Leandro García Casanova: «El Juez de Chocolate»

Dedicado a Berta Tarifa, una albaicinera entrañable

Resulta que el muchacho había robado una motocicleta y algunos vecinos lo habían visto pasar como una exhalación por las calles. Sin embargo, el juez trató de ganárselo empleando cierta dosis de filosofía: Si todo lo que haces es correr como un loco, jamás apreciarás cuán hermosa es la naturaleza, le dijo al joven alocado, mientras lo condenaba a asociarse al club local de caminantes durante un año.

En otra ocasión, se le presentó el caso de una niña que había robado dulces, y el castigo no pudo ser más insólito: Cada semana, tienes que regalar una tableta de chocolate a un orfanato. Seguro que a la muchacha se le quitaron las ganas de robar chocolatinas, pero al magistrado tampoco le sentaron bien los dulces: desde entonces, en el pueblo le endilgaron el mote de el Juez de Chocolate. El caso es que, antes de cada juicio, el juez Holzschuh se preocupaba de conocer al acusado: le preguntaba sobre los libros que leía, las aficiones que tenía o las cosas que le interesaban. Y con estos datos, buscaba la manera de aplicar un correctivo adecuado al delito que había cometido. Lejos del rigor del frío código.

A un aprendiz de panadero, que robó una pequeña suma de dinero a su patrón, lo condenó a preparar una buena hornada de buñuelos de Pascua, para los niños del hospital. ¡Hala! Otro joven de 17 años, que estaba empleado en un periódico, fue arrestado por perturbar el orden en una manifestación del Partido Comunista. Esta vez el juez le impuso leer un libro cada mes, así como a enviarle un resumen del mismo. A otros dos amiguetes, que robaron sendas motocicletas, los obligó a suscribirse durante un año a una revista especial para penados. Y cada mes debían de llevarlas a la prisión de Darmstadt: Cada vez que vayáis a la cárcel, pensad en lo terrible que sería si aquellas puertas se cerraran detrás de vosotros, les advirtió a los chavales.

Con estas sabias sentencias logró reducir la delincuencia juvenil en un 40%, por lo que los alemanes más respetuosos le aplicaron el título de Salomón de Darmstadt. Sin embargo, esta es la única descripción que nos ha quedado de él: El juez de Distrito, Karl Holzschuh, es un hombre bondadoso, de 47 años de edad, con una orla de pelo rubio alrededor de la cabeza calva.

Pero 70 años después de estas sentencias humanitarias, la Justicia sigue adoleciendo de los mismos defectos. Personas que cometen un delito, de homicidio, lesiones, narcotráfico… y al poco tiempo el juez correspondiente los pone en libertad. Se cuenta el caso de un juez africano, que tenía la fea costumbre de preguntarle siempre a los acusados: Y tú, ¿de quién eres hijo? Y cuando respondían a sus preguntas, el juez del poblado abría el cajón de su mesa donde aseguran que guardaba dos varas de medir. Las mismas que ya denunciaba en el siglo XV, el filósofo Tomás Moro, amigo de Erasmo de Rotterdam, en su novela Utopía. Recuerdo a aquel juez pequeño, Luis Lerga, que juzgó al empresario Ruiz-Mateos por el caso Rumasa. Corría el año de 1982 y el ex presidente Adolfo Suárez (falleció hace unos años) andaba entre su nuevo partido el CDS, su bufete de abogado y unos marcadores electrónicos que trajo para el Mundial de Fútbol de España. Pero un día, el juez Lerga lo saludó en la calle y de paso le recordó: Cuando uno ha sido presidente de Gobierno, forma ya parte de la historia de España y debe de dejarse de ciertos negocios. Suárez no se esperaba aquella andanada, pero le dijo al juez que tenía un partido político y necesitaba sacarlo adelante… Hay que recordar que el magistrado del Juzgado de Menores, de Granada, Emilio Calatayud, es conocido porque sus sentencias también se basan en los trabajos sociales y en la educación.

Uno se ha enterado de la misericordia del juez de Distrito alemán, Karl Holzschuh, porque Bertahija de Rafael Tarifa, que tenía una librería de viejo en la calle Elvira, adonde acudía cargado de libros en su bicicleta la Camiona, en los años ochenta –, me regaló unas revistas de Selecciones del Reader’s Digest, del año 1954, y estos días de verano las he hojeado por encima. Como homenaje y reconocimiento a la labor humanitaria del citado juez y a su buen hacer –impartía una justicia con rostro humano, precisamente en aquellos tiempos de la posguerra, donde sólo cabía la represión –ha quedado el testimonio casi anónimo en una página del Reader’s. Sin embargo, no se sabe nada más del Juez de Chocolate, que hoy tendría ciento un años, pero me conformo con rescatarlo del pasado para dedicarle este humilde artículo.

Con excepción de los criminales auténticos –decía este juez ejemplar–, la mayoría de los delincuentes jóvenes han sufrido un desvío y debe dárseles la oportunidad de realizar un bien, que se relacione con el mal que hicieron. Fue un adelantado de su tiempo y al leer sus frases uno no puede evitar acordarse de Concepción Arenal (1820-1893), que denunció la situación de las cárceles de hombres y mujeres (por lo que fue nombrada Visitadora de Prisiones), la miseria en las casas de salud o la mendicidad y la condición de la mujer en el siglo XIX. Así como de la abogada y política, Victoria Kent, que fue directora general de Prisiones, durante la II República, y que falleció en el exilio. Hoy nadie se acuerda de estas mujeres humanitarias.

Leandro García Casanova

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Comentarios

2 respuestas a «Leandro García Casanova: «El Juez de Chocolate»»

  1. Querido amigo Leandro:
    Me vas a perdonar que centre más mi respuesta en nuestro querido juez Calatayud que en “el juez de chocolate”, sin menoscabo de este último, por supuesto.
    No sé si sigue ejerciendo o se ha jubilado ya, pero lo que ha dejado sembrado, además de corregir y reeducar a muchos, puede que haya abierto los ojos a otros; pero mejor vamos a ver algunas de sus célebres sentencias, basadas principalmente en la educación y el trabajo social, en vez de en la privación de libertad.
    • Impartir 100 horas de clases de informática a estudiantes a un joven que había jaqueado varias empresas granadinas provocando daños por 2.000 €.
    • 100 horas de servicio a la comunidad patrullando junto a un policía local por haber conducido temerariamente y sin licencia.
    • 50 horas dibujando un cómic de 15 páginas, en el que cuenta la causa por la que le condenaban.
    • Visitas a la planta de traumatología de Granada por conducir un ciclomotor sin seguro de circulación.
    • Para un joven que circulaba borracho, visitar durante un día entero a parapléjicos, hablar con ellos y sus familias para elaborar más tarde una redacción.
    • Trabajar con los bomberos por haber quemado papeleras.
    • Trabajar en un centro de rehabilitación por haber acosado a una anciana.
    • 200 horas en una tienda de juguetes por haber robado ropa.
    Hablamos de gente extraordinaria que han sido referentes en sus trabajos y que han contribuido en gran manera a mejorar nuestra sociedad… que falta nos hace.
    Ojalá hubiera más gente así.
    Un abrazo como yo de grande.

  2. LEANDRO GARCIA CASANOVA

    Estimado amigo, Roberto. Te contesté ayer a tu comentario, pero al final se borró. Después de leer las sentencias, que enumeras, del magistrado Emilio Calatayud me acordé de la frase que viene en el prólogo de “Los miserables”, de Víctor Hugo: “El que abre la puerta de una escuela, cierra una prisión”. Él veía a diario a aquellos niños pobres y desarrapados, por las calles de Paris, que terminaban al final en la cárcel. Cuando las penas en aquellos años eran muy severas precisamente con los más miserables. De lo que se trata es de dar una oportunidad a los menores y recuperarlos para la sociedad, aunque no siempre ocurre esto con los reincidentes

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