Acabo de terminar el libro y aún me embarga la emoción. En ese momento aún no lo sé, pero esa emoción y la evocación de lo leído, me seguirán acompañando un tiempo. La niña del acerico (LAR libros, 2024), de Celia Herrero Medina, ha sido una de esas lecturas que te atrapan y que no puedes dejar de leer hasta que la has finalizado. Que no querrías que se acabara. Que conmueve y remueve por dentro. Se trata de una novela coral, en la que aparecen muchos personajes, entrañables la mayoría de ellos, aunque muy odiosos algunos otros, inspirados en muchos casos en personas reales, y más en concreto en la propia familia de la autora.
España, años 50 y 60. Miles de personas dejan atrás sus pueblos natales, sus arraigos, en busca de una vida mejor. Según estimaciones del INE, entre 1950 y 1975, las familias del medio rural que se desplazaron a las ciudades, fueron las grandes protagonistas del movimiento migratorio. Más de tres millones lo hicieron en la década de los sesenta. Además de esa migración interior, más de dos millones emigraron fuera de España entre 1960 y 1973, por causas económicas y políticas. Tal y como hoy hacen los miles de migrantes que aspiran a una vida mejor, y que llegan a nuestro país huyendo de los suyos por múltiples motivos (miseria, guerras, hambrunas, persecuciones políticas o por identidad de género, etc).

AURELIA TENÍA CINCO AÑOS CUANDO UNA MAÑANA CUALQUIERA de aquel otoño de 1950 subió a un tren que la alejaba de Málaga. Cinco años y medio para ser exactos, al poner sus pies diminutos en los escalones de aquella bestia de hierro que, dejando un rastro de piedras de humo para otros Hansel y otras Gretel, la llevaba a ella y a su madre junto a Antonio Medina. En definitiva, casi el mismo tiempo que hacía que su padre había dejado la Axarquía para emigrar a Madrid. La decisión no la tomó una valentía de la que Medina Gutiérrez había carecido siempre; la tomó la propia necesidad, el hambre y sobre todo el olor de la miseria.

Tras la lectura de este fascinante primer párrafo, intuyo que va a haber muchos más en los que me sienta plenamente identificada. Dos décadas más tarde, mi propia familia haría lo mismo. Tenía yo seis años cuando dejamos atrás mi pueblo natal, porque nuestros padres se habían empeñado en lo mismo que Antonio Medina quería para su hija Aurelia, darnos la posibilidad de una vida mejor. Al igual que esos millones de familias que hicieron crecer nuestras ciudades a un ritmo vertiginoso, contribuyendo además a la mejora social y económica del país. Cambiando las penurias de los años 50 por el progreso de los 60.

A través de dos décadas de la vida de Aurelia, personaje central a lo largo de toda la narración, inspirado en la propia madre de la autora, Celia va cosiendo retales de historias para devolvernos y envolvernos en aquellas décadas. Con palabras enlazadas con primorosas puntadas, evoca un periodo de la historia que conviene quizá hoy más que nunca tener muy presente, puesto que la amenaza a escala nacional y mundial de la ultraderecha nos hace temer por el retroceso de derechos y avances sociopolíticos que tanto costó lograr.
Como decía, la mía ha sido una lectura muy emocionante, seguramente al igual que la de numerosos lectores y lectoras que ya hayan leído el libro y de quienes lo leerán, pues han sido muchos los recuerdos de aquella España en blanco y negro que, aunque no viví directamente pues nací en 1965, sí lo hice a través de la historia de mi familia, al igual que le sucede a Celia, al igual que os sucederá a muchas de las personas que leáis esta historia de historias. Porque las vivencias y experiencias de aquellos años, aunque fueron individuales, también lo fueron colectivas. Porque lo prodigioso de este libro, es que, a través de los recuerdos de su propia familia, lo que narra Celia conecta con nuestros propios recuerdos, que son íntimos, pero a la vez compartidos.
Lo que me ha parecido más sorprendente en la narración de Celia Herrero Medina, nieta de aquel Antonio Medina que dejó la Axarquía, es que, en un contexto marcado por la miseria, la ausencia absoluta de libertad, los silencios obligados por el miedo al régimen dictatorial, ella nos regala un libro lleno de esperanza, de superaciones personales y colectivas. Un libro de una prosa bellísima, luminosa, que embelesa. Historias de familias tenaces y generosas, que tuvieron que compartir incluso hasta el mismo techo para poder salir adelante. Pero, sobre todo, vamos a conocer historias de mujeres valientes y audaces, cuya solidaridad será imprescindible para hacerlas avanzar a ellas mismas, a sus familias, y en definitiva a la sociedad.
“La tarde antes de su partida a Carmen le sobraron veinte minutos de los treinta que dedicó a guardar sus cosas y las de la niña en aquella maleta que le habían prestado”. Un breve párrafo que, como una sentencia, es sumamente expresivo de aquella España de hambruna y miseria que había dejado la guerra. Valga como bocado para degustar el estilo de Celia.
Así que, en aquella dura posguerra, Aurelia llega con su madre hasta Alcalá de Henares, donde vivirán en casa de sus tíos, hasta su traslado posterior a Carabanchel, donde empezará a forjar vínculos inquebrantables, con su padre, al que hasta ese momento para ella solo era ese hombre al que agarraba su madre del brazo desde la única foto en blanco y negro del día de su boda, con su prima, tíos, vecinos, maestra…

Porque Aurelia empezará a asistir junto a su prima Julita a la escuela, en la que Irene Montejo, maestra republicana que ha logrado esquivar al régimen para poder seguir trabajando, las recibirá intentando darles una educación basada en los principios que aprendió de la mismísima Justa Freire. Seguiremos la historia de Aurelia, las historias con las que se cruza su vida, insertada siempre en la historia de aquella España. Siendo este otro de los grandes aciertos del libro, ya que es a través de esta galería de personajes anónimos y corrientes, a través del relato de fragmentos de sus vidas, como Celia va introduciendo acontecimientos y personajes históricos que también y tan bien hilvanan la narración, como es el caso de esta pedagoga. Así, aparecerán hitos como las misiones pedagógicas, luchas obreras como la de la minería asturiana, los curas obreros, la persecución de homosexuales (los desviados), de las mujeres que se alejaban del modelo de moralidad impuesto por el franquismo, el Patronato de protección de la mujer, que “velaba por las mujeres caídas o en riesgo de caer”, el campo de regugiados españoles de Argelès-sur-Mer (donde estuvo su abuelo paterno). Celia no deja puntada sin hilo, y nos adereza su texto salpicándolo también con canciones, que como una banda sonora de fondo contribuyen a recrear la época. Desde A la lima y al limón, tú no tienes quien te quiera, Marianita solita en su cuarto, su bandera se puso a bordar, La Zarzamora, hasta Be my baby, que también nos hace partícipes de la progresión social.
Celia logra que esta historia coral, sea a la vez la historia de un país desolado, cuyo rumbo va cambiando, gracias al empuje de todas aquellas personas que, bien de un modo directo luchando contra la dictadura, bien de un modo indirecto, con sus propias actitudes vitales, lograron llevarnos a un nuevo escenario. Celia se ha documentado ampliamente para insertar sucesos históricos de un modo muy natural en la narración, a veces incluso en un diálogo entre personajes, como atestiguan muchas notas a pie de página, que dan cuenta de la fuente que sustenta la narración en ese punto. De modo que la memoria histórica nos viene dada a través de las historias de vida de personas cercanas a la autora, o creadas por ella para sustentar la ficción.
Me ha resultado admirable que reproduzca magistralmente diálogos que bordan el registro oral, utilizando un vocabulario y expresiones que nos llevan a aquella época. Me he recordado a mí misma de pequeña comprando un cuarto y mitad de algo que me envolvían en un cucurucho de papel de estraza. Época que ella no vivió, pero que ha sabido recrear deliciosamente. Porque Celia domina el lenguaje oral con absoluta destreza, en unos diálogos llenos de viveza y frescura, a través de los que vamos a conocer la personalidad de cada uno de los personajes, sus miedos y esperanzas.
A veces los libros nos llegan de formas inesperadas. Así ocurrió con La niña del acerico. Una amiga común, Francisca G. Gallego, Paqui, me lo recomendó, y desde aquí le doy las gracias por ello. Celia ha escrito un libro extraordinario con tanta sensibilidad, que espero que os proporcione una fantástica experiencia de lectura. Gracias por tanto Celia. Por traernos lecciones de vida de unas generaciones que fueron perseverantes y luchadoras a pesar de vivir unas condiciones tan adversas, y creyeron en la posibilidad de dar un futuro mejor a los suyos.

Para finalizar, reproduzco estas hermosas palabras de Celia en la presentación del libro en el Ateneo de Madrid, en marzo pasado, que podéis visualizar aquí.
Ante todo, quería, necesitaba confeccionar el retrato de una época. Hacer memoria en el marco de una sociedad, esta nuestra sociedad, en la que todo se ha convertido en efímero y en perecedero. Recuperar en esta sociedad que ha declarado la guerra a la razón, al pensamiento, a la calma, la memoria de los que nos precedieron. Qué quimera, ¿verdad? Pero merecía la pena recuperar el alma, la lucha, el titánico esfuerzo de aquellos, de aquellas a los que les debemos lo que ahora somos, porque la gratitud es la memoria del corazón.
Encontraréis el libro aquí https://www.libroslar.com/index.php/store/product/la-nina-del-acerico
Sobre la autora:
Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Durante diez años trabajó como periodista en el ámbito de la política nacional y parlamentaria. Posteriormente y en la actualidad, ha seguido realizando labores informativas desde diversas asociaciones dedicadas a la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, especialmente de las mujeres.
Además de participar en antologías colectivas de cuentos, ha publicado Tiempo de Alas, (AlfaSur), y el libro de relatos La telaraña violeta, LAR libros.
(NOTA: Todas las fotos han sido cedidas por la autora)
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