El director del Festival Internacional de Música y Danza, Paolo Pinamonti, el director general de la Alhambra y Generalife. Rodrigo Ruiz-Jiménez, y el naturalista Joaquín Araújo, al inicio del acto ::A. ARENAS

Encuentro con Joaquín Araújo: ‘Las aves de la Alhambra o del color de los cantos’

Las aves de la Alhambra o del color de los cantos, por Joaquín Araújo

Entre las más de cien especies de aves que pueden ser vistas, pero sobre todo escuchadas en la Alhambra, está la que inspiró la que muchos críticos consideran la más perfecta estrofa de la historia de la poesía: La noche sosegada, en par de los levantes de la aurora, la música callada la soledad sonora. La cena que recrea y enamora.

Pues bien, esa soledad sonora, tantas veces citada por casi incontables otros poetas, es una alusión directa al roquero solitario, ave fascinante de nuestros canchales y cantiles, pero también de los muros de esta palaciega fortaleza. Este pájaro muy similar en tamaño al mirlo común recibió el nombre de pájaro solitario porque, dado que resulta muy difícil observar a las hembras de la especie –de plumaje críptico, conducta recatada y poco cantarina–, se consideró que era una especie con solo género masculino. Con la invisibilidad de las hembras contrastan los espléndidos machos de plumaje azul cobalto. En primavera, no hacen más que encaramarse a toda suerte de atalayas para cantar con entusiasmo las más bellas estrofas musicales de las aves del Mediterráneo. Del que así canta –soledad sonora– se acordó Juan de la Cruz desde sus prisiones, acaso porque él mismo se sentía pájaro solitario. Ave que podría ser calificada como la más poética si a la estrofa citada añadimos el poema –la lección del pájaro llamado solitario– que escribió Quevedo. La primera estrofa de este también resulta casi perfecta y denota un conocimiento preciso del roquero, esta ave que consigue que canten las piedras. Músico llanto, en lágrimas sonoras, llora monte doblado en cueva fría, y destilando líquida armonía, hace las peñas cítaras canoras.

Joaquín Araújo durante su disertación ::A.A.

Las aves de la Alhambra también consiguen que contradigamos esa faceta de la cultura que excluye a la Natura de sus reconocimientos. Porque si ellos fueron «los inventores azules de la música», como mantuvo Pablo Neruda, deben ser incorporados a la nómina de los artistas que nos permiten emocionarnos. Lo demuestra la generosa recopilación de compositores que prácticamente plagiaron a sus antecesores o en ellos se inspiraron. Aquí, en efecto, encontraremos decenas de confluencias entre los empeños de los compositores de todos los tiempos y las sonatas del bosque, los coros del amanecer, los delirios del ruiseñor, el solista por excelencia… Entre los regalos que nos hace la Alhambra conviene no esconder el que supone que los cinco mejores músicos con alas puedan ser escuchados sin salir de esta colina. Además del roquero estarán el mirlo, el petirrojo, la curruca capirotada y, a la cabeza de todos ellos, el ruiseñor. Es decir, los infinitos conciertos sin sala que nos regala la Natura, siempre encabezados por los cantos de las aves. De hecho, podemos ver la forma, el color y hasta la conducta de la aves con solo reconocer sus cantos. 10 La hora es transparente: vemos, si es invisible el Pájaro, el color de su canto.

Imposible hacerlo mejor que Octavio Paz en este casi haiku. Las aves nos ciegan con su canto y nos dejan sordos con el color de su vuelo. Es decir que, si cantan, no necesitamos que se impriman en nuestras retinas y que, si vuelan, aunque entonces podamos prescindir de los tímpanos, conviene seguir escuchando por si nos escancian algunas delicias más. De hecho, el que los trinos acaben anidando en nuestros oídos es mucho más que un regalo. Es la más completa de las confluencias con esa creatividad muy anterior a la nuestra y de la que brotan las delicias para los sentidos de los naturalistas y no pocas formas de comprensión. Porque todo es lenguaje si se quiere prestar la suficiente atención. Donde hay savia, hay son (Clarisa Pinkola). Donde hay cultura, siempre hay música. Donde hay historia, hay conocimiento.

Público asistente al acto ::A. A.

En un presente arrasado por las sorderas, por eso de que nadie escucha a nadie, encuentros como este en la Alhambra abre una rendija de luz y sosiego. Nos propone aprender a combatir las carcomas del ruido con las caricias de las siringes. Los urbanitas, es decir, los que han sido condenados a que sus tímpanos sean vertederos, los inquilinos, pues del ruido pueden aceptar esta invitación a usar el sentido del sonido para lo que nos fue regalado por la historia de la vida. Que como nos recordó Nietzsche, sin música habría sido una tremenda equivocación.

Si la música es el eco del cosmos, las aves son su mejor altavoz. Si las aves abandonan sus suspiros de amor o sus alarmas o convocatorias por los espacios del bosque. Si las aves consiguen ser la algarabía que despierta a la luz que nos despierta. Se trata de preferir la Belleza, esas vibraciones del aire que parecen enamoradas de nuestros tímpanos, a la devoradora fealdad que acapara cada día un poco más. No hay mejor indicador de la vivacidad de los paisajes que la proclama de las aves. Si no hay canto, no hay futuros.

Todo ello se puede apreciar con desbordada intensidad en la Alhambra, en sus muros, fuentes y jardines. La Natura ha convivido con nada menos que 104 especies de coloreados cantores emplumados en el lugar que hace de Granada multiplicada obra de arte.

Gracias y que la Alhambra y esta inolvidable jornada os atalanten.

Joaquín Araújo. Naturalista y escritor

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