Teresa y Julia iban todas las mañanas temprano a la playa, ninguna era muy playera pero habían decidido que ir a primera hora, bañarse y dar un paseo por la orilla podía ser una rutina saludable y gratificante, cuando ellas se iban la playa empezaba a llenarse de gente y el sol a calentar con toda su fuerza, dos inconvenientes que ellas querían evitar.
Hacía unos días que un pequeño velero había recalado a la vista de donde ellas se bañaban. El mar llevaba bastantes días tranquilo, amodorrado, Teresa y Julia, malas nadadoras, alargaban su baño felices en esa molicie del agua, el velero también se balanceaba perezosamente, el mar lo mecía a su capricho y él se dejaba llevar.
Pero una mañana, se encontraron el mar envalentonado, bravo, lanzando a la orilla andanadas de olas cada vez más fuertes.
Teresa, obstinada en cumplir la rutina del baño, se metió en el agua, Julia se negaba, sabía que si entraba y alguna ola la tumbaba lo iba a pasar muy mal. Teresa la animaba y le tendió la mano para que entrara, como al final hizo a pesar de sus recelos. Pasaron la primera barrera de olas y ya casi parecía el baño de todos los días cuando repentinamente una ola sorprendió a Julia que confiada hablando con Teresa había dejado la vigilancia del oleaje. La ola la tumbó y aunque Teresa intentaba ayudarla Julia no podía levantarse, horrorizada empezó a gritar y a chapotear.
De pronto sin saber cómo se incorporó pero ya no estaba en el agua sino en la cubierta del velero que veían todas las mañanas.
¿Cómo llegó allí? Además estaba totalmente seca como si terminara de salir de algún camarote de la embarcación.
Miró a su alrededor pero no había nadie, lo recorrió de un extremo a otro, bajó por la escotilla y tumbado en la cama del único camarote que había vio a un hombre profundamente dormido, no encontró a nadie más; subió de nuevo a cubierta y en ese momento el barco se acercaba con rítmicos cabeceos al extremo del malecón donde altivo esperaba el faro.
¿Qué hacer?, ¿seguir a bordo? , ¿despertar al pasajero?, ¿ intentar acercar la embarcación a la orilla y bajarse?…, en ese momento vio unos prismáticos y lo que observó a través de ellos le hizo decidirse. En la orilla estaba Teresa gesticulando y hablando nerviosamente con unos guardias de costa, Julia se imaginó que les estaría contando lo sucedido apremiándolos para que la buscaran, vio también gente que se había ido acercando y escuchaba con atención.
Miró la luz del faro que intermitentemente emitía sus señales, oteó el horizonte a la vez tan cerca y tan lejos y no tuvo más dudas, el hombre ya despierto subió a cubierta para reanudar la travesía, una vez arriba inició la maniobra que separaría el velero del malecón y del faro, entonces Julia eligió, el faro sería su faro, sabía que desde allí podría bajar a la playa, hablar con Teresa, oír el murmullo de la gente, también podría subir a cualquier velero , goleta o barca que se acercara lo suficiente al faro o simplemente abismarse en el horizonte, pero su ancla estaría en ese faro que se mantendría eternamente firme, resistente a los envites de las olas y de los huracanes, inmutable a las tormentas y ella permanecería a salvo de la fragilidad del velero, de las solapadas olas, de las asperezas de la playa o de la confusión de las voces.
Sí, definitivamente su ancla estaría en el faro.
Almería, agosto 2024
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