominarlo todo. Es cierto que la desvinculación religiosa ha crecido y afecta especialmente a las generaciones recientes, pero aún son una mayoría los que o bien creen a la manera cristiana -tradicional o libremente- o bien en alguna realidad trascendente. Según un estudio del Pew Research Center de 2018, a pesar de que Europa Occidental se haya convertido en una de las regiones más laicas del mundo, todavía el 71 % de la mediana de los encuestados se declara cristiano y el cristianismo constituye un potente factor de identidad. Cuando nos dejamos llevar por el impacto del significativo descenso del interés religioso, olvidamos que, sin embargo, sigue manteniéndose activo en la mayor parte de los europeos. El éxito de Cónclave ha de verse en este contexto y más cuando en Europa hacemos equivaler religión y cristianismo.

Fumata blanca que anunciaba la elección del Papa Francisco. Efe

El cristianismo, religión oficial en la última etapa del imperio romano, ha conformado desde entonces nuestra manera de ser y es la matriz de la Europa Occidental. El 91 % de la mediana de los europeos actuales han sido bautizados y educados en sus creencias y en sus códigos de conducta y tanto los cristianos practicantes como los no practicantes declaran estar educando a sus hijos en la fe cristiana. No es de extrañar, pues, que la película nos esté interesando tanto, ya que lo que se pretende es presentar a través de ella algo de las entrañas de la principal institución que representa a su fe, la Iglesia Católica, persistentemente dirigida desde Roma. Incluso en Alemania, cuna del protestantismo, son mayoría los católicos, muy activos intelectualmente y con importante participación en el sostenimiento de la institución.

Fotograma de la película

Sobre ese fondo, Cónclave tiene la habilidad de tratar de los asuntos que, hoy en día, no sólo agitan a las jerarquías eclesiales y a los fieles practicantes, sino también y quizá muy especialmente a esa periferia de no practicantes y de aquellos que, incluso llegando al ateísmo, reconocen en sí mismos la presión de la educación cristiana recibida. Por ejemplo, el propio autor de la novela en la que se basa la película, Robert Harris, se considera agnóstico o nuestro Javier Cercas, que se declara ateo y anticlerical, acaba de publicar un libro, El loco de Dios en el fin del mundo, a propósito del viaje en 2023 del Papa a Mongolia, en el que, dispuesto a preguntarle por su fe, formó parte de los que le acompañaron.

¿Y cuáles son esos asuntos que perturban al mundo católico, a su centro y a los diversos círculos de su periferia? Desde mi punto de vista, son aquellos que lo sitúan en determinadas encrucijadas en las que debe elegirse un camino que determinará el futuro del catolicismo y, por consiguiente, del cristianismo en su conjunto. Uno de ellos no es nuevo, pero se ha agravado en nuestros días: es el del problema de sostener la fe en un entorno en el que la ciencia y la técnica gozan, por su eficacia, de más prestigio que nunca. Ni el cielo ni el infierno están ya donde creíamos y el orgullo de la modernidad se deja arrastrar por la contestación de Laplace a Napoleón: Sire, para explicar el universo no necesito de la hipótesis de Dios. En la película, se adivina esa duda en el protagonista, el cardenal Lawrence, tan parecido al San Manuel Bueno de Unamuno, sin fe, pero urgido por el requerimiento moral del consuelo de los otros.

El Vaticano, centro milenario del catolicismo (fotograma de la película)

Este primer gran problema está imbricado y condiciona a los demás, que se refieren en su conjunto a la necesidad de responder a las demandas derivadas de las nuevas condiciones materiales y sociales. Quizá no deban cambiar los grandes artículos de la fe, pero sí las mentalidades tradicionales en las que se sustentan y la organización clerical que detiene, con la rigidez de sus particulares intereses, la evolución de la Iglesia en su conjunto. En la película de Berger aparece bien descrita la encrucijada en la que cada una de las cuatro facciones del cuerpo cardenalicio opta por una solución diferente. ¿Debe la Iglesia cerrarse en banda, como sostiene el tradicionalista Tedesco, o abrirse a las inquietudes democratizadoras y tolerantes de los progresistas como Bellini? ¿Puede seguir el cristianismo relegando a las mujeres, que, paradójicamente, son su sostén?

Me parece claro que la apertura es absolutamente necesaria si se quiere que el catolicismo no se convierta en un fósil y recupere lo que el centrifugado conservador ha enviado a la periferia. El mismo estudio del Pew Research Centre indica, por ejemplo, que los cristianos no practicantes aprueban el matrimonio homosexual y el aborto legal y no son pocos los practicantes que también los aprueban. Los teólogos católicos están revisando el papel de la mujer en la iglesia y son variadas las voces que buscan el encuentro con otras religiones y con los no creyentes y el mismo Francisco ha hecho un motivo fundamental de su pontificado la preocupación por los inmigrantes.

Notre Dame, cumbre artística del catolicismo en Europa

Se ha criticado e incluso ridiculizado el final de la película y tal vez tenga algo de tonto recurrir a la solución de un Papa que parece tan acorde con el pensamiento woke. Pero también es cierto que ese Papa del final es una síntesis simbólica de la necesidad de integrar en una iglesia renovada sus diferentes tendencias. Hay demandas que, a pesar de su coincidencia con el pensamiento estereotipado de los “progres” actuales, vienen de muy lejos y responden a la racionalidad requerida por un mundo más culto e igualitario. No quiere decir eso que el aperturismo tenga que aceptar de antemano todo lo que la sociedad demande, pero sí que, al menos, se pongan sobre la mesa los asuntos de los que la calle habla y que se pueda discutir y, quizá, decidir sobre ellos.

No parece tampoco que el guion de Cónclave se haya hecho para descreídos. Al contrario, otra referencia simbólica del final, que suele pasar desapercibida, es la del viento que penetra por las ventanas rotas de la Capilla Sixtina y mueve a los cardenales a decidir su voto. Puede entenderse como el aire del Espíritu Santo, que, para los creyentes, decide el futuro de la Iglesia por encima de las miserias humanas de sus representantes.

En conjunto, pues, la película recoge mucho del presente afán de renovación y de conciliación en el seno de la principal institución del cristianismo. Ojalá que el Pontífice que suceda a Francisco pueda caminar en esa dirección.

Ver tráiler oficial:

Jesús A. Marcos Carcedo

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